martes, 22 de diciembre de 2015

AVISO!!!




REGALOS DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO!!!!


LOS DIAS 25 DE DICIEMBRE Y 01 DE ENERO VOY A SUBIR UNA NOVELA QUE VA A DURAR SOLO ESE DIA.


AVISENME AL TWITTER QUIEN QUIERE QUE SE LAS PASE









CAPITULO 115





Llegó a Buenos Aires después del peor vuelo de su vida. Se le había hecho malditamente eterno. Y para colmo de males, había querido tomarse un taxi en la puerta de Ezeiza, pero estaban de paro.


Tuvo que llamar un chofer para que lo buscara.


Abrió la puerta de su casa y se quedó helado.


No había nadie.


La buscó por todas partes. Y nada.


No había rastros de Paula. Tenía el corazón desbocado, podía escucharlo.


En su pecho y su garganta.


Se había ido.


Sin aliento, entró a su habitación y se encontró una nota en su almohada.


Con manos temblorosas la abrió.



“No me estoy escapando. Necesito un tiempo para entender… todo.
Pensar las cosas. Me gustaría decirte
que no vamos a terminar como me
dijiste, pero no puedo. De verdad, no
estoy segura.
Lo único que te puedo jurar es que
te dije la verdad. Esto es una sorpresa
para mí también, y también fue difícil
enterarme.
Me hubiera gustado hablarlo en
persona. No te lo tendría que haber
dicho por teléfono. Perdón. Pero ahora
no puedo verte.
Dame unos días.
Te voy a llamar cuando esté lista
para hablar.
Sé que no estoy haciendo lo mejor,
pero es lo que me sale.
Te amo. P.”


El alma se le cayó a los pies.


No era la primera vez que le pedía un tiempo. Hacía apenas unos meses también lo había hecho, justo después de
mudarse. Fueron solo unos días, que fueron de ayuda para ambos. Fue de hecho, la mejor decisión en ese momento, y en lugar de separarlos, solo los había unido más.


Había hecho que él se diera cuenta que Paula era con quien quería pasar toda su vida. Despejando cualquier duda que
pudieran tener.


El principio de su relación había sido intensa y habían ido a toda velocidad, frenar había sido sano.


Pero estas circunstancias eran distintas.


Para empezar, estaban casados.


Habían superado todas esas cuestiones, supuestamente. 


Ahora más que nunca tenía que estar con ella. La necesitaba cerca.


Pero…Y si lo que le había dicho por teléfono le había generado dudas?


Sobre él? Sobre el matrimonio? El mismo le había dicho que iban a terminar odiándose. Por qué le había dicho eso? Y si ella se quería separar?


Y si no lo quería más?


Tenía la boca seca.


Había sido finalmente él, el que había mandado todo a la mierda. Se lo había buscado.


Y si ella se iba?


Y si criaba sola a su hijo?


Su cabeza iba a mil por hora.


Por qué sola? Si después de todo, ella era hermosa, y podía hacer feliz a cualquier hombre. Enamorarlo y enloquecerlo como le pasaba a él.


Apretó los ojos y sacudió la cabeza queriendo alejar esos pensamientos.


Era su hijo y no estaba listo para eso.


Pero por qué asumía que ella si lo estaría?


Probablemente estaría aterrada y sola, vaya a saber Dios a dónde. Y con quien. Se habría ido a Córdoba? Con Flor? Con su hermano? A un hotel?


Y si al estar asustada tomaba una decisión de la que después se arrepentía? Si por lo que él le había dicho quería terminar con ese embarazo?


Un inesperado terror lo inundó.


Qué estaba haciendo?


Tenía que ir a buscarla.



****


No podía parar de comer. El estado de ansiedad en el que estaba, solo le producía hambre, y más hambre.


Y era curioso, porque siempre le había ocasionado lo contrario.


Mateo la había estado mirando por un rato con los ojos abiertos.


Le había pedido si podía quedarse unos días con él. Vivía en la otra punta de Buenos Aires, y le venía genial la distancia. 


