martes, 22 de diciembre de 2015

CAPITULO 111





A la mañana siguiente, se levantó con el estómago revuelto. 


No había tomado nada la noche anterior, pero sin dudas la trasnochada no le había sentado bien a su gastritis. 


Haciendo acopio de toda su voluntad, se dispuso a empezar
el día. Se duchó rápidamente y se fue a desayunar a la sala. 


No había señales de su compañero por ningún lado.


Seguramente todavía dormía.


Estaba a punto de levantarse para cambiarse cuando escuchó la puerta de entrada.


Pedro.


Dando saltos y gritos, corrió a abrazarse a su querido esposo. Estaba hermoso. Hacía solo semanas que no se
veían, pero lo veía hermoso. Había optado por dejarse la barba, y llevaba el pelo cortado de manera moderna y
despeinada. Y su perfume. Oh por Dios.


Ese perfume.


—Hola mi amor. – le dijo besándolo profundamente.


—Hola, Barbie. – la abrazó. — Qué linda estás.. – sonrió.


—No te esperaba. No me dijiste que venías.


—Lo decidí a último momento. Aunque anoche te quise decir, y no me atendiste.


—Estaba en un evento de presentación en un boliche. Y estaba trabajando, había mucho ruido, no podía hablar. – le explicó.


—Sola? – preguntó levantando una ceja.


Y se acordó. Mateo estaba por ahí durmiendo. Y la cara de Pedro le decía que estaba algo… celoso. Desde que
había visto las fotos se sentía así. Sus intenciones eran buenas, pero ahora a la luz del día, ya no le parecía una buena idea haber invitado a su compañero.


Y justo cuando estaba por contestar, la puerta de la sala se abrió y entró Mateo semidesnudo, con una toalla sujeta en la cintura.


Ella estaba más que acostumbrada a verlo así, y entre ellos había la suficiente confianza… pero Pedro se había quedado congelado.


Su compañero también se había quedado petrificado en el lugar. Como si quisiera salir corriendo. Cuál hubiera sido el sentido? Ya lo había visto.


Entornó los ojos a modo de disculpa hacia Paula.


Tuvo que romper el silencio.


—Mateo, mi esposo. Ya se conocen. – se puso roja. —Se quedó a dormir, porque volvimos tarde y vive lejos.


—Hola. Cómo estás? – le dijo Pedro queriendo aparentar tranquilidad.


—Hola. Mil disculpas. Solamente salí así porque me dejé mi bolso con el cambio de ropa acá adelante. – dijo atajándose con las manos. Articuló un “perdón” con los labios a Paula cuando está lo miró.


Ella asintió sin saber que más hacer. Los nervios no hacían nada bueno para el estado de su estómago, y en el
momento menos oportuno tuvo que salir corriendo al baño conteniendo una arcada.


Salió minutos después y Mateo, por suerte, ya estaba cambiado.


Pedro la abrazó y le sirvió un té para que se sintiera mejor, y la hizo recostar.


Su compañero la saludó y se ofreció a hablar con Walter para decirle que ese día no iría a trabajar.


Se sentía terrible.


Por otro lado, su esposo no había dicho nada de la presencia de su compañero, ni le había preguntado donde había dormido, ni nada. Se había enfocado en hacerla sentir mejor. Lo veía preocupado.


Había tenido días muy buenos, y le parecía de lo más injusto que cuando su marido volvía de visitas, ella tenía que
ponerse mal nuevamente.


Por suerte, en cuestión de media hora ya estaba recuperada por completo. Incluso tenía hambre, pero no se arriesgó a comer algo tan pronto por las dudas. Se mantuvo hidratada y esperó cerca de 2 horas para recién tomarse un té con tostadas.


Pedro le había querido sacar turno para el día siguiente, pero ella no lo dejó. Tenía que terminar con la producción en la que estaba trabajando, cuanto antes.


De todas formas, el médico que la había visto antes, le había recetado unos antiácidos que parecían estar solucionando sus problemas, por el momento.


