miércoles, 30 de diciembre de 2015

CAPITULO 141




Lo gracioso es que ahora que era de día y venían todos sus conocidos a visitarla, ella dormía.


—Tan tranquilita, como duerme. – decían sonriendo.


Ella y Pedro se miraban pensando en la noche que acababa de darles.


Más allá de todo, estaba perfecta de peso y tamaño, así que esa tarde ya podían darle el alta.


Ella se sentía bien, sacando el sueño y el cansancio, no tenía dolores, ni molestias de ningún tipo.


Cerca del mediodía Eva se despertó con hambre y la reclamó impaciente como elle mejor sabía. A los gritos. Y todos entendiendo que después querría descansar, los dejaron solos.


Pedro les contó que Paula no había dormido, y ahora tenía que aprovechar cada vez que la bebé dormía, para dormir también. A ella le sonaba haberlo leído en algún lado y no se iba a oponer.


De verdad necesitaba cerrar los ojos.


Esa misma noche volvían a casa con la pequeña Eva en brazos. Y por más que todos querían ir a verlos, su esposo les dijo que no.


Podían ir si querían al día siguiente, pero ahora querían estar los 3 solos.


Y así fue.


Los primeros días Eva, dormiría en un moisés al lado de la cama grande, y cuando pasara el tiempo tendría que pasarse a su cuna, en su propia habitación.


Una grande y blanca habitación que habían decorado sus padres unos meses antes, y que estaba al lado de la de
ellos.


Estaban tan cansados que apenas llegaron que fueron a acostar.


La pequeñita, esta vez había dormido bien, y se había despertado a comer solo 2 veces en toda la noche.


Cuando abrió los ojos, Pedro estaba paseando la bebé en brazos mientras ella hacía unos ruiditos. Estaba despierta. 


Sonrió.


—Se despertó mamá. – se acercó y la besó con dulzura. —La acabo de cambiar, y creo que tiene hambre.


La imagen de su esposo con la bebé en brazos era demasiado. Si pensaba que no había forma de amarlo más todavía, estaba equivocada. Miraba a Eva con tanto amor que la llenaba de ternura. Le hacía caritas y le sonreía de
manera graciosa para que lo mirara.


Era cuidadoso y estaba pendiente de todo lo que necesitara.


Y pensar que unos meses antes, estaba tan mal y estaba tan preocupado de no hacer un buen trabajo como padre.


Habían desayunado en la cama mientras Eva estaba acostada entre ellos. No era mucho lo que hacía, pero
cada gesto, cada pequeño movimiento, cada ruido era un mundo, que los dejaba sorprendidos.


No podía creer todavía que era mamá.


Que esa pequeña personita era su hija.


Olía maravillosamente. A bebé. Un perfume que era indiscutiblemente, el mas delicioso del planeta.


Le habían tomado fotos haciendo absolutamente todo, y se habían tomado unas cuantas los 3 juntos. El primer día en casa de su familia.


Era emocionante, y aunque ella pensó que tendría miedo, la verdad es que le daba paz.


Estaba feliz.


Eva los llenaba de amor, y de tranquilidad.


Por lo menos hasta que llegaron todas las visitas a darles vuelta la casa.


Era la primera vez que su hermano Nico alzaba un bebé, y estaba nervioso.


Al principio no había querido, pero empujado por todos, la agarró, teniendo sumo cuidado con la cabecita y el cuello.


Si alguien lo miraba, era como si Eva hubiera estado hecha de porcelana, y pudiera romperse en sus brazos. Era muy chistoso de ver.


—Hola, bonita. – le besó la cabecita. —Soy tu tío y cuando seas grande, voy a ser el que no te va a dejar tener novio hasta los 30. – todos rieron.


—O capaz nunca.


—Nunca. – dijo Mateo, ganándose el pulgar arriba de Pedro que estaba de acuerdo.


Ana puso los ojos en blanco y resoplando opinó.


—Ya te va a venir a tocar la puerta un modelito todo tatuado y cancherito para invitarla a salir…


Todos se rieron.


—Puede ser todo eso, pero tener un buen corazón en el fondo… – la miró Mateo. —Por ahí, quiere cambiar y no lo dejan.


Ella se quedó mirándolo por un rato hasta que cambió de tema.


