martes, 22 de diciembre de 2015

CAPITULO 114



El atendió al segundo tono.


—Hola, mi amor. Cómo estás? Ya volviste del médico? – preguntó.


Mateo la miró y haciéndole señas se fue dejándola sola en la sala mientras se iba a la habitación en donde había dormido.


—Recién vuelvo. – le dijo conteniendo las lágrimas. —Te tengo que decir algo. –tomó aire.


—Decime, Paula. Qué pasó? – sonaba preocupado.


Quizá no había sido la mejor manera, pero es que no se le ocurría como hacerlo de otro modo. Era ahora o nunca. 


Como arrancarse una curita.


—Estoy embarazada, Pedro. – ya no podía seguir conteniéndose y empezó a llorar otra vez.


—Qué? Cómo? – soltó el aire de golpe. —Pensé que te estabas cuidando… Por qué no me dijiste que habías dejado de tomar las pastillas?


Había empezado a levantar la voz.


—Nunca dejé de tomarlas! – respondió ella, reaccionando de alguna manera a su tono.


—Y entonces, cómo? – se escuchó un ruido seco del otro lado de la línea. Había golpeado algo. —Te olvidaste de
tomar alguna?


—No. – a esas alturas, apenas podía hablar.


—Es el peor momento… – otro golpe. —El peor. —La puta madre… – insultó con fuerza.


Estaba enojado. Con ella? Como si ella lo hubiera hecho a propósito. Era eso lo que él pensaba? Entre las lágrimas, empezó a sembrarse otro sentimiento que se expandía en sus venas, quemándola. Estaba siendo injusto. Para ella también era difícil. No era que esperara que la noticia lo
emocionara, o lo hiciera saltar de la alegría, pero esto era… egoísta.


La furia la estaba cegando.


No quería seguir hablando con él.


—Te imaginas que para mí tampoco es un buen momento, Pedro. – dijo cortante.


Silencio. De repente su esposo considerado y por demás preocupado por su salud, se había ido y había dejado en su lugar a un ser frío que ahora estaba enojado y estaba comportándose como un idiota.


—Qué vamos a hacer? – preguntó tranquilo. Un frío glacial le recorrió la espalda. —Obviamente esto es algo que no estábamos buscando.


No podía creer que estuviera hablando de esto por teléfono. 


Le estaba sugiriendo hacerse un aborto. Cómo podía estar pensando en eso ahora? Y su bienestar?


Estaban a kilómetros de distancia!


Cómo podía estar pensando solo en él… y cuando le parecía el mejor momento o no para tener hijos. Ella era la que
vomitaba todos los días. A ella le iba a cambiar el cuerpo. 


Era ella la que llevaba su hijo dentro. Su propia sangre.


Y lo discutía así? Tan suelto? Tan desafectado? Como si se tratara de un trámite. Otra vez salía a flote esa faceta de Pedro que poco conocía. La que más se acercaba a Elizabeth. A la distancia podía sentir sus ojos azules, helados mirándola sin mostrar ninguna emoción.


—Lo vamos a hablar en persona, eso vamos a hacer.


—Encima estás enojada? – se rió.


—Sabés como acabas de cagar todo? A la mierda todos los planes que teníamos. Tu carrera, mis proyectos, la empresa,
el trabajo de esa gente, tu contrato. A la mierda nuestro matrimonio. Nos conocemos hace… Qué? Meses? Un
año? Ante la más mínima pavada nos estamos puteando… imaginate con un hijo, Paula! – volvió a golpear algo.


—Por esto me preguntabas el otro día si quería tener hijos? Lo estabas planeando? Tenías ganas y listo, lo decidiste sola.


Paula no podía parar de llorar. Su corazón se estaba partiendo en miles de pedazos. Instintivamente se llevó una de sus manos a la panza. Pedro seguía hablando, pero ella no podía contestar.


Estaba destrozada.


—Querías ver que pasaba? Bueno, te cuento lo que va a pasar. – dijo en tono irónico. —Vamos a tener que dejar
todo, para estancarnos sin cumplir ninguno de nuestros objetivos, terminando resentidos con el otro, odiándonos, y peleándonos a diario. Y al medio el bebé. Sufriendo como nos vamos a ir a la mierrrda. – remarcó esa última palabra con tanta bronca que fue casi como si le hubiera dado una
cachetada.


Se sentía sin fuerzas para discutir.


El cuerpo se le sacudía entre sollozos desconsolados. El pecho le ardía.


Pedro… – lo interrumpió. No podía seguir escuchando su voz cargada de odio. Por primera vez desde que lo conoció, se sintió sola. Totalmente sola.


El no dijo nada más. Seguía insultando de todos colores a lo que primero se le venía en mente. Estaba sacado.


Haciendo acopio de las pocas energías que le quedaban se sacó el celular del oído y lo cortó. Arrastró los pies hasta la cama y apenas se apoyó, se quedó dormida.


Cuando abrió los ojos, era de noche. Su compañero la despertó llevándole una bandeja con comida.


—Gracias. – le sonrió. —La verdad es que no tengo nada de hambre.