Su compañero había aceptado de inmediato. Después de todo, era su manera de devolverle el favor. El ya se había quedado en su casa dos veces.


—Te estás escapando. Sabías? – le dijo alcanzándole la fuente, para que se sirviera más ensalada.


—No. No me estoy escapando. Necesito pensar… necesito reflexionar. Entender lo que me está pasando.


Dijo convencida.


—Lejos de tu esposo. – dijo levantando una ceja. —Con él que te peleaste.


—Mmm… – dijo pensativa. —No me peleé. El me dijo de todo.


—Y vos saliste corriendo.


—Ni siquiera está en Argentina. – se encogió de hombros. —Qué sabés? Por ahí ni vuelve. Capáz me deja… – suspiró. —Mi suegra va a estar chocha.


Mateo negó y la miró.


—Te estás escapando.


—Me voy de mi casa unos días… él no está. No veo que tiene de malo. Y si llega a volver, le dejé una notita.


Mateo se rió.


—Una “notita”? – se tapó la cara con ambas manos. —Y qué le pusiste?: “Eh amor, me voy de casa. Pero es por unos días nada más, quiero reflexionar”?


No pudo evitar reírse también. La situación si uno la miraba desde afuera era ridícula.


—Casi con las mismas palabras. – confesó.


—Le dijiste a donde te ibas? – preguntó más alarmado.


Ella negó.


—Vos entendes que cuando el chabón se entere me va a venir a buscar para colgarme de las bolas, no?


Se rieron.


—No. – entornó los ojos. —Bueno, no creo.


—Me debes un favor muy grande. Muy grande.


—Ya sé. – dijo ella más seria.


Claro que lo sabía.


—Bueno, basta. Vamos a la agencia que Walter nos debe estar esperando. – dijo quitándole la tensión al momento.


Solo le quedaba un mes trabajando como modelo, por lo que consideró que no tenía sentido contarles de su embarazo. La razón real era que todavía no podía creérselo ella misma, mucho menos empezar a decirlo en voz alta.


Sabía que tarde o temprano iba a tener que hacerlo. Tenía un contrato con ellos.


Pero no ahora.


Ese día su jefe no estaba, y habían hecho fotos en una locación al aire libre, así que tampoco había tenido que lidiar
con la culpa que le generaba no decirle.


No había vuelto a sentir nauseas, cosa que agradecía, y acompañada de su nuevo amigo, Mateo, pidió un turno en el
obstetra y otro para la ecografía que le había quedado pendiente.


El corazón se le estrujó al darse cuenta de que iba a tener que ir sola.


Como todo de ahora en más. Se iba a tener que acostumbrar.


Su amigo, se había ofrecido a llevarla, pero ella se había negado. El no era el que tenía que estar ahí. Era Pedro


Todo se había puesto tan raro de un día para el otro. Le habían dado los dos turnos para el día siguiente.


Suspiró.


Necesitaban asistentes en la producción, así que ella no dudó en llamar a su amiga Anabela para que ayudara aunque sea en sostener los elementos de trabajo. Sabía que ella estaría dispuesta a hacer cualquier cosa que le pidieran, que le permitiera estar ahí.


Además, sospechaba que tratándose de una sesión de fotos con Mateo en ropa interior, era más que motivo suficiente para que estuviera en 15 minutos lista.


Y así fue.


—Muchas gracias por venir, Ana. – le dijo apenas la vio llegar.


—Gracias a vos, Pau. – le dijo mientras disimuladamente buscaba con la mirada a su compañero.


El llegó por atrás de donde estaban paradas, sorprendiéndola tanto que había pegado un pequeño salto y se había puesta roja como un tomate.


—Hola. Anabela, no? – la saludó con un beso en la mejilla.


Ella asintió, tan tímida como siempre. Por Dios, Ana, pensó. 


Se le notaba tanto que le gustaba. Sintió un poco de pena por su amiga.