—Ya sabés cuando te vas a reincorporar al trabajo? – dijo Anabela queriendo distraer a todos.


—Primero me voy a recibir. Eso recién es en marzo, así que tengo más de dos meses enteros en los que quiero disfrutar de Eva. – Pedro le sonrió.


Las abuelas se la habían pasado alzando a la pequeñita y le hablaban o le cantaban. Todos querían sostenerla en brazos, y eso le daba a ella un descanso para hacer otras cosas, como por ejemplo bañarse.


Todos se quedaron a comer, y terminar yéndose a las últimas horas de la noche.


Paula miró a su preciosa hija y la abrazó cerca. Su calorcito le encantaba.


Rozándole la boca con el pulgar, la pequeñita succionaba fuerte y eso la hacía gracia. Era un instinto, pero parecía tan decidida a alimentarse de su dedo que no podía evitar reírse.


Tenía unos cachetitos rosados y suavecitos que eran una locura. Su boquita se arrugaba con cada pucherito o sonrisita que hacía. Era imposible no quedarse mirándola por horas.


Algunas noches que se levantaba con dolorcitos de panza, la alzaban entre los dos y le hacían masajitos para que se
le pasara. Y cuando no podía parar de llorar, Pedro le tocaba alguna canción en el piano y se dormía.


Esta noche en particular era All of me de John Legend, mientras miraba a Paula sonriendo cantaba.



'Cause all of me
Loves all of you
Love your curves and all your
edges
All your perfect imperfections
Give your all to me


Y acercando su cara a la de Eva le cantaba suavecito.



I'll give my all to you
You're my end and my beginning
Even when I lose I'm winning
'Cause I give you all of me
And you give me all of you


No había palabras para describir ese momento. Estaba enamorado de su preciosa bebé, y era algo tan poderoso
que le secaba la boca y la hacía amarlo aun más.


Con Eva ya dormida en sus brazos se acercó para darle un beso y él se lo devolvió con cuidado de no despertarla.


Como era de esperar, la noticia del nacimiento se había expandido por todos los medios, y eso estaba haciendo todo
muy complicado. No podían dejar el departamento sin que los siguieran y todavía no querían exponer a la bebé a ese mundo.


Pero solo se podía evitar hasta cierto punto, porque tenían que ir a los controles médicos de la pequeña, y no les quedaba más remedio.


Así que había algunas revistas y sitios de internet en los que salían ella o Pedro con Eva en brazos totalmente tapada.


Era sumamente famosa, y ya todos opinaban sobre su vida sin que pudiera hablar para defenderse.


Apenas pudo viajar, se la llevaron unas semanas a Londres. 


Ahí no los molestarían tanto, y de todas formas era un viaje que se debían desde hacía un tiempo.


Llegarían a Argentina cuando ella tuviera que rendir.









CAPITULO 140





Habían llegado en tiempo record, y apenas los vieron con Pau retorciéndose de dolor, los hicieron pasar a sala de parto para dejarla ingresada.


Su médico había sido avisado, y estaría con ellos en un momento. Pero mientras la conectaron otra vez al aparato de monitoreo.


Ella gritaba porque la posición le hacía peor, pero la enfermera, le había dicho que era solo un momento.


No había tiempo para nada más.


Había llegado el momento.


Sus manos temblaban descontroladamente, y trataba de
disimularlo.


No quería ponerla más nerviosa.


Tenía miedo. Miedo por la bebé, miedo por ella, miedo al parto.


Por qué mierda había leído tanto sobre eso? Ahora que sabía todas las cosas que podían ir mal, su cabeza no
paraba de darle vueltas.


La enfermera lo miró, volviéndolo a la realidad.


—Usted se va a quedar con ella?


—Si, si claro. – dijo convencido.


—Tiene que darme sus datos.


Y mientras él hablaba veía como Paula hacía un esfuerzo por no gritar.


Estaría pasando por un dolor terrible. Ni siquiera podía imaginárselo.



****


Después del monitoreo, su médico la fue a ver. Estaba lista, no había tiempo para la epidural. Habían llegado justo a tiempo. Unos minutos más y nacía en su casa.


Mierda.


Aterrada miró a Pedro, y él le sostuvo la mano con fuerza besándole la frente.