—Pero ahora tenés que comer por el bebé. – le puso la taza de sopa en la mano. —Dale, portate bien y come.


Asintió y a regañadientes comió mientras le contaba a Mateo lo que había hablado con Pedro.


—Y qué pansas hacer? – le preguntó.


—Por ahora, terminar de comer esta tostada y tomarme la sopa. Si me preguntas por después. No sé. No sé que
decirte. – negó con la mirada perdida.


—Seguro que te dijo todo eso, porque estaba… shockeado. – le sujetó una mano. —Va a estar todo bien, ya vas
a ver.


Ese gesto de afecto, la había emocionado. Y otra vez empezaba a sentir como su garganta se apretaba y sus ojos de nuevo picaban.


—Gracias por estar. – le dijo secándose con un pañuelo.


El asintió y miró hacia otra dirección. Se aclaró la garganta y le contestó.


—Mi amiga, la chica que tenía problemas con las comidas, era mi novia. – bajo la cabeza pensativo. —En el peor momento de su enfermedad tuvieron que internarla. Estuvo muy grave. – la miró brevemente. —Estaba embarazada.


Paula se tapó la boca con horror.


—Pudieron salvarla, por poco. Pero el bebé no se salvó. – los ojos de su amigo se habían puesto rojos. — Después de eso, todo cambió entre nosotros. Nunca lo superamos, y
terminamos por separarnos.


—Mateo, lo siento… tanto. – lo abrazó.


El la sujetó con fuerza por un momento. Nunca lo había visto así.


Podía sentir como también lloraba en silencio. No podía imaginar, como sería pasar por algo así. El dolor que habría
sentido en ese momento, el que todavía sentía era desgarrador de presenciar.


Y permanecieron así por horas. Sin decir nada, acompañándose, apoyándose. Estando ahí para el otro. Y
fue en ese preciso instante que sus ojos se abrieron. Siempre lo había sabido.


No podía terminar con ese embarazo.


Jamás podría superar el dolor que significaba. No podía si quiera imaginárselo. Su corazón se encogía ante la posibilidad.


Pero iba a ser difícil. Y justo ahora, no podía estar sola.


—Te puedo pedir un favor? – le dijo secándose las lágrimas.


—Obvio. – le respondió apretándole la rodilla y haciéndola
sonreír después de lo que parecía haber sido una eternidad.


En unas circunstancias muy extrañas, había ganado otro amigo.


Volvió a sonreír.



****


El mundo acababa de caérsele a pedazos. Un hijo. Iba a ser padre. Había escuchado bien? Si. Era eso exactamente
lo que le había dicho su esposa entre lágrimas.


Mierda.


Ahora estaban viéndose una vez cada 15 días, y ya les costaba lo suyo.


Cómo haría? Tan abstraído estaba que no se había dado cuenta de que ella le había cortado. El solo tenía el celular
pegado a la cara, apretándolo con fuerza. No lograba recordar la conversación en sí, solo esa frase.


“Estoy embarazada, Pedro.” Y le resonaba en la mente volviéndolo loco.


Tenía tantas responsabilidades. Se sentía como si todo el mundo tirara de él en diferentes direcciones. Por un lado
estaba su madre, que lo había presionado para dejar a su mujer, por otro su padre, queriendo ayudarlo, pero sin darse cuenta poniendo más peso sus hombros. Estaban esas 50 personas, que se quedarían sin trabajo si no hacía nada. 


Estaba Catherine que todos los días le pasaba informes y papeles para firmar de la productora. Estaba su esposa a quien extrañaba horrores, y ahora se presentaba esto. Le faltaba el aire.


Salió al balcón de su departamento en pleno Nueva York. El aire helado le congeló los pulmones en un segundo, y como un cachetazo aclaró su cabeza.


De a poco, y como despertando de un sueño, se dio cuenta del estado de Paula cuando lo había llamado. Estaba
destrozada. Y tampoco se sentía bien de salud.


Mierda.


Las cosas que le había dicho…


Cómo había sido tan hijo de puta?


Se tapó la cara con ambas manos por un instante. No podía pensar que lo había hecho a propósito. Seguramente ella
también estaría afectada, asustada, necesitándolo. Ni siquiera le había preguntado como se sentía. Como si lo único que le importara fuera él.


Y no era así.


El la amaba. Era lo que más le importaba en el mundo. Por ella hubiera dejado todo. Se lo había jurado. Le había jurado estar con ella en los buenos y malos momentos.


Se sintió terrible. Se sintió una basura.


Casi corriendo, marcó un número en su teléfono, agarró su bolso de mano, y paró el primer taxi que vió camino al
aeropuerto.


Hasta ahora nunca había sentido tanto el peso de la distancia entre ellos.


Necesitaba estar a su lado ya. Estaba desesperado. Todo el miedo que había experimentado al enterarse de la noticia,
se transformaba de a poco en pánico.


Pero no por ser padre, si no por lo que había hecho. Había ido muy lejos con sus palabras.


Apretó los ojos y deseó con todas sus fuerzas que P pudiera por lo menos perdonarlo.


El no se perdonaría nunca.






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