Estaba impresionada por lo que veía, pero si llegara a conocerlo… Eran tan diferentes. Con el tiempo que habían
pasado juntos, y con el vínculo que se había formado entre ellos por sus confesiones, había crecido algo parecido a la amistad. Y como su amiga, sabía que Mateo era superficial, y antipático cuando quería serlo. Anabela era un polo opuesto.


Justo interrumpiendo sus pensamientos, una de las maquilladoras se acercó a hablarle a su compañero.


—Uh flaca, que tarde que llegaste. Hace media hora que estamos, yo ya tendría que estar maquillado. – la miró
de arriba abajo. —Y no me dejes anaranjado como la ultima vez, si?


La chica estaba pálida. La acababa de regañar en frente de todo el mundo y había sido humillante.


Paula se mordió el labio y lo miró de mala manera. Se había desubicado.


Esa chica estaba trabajando como todos, por igual. El no estaba a cargo. Era un idiota a veces.


Miró ahora a su amiga, y esta tenía la boca abierta de par en par. Se había quedado impactada por lo que acababa de presenciar. No hace falta decir que desde ese momento en adelante, dejó de mirarlo con ojitos brillantes. Más bien lo hacía con cierto recelo. El se había acercado algunas veces cuando estaba con Paula, haciendo algún chiste, pero Ana no se reía.


Antes de irse, la frenó en la puerta y le comentó.


—Que estúpido tu compañero. – lucía enojada. —Estaba comiéndome una medialuna y me dijo que estaban llenas de calorías y que el azúcar era veneno. Me dijo gorda el pelotudo este!


Paula estalló en carcajadas. Sonaba exactamente como algo que él diría.


Y así de fácil, el encanto se había roto, y ya no le gustaba más.


Había sido otro día agotador, y todavía les quedaba todo el viaje hasta la casa de Mateo. Bostezó. Estaba tan cansada por estos días…


Su amigo se reunió con ella en la salida, y tras saludar a Ana con una sonrisa que no fue correspondida, se fueron.










CAPITULO 114



El atendió al segundo tono.


—Hola, mi amor. Cómo estás? Ya volviste del médico? – preguntó.


Mateo la miró y haciéndole señas se fue dejándola sola en la sala mientras se iba a la habitación en donde había dormido.


—Recién vuelvo. – le dijo conteniendo las lágrimas. —Te tengo que decir algo. –tomó aire.


—Decime, Paula. Qué pasó? – sonaba preocupado.


Quizá no había sido la mejor manera, pero es que no se le ocurría como hacerlo de otro modo. Era ahora o nunca. 


Como arrancarse una curita.


—Estoy embarazada, Pedro. – ya no podía seguir conteniéndose y empezó a llorar otra vez.


—Qué? Cómo? – soltó el aire de golpe. —Pensé que te estabas cuidando… Por qué no me dijiste que habías dejado de tomar las pastillas?


Había empezado a levantar la voz.


—Nunca dejé de tomarlas! – respondió ella, reaccionando de alguna manera a su tono.


—Y entonces, cómo? – se escuchó un ruido seco del otro lado de la línea. Había golpeado algo. —Te olvidaste de
tomar alguna?


—No. – a esas alturas, apenas podía hablar.


—Es el peor momento… – otro golpe. —El peor. —La puta madre… – insultó con fuerza.


Estaba enojado. Con ella? Como si ella lo hubiera hecho a propósito. Era eso lo que él pensaba? Entre las lágrimas, empezó a sembrarse otro sentimiento que se expandía en sus venas, quemándola. Estaba siendo injusto. Para ella también era difícil. No era que esperara que la noticia lo
emocionara, o lo hiciera saltar de la alegría, pero esto era… egoísta.


La furia la estaba cegando.


No quería seguir hablando con él.


—Te imaginas que para mí tampoco es un buen momento, Pedro. – dijo cortante.


Silencio. De repente su esposo considerado y por demás preocupado por su salud, se había ido y había dejado en su lugar a un ser frío que ahora estaba enojado y estaba comportándose como un idiota.


—Qué vamos a hacer? – preguntó tranquilo. Un frío glacial le recorrió la espalda. —Obviamente esto es algo que no estábamos buscando.