Todo lo que siguió fue como un gran borrón. Lágrimas, dolor, mucho dolor. Su esposo a su lado, apoyándola, tranquilizándola, dándole valor, la enfermera indicándole cuando pujar, su médico contándole que pasaba… pero ella no podía hacer nada, era demasiado.


Cerró los ojos, sacó fuerzas de donde no tenía y poco después la escuchó.


Un inconfundible llanto.


La sostenían mostrándosela sobre su ahora chata barriga. 


Ella pudo sentir su calor a través del manto que habían
puesto para apoyarla. No podía sacarle los ojos de encima… era tan…chiquitita y rosada.


Entre dos enfermeras se la llevaron para hacerle todos los controles y limpiarlas, mientras ella todavía no sabía como sentirse.


No lograba captar si había dolor o el dolor se había ido. No sabía que seguía haciendo el doctor, y tampoco le
importaba.


Sus ojos estaban justo con su pequeña.


Al rato, Pedro la traía envuelta en una mantita color rosada y con gorrito del mismo color.


No lloraba, ni gritaba. Estaba tranquilita con las manitos en
movimiento. Las cerraba y las abría como buscando algo. 


Era tan graciosa.


Tenía los ojos abiertos, muy abiertos.


Mirándolo todo, descubriendo todo por primera vez.


Instintivamente se estiró para tocarla y la sintió tan suavecita que su corazón se derritió.


—Hola, Eva. – dijo emocionada.


—Barbie, es hermosa. – Pedro también estaba emocionado. 


Tenía los ojos algo vidriosos, aunque seguramente
estaba tratando de disimularlo.


La pequeñita abría la boca y bostezaba apretándose los ojitos con los puñitos.


Una de las enfermeras entró.


—Ahora te vamos a pasar a sala común para que puedas alimentarla. – sonrió. —Me parece que tiene sueño.


—Si. – dijo riendo.


En la sala común, Eva había cenado y ahora estaba totalmente dormida.


Todos sus conocidos se habían turnado para entrar y conocerla, pero casi en puntas de pie para no despertarla.


Según su madre era igual a ella cuando era una bebita. 


Pero, obviamente cuando entró Elizabeth, dijo que era
igual a Pedro cuando era chiquito. Los dos se rieron.


Flor se emocionó hasta las lágrimas y se autonombró madrina. No le había dado la oportunidad de decirle que ella ya la había elegido para que lo fuera, porque ya se había impuesto.


Iba a ser su tía favorita y la iba a malcriar.


Mateo se había enamorado a primera vista. Le había puesto el pulgar dentro de su manito y Eva se lo había sujetado con fuerza.


—Hola, Eva, princesita. – se acercó para mirarla bien. —Yo quiero una así… mirá lo que es…


Ana lo miraba con el ceño fruncido sin decir nada.


—Pueden tener uno ahora, y serían compañeritos de jardín. – dijo Pedro mirando a su amiga que ponía los ojos en blanco.


—Vas a tener que dejar la noche, Mateo. – dijo Pau muerta de risa.


—No me importaría. Ella ya lo sabe. – se encogió de hombros. —Pero no quiere.


Pedro, viendo que el ambiente empezaba a cargarse sacó al modelo con la excusa de ir a tomar un café.


—Qué no querés? – preguntó Pau.


—Quiere que me case con él. El pibe está loco. – dijo indignada. —Que me quiere y no sé que otras cosas…


—Y vos no lo querés? No querés casarte? Formar una familia? – miró a Eva con cariño.


Su amiga se quedó pensativa por un momento.


—No le digas nada… pero si. Si lo quiero, pero no sé si estoy lista para todo lo que él quiere. Tenemos un ritmo
diferente. – suspiró. —Me desespera.


Paula rió.


—Son iguales.


Ana se tuvo que reír también.


—Por eso es que nos vamos a dar contra la pared en cualquier momento.


—No… yo creo que van a terminar bien. Juntos. Van a encontrar la manera.


Anabela sonrió y después de darle un besito a Eva y otro a su mamá, se fue a donde estaba su novio. De repente
necesitaba tenerlo cerca.


Cuando todos se fueron, era muy tarde.


Habían hecho una excepción y habían dejado que demasiadas personas pasaran y no podían quedarse porque
había otras embarazadas y bebés recién nacidos que necesitaban descansar.