No podía creer que estuviera hablando de esto por teléfono. 


Le estaba sugiriendo hacerse un aborto. Cómo podía estar pensando en eso ahora? Y su bienestar?


Estaban a kilómetros de distancia!


Cómo podía estar pensando solo en él… y cuando le parecía el mejor momento o no para tener hijos. Ella era la que
vomitaba todos los días. A ella le iba a cambiar el cuerpo. 


Era ella la que llevaba su hijo dentro. Su propia sangre.


Y lo discutía así? Tan suelto? Tan desafectado? Como si se tratara de un trámite. Otra vez salía a flote esa faceta de Pedro que poco conocía. La que más se acercaba a Elizabeth. A la distancia podía sentir sus ojos azules, helados mirándola sin mostrar ninguna emoción.


—Lo vamos a hablar en persona, eso vamos a hacer.


—Encima estás enojada? – se rió.


—Sabés como acabas de cagar todo? A la mierda todos los planes que teníamos. Tu carrera, mis proyectos, la empresa,
el trabajo de esa gente, tu contrato. A la mierda nuestro matrimonio. Nos conocemos hace… Qué? Meses? Un
año? Ante la más mínima pavada nos estamos puteando… imaginate con un hijo, Paula! – volvió a golpear algo.


—Por esto me preguntabas el otro día si quería tener hijos? Lo estabas planeando? Tenías ganas y listo, lo decidiste sola.


Paula no podía parar de llorar. Su corazón se estaba partiendo en miles de pedazos. Instintivamente se llevó una de sus manos a la panza. Pedro seguía hablando, pero ella no podía contestar.


Estaba destrozada.


—Querías ver que pasaba? Bueno, te cuento lo que va a pasar. – dijo en tono irónico. —Vamos a tener que dejar
todo, para estancarnos sin cumplir ninguno de nuestros objetivos, terminando resentidos con el otro, odiándonos, y peleándonos a diario. Y al medio el bebé. Sufriendo como nos vamos a ir a la mierrrda. – remarcó esa última palabra con tanta bronca que fue casi como si le hubiera dado una
cachetada.


Se sentía sin fuerzas para discutir.


El cuerpo se le sacudía entre sollozos desconsolados. El pecho le ardía.


Pedro… – lo interrumpió. No podía seguir escuchando su voz cargada de odio. Por primera vez desde que lo conoció, se sintió sola. Totalmente sola.


El no dijo nada más. Seguía insultando de todos colores a lo que primero se le venía en mente. Estaba sacado.


Haciendo acopio de las pocas energías que le quedaban se sacó el celular del oído y lo cortó. Arrastró los pies hasta la cama y apenas se apoyó, se quedó dormida.


Cuando abrió los ojos, era de noche. Su compañero la despertó llevándole una bandeja con comida.


—Gracias. – le sonrió. —La verdad es que no tengo nada de hambre.


—Pero ahora tenés que comer por el bebé. – le puso la taza de sopa en la mano. —Dale, portate bien y come.


Asintió y a regañadientes comió mientras le contaba a Mateo lo que había hablado con Pedro.


—Y qué pansas hacer? – le preguntó.


—Por ahora, terminar de comer esta tostada y tomarme la sopa. Si me preguntas por después. No sé. No sé que
decirte. – negó con la mirada perdida.


—Seguro que te dijo todo eso, porque estaba… shockeado. – le sujetó una mano. —Va a estar todo bien, ya vas
a ver.


Ese gesto de afecto, la había emocionado. Y otra vez empezaba a sentir como su garganta se apretaba y sus ojos de nuevo picaban.


—Gracias por estar. – le dijo secándose con un pañuelo.


El asintió y miró hacia otra dirección. Se aclaró la garganta y le contestó.


—Mi amiga, la chica que tenía problemas con las comidas, era mi novia. – bajo la cabeza pensativo. —En el peor momento de su enfermedad tuvieron que internarla. Estuvo muy grave. – la miró brevemente. —Estaba embarazada.