Tenía una pieza para ella sola, con un sillón enorme al lado de su cama y la cuna, que iba a ser en donde Pedro
dormiría. No pensaba dejarlas solas.


Agotados se fueron a dormir y apenas apoyaron la cabeza en la almohada cayeron rendidos.


A los pocos minutos se despertaron por el llanto de Eva.


Oh, su pequeñita tenía pulmones.


Se levantó y la alzó. Después de alimentarla y mecerla un rato se calmó.


Le dio un besito en la frente y la volvió a acostar.


Su esposo se había despertado y estaba sentado mirando. 


Cuando vio que se podía volver a acostar, lo hizo.


Dos minutos después, otra vez lloraba.


Esta vez fue él quien se levantó y con toda la delicadeza del mundo la alzó y la abrazó. Parecía haberse dormido en sus brazos, así que ella también se permitió dormir.


En vano.


Al rato volvía a llorar.


Los tuvo toda la noche despiertos.


La habían paseado, alimentado, cambiado, cantado, mecido, abrazado… y nada.


Les iba a estallar el cerebro en cualquier momento. El le insistía con que durmiera mientras la cuidaba, pero era imposible dormirse con semejante griterío.


Tan chiquita y con tanto carácter.


Cuando lograron hacerla dormir era de día, y la enfermera pretendía hacerle los controles. Suspiró.


Iban a ser meses muy largos.








CAPITULO 139



Decidió que ya que estaban todos en la ciudad para verla, haría un Baby Shower. Estaba en la semana 37 de su
embarazo, y si no lo hacía ahora, no tendría otra oportunidad. Además estaban tan cerca de las fiestas, que era una linda oportunidad para estar todos juntos.


Se puso un vestidito de gaza blanco que había comprado con Elizabeth, y se ató el pelo con una trenza de costado.


Afuera hacía un calor de mil demonios, así que con Pedro habían organizado todo para hacerlo dentro del departamento.


Estaba todo decorado en colores blanco y rosa, pero de manera elegante.


No había chupetes gigantes, ni tortas con forma de bebés. 


Cosa que, por cierto, le parecía una idea macabra.


Pero había comida, eso si.


Montones y montones de comida.


Gerard, estaba tan emocionado como ellos y como no podía decidir que menú hacer, había hecho varios. Platos fríos, algunos más tradicionales, postres, mesa dulce, bandejas de frutas, otras con carnes y algunas opciones vegetarianas.


Ella se había quejado entre risas de que la quería seguir engordando, pero no la tuvo en cuenta. Según él, ella no había engordado lo suficiente.


Estaba de nueve meses y había aumentado exactamente 10 kilos.


No era mucho, si se tenía en cuenta que Eva pesaba más de 2.


De todas maneras ya había decidido volver a su dieta sana, y a entrenar apenas su médico se lo permitiera. Marcos le había dicho que él mismo se encargaría.


Era tan difícil imaginarlo.


Antes corría por horas, y ahora a duras penas se obligaba a caminar.


Porque si no lo hacía, sus tobillos se hinchaban como globos.


Pero le pesaba todo.


La presión en la parte baja de su cadera era demasiado para estar mucho tiempo de pie.


Sentía como la pequeña Eva tiraba hacia abajo amenazando con partirla a la mitad.


Tenía días buenos también.


Y hoy era uno. Se sentía de buen humor, y con pocas molestias.


Había podido dormir 8 horas para variar, y estaba fresca como una lechuga. Tenía la piel tersa y suave, así que no había tenido que maquillarse mucho.


Solo un poco de rimmel y estaría perfecta.


Se estaba terminando de peinar cuando vio entrar a su esposo en la habitación.


El sonrió y parándose detrás de ella, enfrentando el espejo, le dijo.


—Hoy estás más linda que nunca. – le besó el cuello con cuidado. —Tengo algo para vos.


—Algo para mi? – preguntó.


El asintió y le tomó una mano.


Mientras la besaba sacó de su bolsillo una cajita azul rectangular, que era más larga que ancha.


Ella la abrió y se quedó mirándolo con emoción.


Un precioso brazalete de oro blanco. Era una cadena fina y delicada, pero con personalidad de la que colgaban tres dijes de diamante en forma de pequeños corazones.


—Los más grandes tienen nuestros nombres gravados del otro lado y este chiquitito dice “Eva”. – ella le sonrió de nuevo con los ojos vidriosos. No sabía que decir.