Paula se tapó la boca con horror.


—Pudieron salvarla, por poco. Pero el bebé no se salvó. – los ojos de su amigo se habían puesto rojos. — Después de eso, todo cambió entre nosotros. Nunca lo superamos, y
terminamos por separarnos.


—Mateo, lo siento… tanto. – lo abrazó.


El la sujetó con fuerza por un momento. Nunca lo había visto así.


Podía sentir como también lloraba en silencio. No podía imaginar, como sería pasar por algo así. El dolor que habría
sentido en ese momento, el que todavía sentía era desgarrador de presenciar.


Y permanecieron así por horas. Sin decir nada, acompañándose, apoyándose. Estando ahí para el otro. Y
fue en ese preciso instante que sus ojos se abrieron. Siempre lo había sabido.


No podía terminar con ese embarazo.


Jamás podría superar el dolor que significaba. No podía si quiera imaginárselo. Su corazón se encogía ante la posibilidad.


Pero iba a ser difícil. Y justo ahora, no podía estar sola.


—Te puedo pedir un favor? – le dijo secándose las lágrimas.


—Obvio. – le respondió apretándole la rodilla y haciéndola
sonreír después de lo que parecía haber sido una eternidad.


En unas circunstancias muy extrañas, había ganado otro amigo.


Volvió a sonreír.



****


El mundo acababa de caérsele a pedazos. Un hijo. Iba a ser padre. Había escuchado bien? Si. Era eso exactamente
lo que le había dicho su esposa entre lágrimas.


Mierda.


Ahora estaban viéndose una vez cada 15 días, y ya les costaba lo suyo.


Cómo haría? Tan abstraído estaba que no se había dado cuenta de que ella le había cortado. El solo tenía el celular
pegado a la cara, apretándolo con fuerza. No lograba recordar la conversación en sí, solo esa frase.


“Estoy embarazada, Pedro.” Y le resonaba en la mente volviéndolo loco.


Tenía tantas responsabilidades. Se sentía como si todo el mundo tirara de él en diferentes direcciones. Por un lado
estaba su madre, que lo había presionado para dejar a su mujer, por otro su padre, queriendo ayudarlo, pero sin darse cuenta poniendo más peso sus hombros. Estaban esas 50 personas, que se quedarían sin trabajo si no hacía nada. 


Estaba Catherine que todos los días le pasaba informes y papeles para firmar de la productora. Estaba su esposa a quien extrañaba horrores, y ahora se presentaba esto. Le faltaba el aire.


Salió al balcón de su departamento en pleno Nueva York. El aire helado le congeló los pulmones en un segundo, y como un cachetazo aclaró su cabeza.


De a poco, y como despertando de un sueño, se dio cuenta del estado de Paula cuando lo había llamado. Estaba
destrozada. Y tampoco se sentía bien de salud.


Mierda.


Las cosas que le había dicho…


Cómo había sido tan hijo de puta?


Se tapó la cara con ambas manos por un instante. No podía pensar que lo había hecho a propósito. Seguramente ella
también estaría afectada, asustada, necesitándolo. Ni siquiera le había preguntado como se sentía. Como si lo único que le importara fuera él.


Y no era así.


El la amaba. Era lo que más le importaba en el mundo. Por ella hubiera dejado todo. Se lo había jurado. Le había jurado estar con ella en los buenos y malos momentos.


Se sintió terrible. Se sintió una basura.


Casi corriendo, marcó un número en su teléfono, agarró su bolso de mano, y paró el primer taxi que vió camino al
aeropuerto.


Hasta ahora nunca había sentido tanto el peso de la distancia entre ellos.


Necesitaba estar a su lado ya. Estaba desesperado. Todo el miedo que había experimentado al enterarse de la noticia,
se transformaba de a poco en pánico.


Pero no por ser padre, si no por lo que había hecho. Había ido muy lejos con sus palabras.


Apretó los ojos y deseó con todas sus fuerzas que P pudiera por lo menos perdonarlo.


El no se perdonaría nunca.