Pedro…es… – las lágrimas le caían como cascadas.


—Te la tendría que haber dado antes de que te maquillaras.


Los dos rieron.


Ella estiró la mano para que le pusiera su regalo y él con mucho mimo lo hizo.


No pudo contenerse y lo tomó del rostro besándolo con ternura. Estaba manchándolo con sus lágrimas, pero no
les importó.


Su corazón latía deprisa y la bebé pateó en respuesta. Los dos llevaron las manos a la panza de manera instintiva y
sonrieron.


Esa misma tarde la casa estaba llena. Toda su familia, Nico, Flor, Ana, Mateo, Amanda, Cat, Marcos, Coty, Mica, gente de la productora, Eduardo, Walter y su pareja, varios amigos
modelos de Pedro, Francisco, Elizabeth, no faltaba nadie.


Todos la habían llenado de regalos, y se habían puesto hasta arriba de comida.


Nico y Flor no se sacaban las manos de encima, y era algo incómodo de presenciar. Sobretodo porque estaban sus padres ahí. A su esposo parecía hacerle gracia de todas formas. Le daba codazos cada vez que se ponían a besarse descaradamente.


Ella suspiró.


Era bastante probable que ellos dos hubieran dado el mismo espectáculo unos meses atrás…


Cat estaba charlando con Amanda y parecían estar llevándose bien. Había algo en los ojos verdes de la socia de
Pedro. Mmm…si.


Le gustaba Amanda. Le gustaba mucho. Y ella no parecía para nada indiferente a sus encantos tampoco.


Sonreían y se decían cosas al oído.


Eduardo estaba, como no, tratando de levantarse a Mica. 


Por Dios, que era esto? Un baby shower! Nadie se daba
cuenta? Le daba risa ver como la modelo lo ignoraba y trataba de sacárselo de encima cada vez que podía como a una mosca molesta.


Marcos y Coty estaban de la mano y charlaban con su familia tranquilamente.


Ya habían solucionado las cosas, y la chica se había disculpado hasta el cansancio, pero su relación había
quedado rara. Nunca volvería a ser lo que una vez fue.


Francisco y Elizabeth se habían saludado secamente cuando entraron, pero ahora estaban en el mismo grupo de
gente charlando cordialmente.


La llegada de su nieta, los había unido un poco. Al menos lo suficiente para tener un trato educado, y no matarse cuando estaban en la misma habitación.


Y eso ya era bastante.


Al lado suyo Mateo y Ana parecían estar teniendo una de sus peleas. No pasaban una semana sin que alguno
quisiera cortar. Ambos tenían personalidades fuertes, y chocaban. Pero cuando estaban bien, nadie podía negar
que ahí existía más que atracción física.


Esos dos se querían. Se adoraban, con el mismo fuego con el que se peleaban.


La fiesta había sido un éxito.


Había sido divertida y la había pasado bien, hasta cierta hora. Ahora estaba cansada y todos hablaban fuerte,
la música estaba muy fuerte también.


Eran tantos, Dios. Tenía ganas de sacarlos a patadas, para poder meterse en su pijama y acostarse entre almohadas.


—Les digo que se vayan? – dijo Pedro sonriéndole mientras le masajeaba la parte baja de la cintura.


—Por favor. Antes de que empiece a odiarlos. – suplicó.


Estaba a punto de hacerlo cuando un grito de ella lo dejó helado.


Se llevó las manos a la panza.


Sentía un dolor agudo y filoso que iba desde un costado de su cintura y se prolongaba hacia delante, hacia la parte
baja de su vientre.


Duró solo un rato, pero la había dejado asustada.


Empezaba a reponerse, mientras todos los demás le indicaban que se recostara y levantara apenas los pies.


Ya había tenido contracciones antes. Las benditas Braxton Hicks, así que sabía que con calma se le pasaría.


Pero justo cuando estaba por tranquilizarse un nuevo calambre la dejó sin aire.



****


El grito que pegó, le dijo a Pedro que no eran las mismas contracciones.


Tomó a su esposa con delicadeza y la condujo al ascensor, sin saludar a nadie. Todos los invitados se habían quedado sorprendidos, pero Carla, su suegra, les había pedido calma y que se organizaran.


Los seguirían al hospital de a grupos.