Volvía a sentirse como ella.


Y él, al ver que se sentía de nuevo bien y comía con normalidad, no siguió insistiendo en el tema.


Habían aprovechado al máximo los días en que él había viajado.


Un fin de semana, decidieron ir a Córdoba y visitar a la familia de Paula, que hacía un tiempo no veía.


Ese sábado llegaron y se instalaron en el hotel temprano en la mañana, y cerca del mediodía cayeron de sorpresa a la casa de sus padres.


Estaban… que no podían creerlo.


En seguida, dejaron todo lo que estaban haciendo e improvisaron un asado para agasajarlos.


—Cómo van las fotos, amor? Vimos las que nos mandaste la semana pasada... – dijo su madre mirándola de manera cómplice. —Jugadas… no?


Paula se rió. Le había mandado unas en donde estaba posando con Mateo, con piezas de pijama. Si hubiera visto las de lencería, no diría que esas eran jugadas.


—No tanto. La verdad es que yo no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, pero todos me enseñan. – contestó ella
sonriendo.


—Divino el modelo además. – comentó su madre distraída. —Está muy bien el chico.


Tanto Luis como Pedro se miraron y después las miraron resoplando con mal humor.


—Esos tatuajes de colores son horribles. – comentó el padre con cara de disgusto.


—A él le quedan bárbaros… si te lo haces vos… mmm… – contestó Carla, bromeando con su esposo.


Todos se rieron, menos Luis.


—No sé. A mí me parece un poco… “gordo” no es la palabra. Pero no le da el físico para modelo. Llega hasta modelo de catálogo, como mucho. – dijo Pedro.


Se quedó helada. Todos reían y seguían charlando normalmente, pero a ella el comentario le había caído como
una piedra. Después de todo lo que Mateo había pasado, de lo que había tardado en recuperarse de su enfermedad, para que el tema fuera tomando de manera tan ligera. Sin poder
quedarse callada, tuvo que decir algo.


—Si él es gordo, entonces yo que soy? Obesa? – le clavó los ojos sin rastros de humor.


—Y-yo nunca dije eso. – tartamudeó él. —No es el típico cuerpo de modelo de alta costura, eso estoy diciendo. En las pasarelas de Europa…


Ella lo interrumpió casi escupiendo las palabras.


—Son ese tipo de dichos y de presión la que llevan a muchos de esos modelos a enfermarse y morir. – dejó el
vaso que tenía en la mano violentamente en la mesa. —Y es raro viniendo de vos, que aparentemente estás tan preocupado por mi nutrición. Ese doble discurso, no te lo entiendo.


Se levantó dejándolos a todos con la boca abierta, y se fue a la que había sido su habitación.


Cualquiera.


Había tenido una reacción exagerada, ridícula y hasta inmadura.


Que tenía 12 años? Desde cuando tenía esos arranques?


No había aguantado escuchar como hablaban de cosas que no sabían. No pudo evitar acordarse de su compañero y su mirada triste, confesándole el infierno por el que había pasado, tratando de ayudarla. Pero ahora en su cuarto, reconocía que no era para tanto.


En ese momento escuchó que golpeaban la puerta. Poniendo los ojos en blanco la abrió y lo dejó pasar.


—Todo bien? – le dijo mirándola cauteloso, como si se tratara de un animal salvaje a punto de atacarlo.


Ella se mordió el labio para no reírse. Estaba un poco bipolar. Sería para alarmarse?


—Perdón. – dijo tapándose la cara. —Se ve que estoy un poquito susceptible con el tema.


El asintió.


—Tenés razón.


—No, sé que exageré… no lo dijiste con esa intención. Cualquiera. Me siento re tonta, perdón.


El negó.


—No. Tenés razón, ese tipo de comentarios aparentemente inofensivos, hace que algunas personas que están atravesando momentos difíciles, tomen malas decisiones y se enfermen. Es verdad. Lo vi mucho cuando modelaba. – suspiró. —Si bien, estaba refiriéndome a un tipo específico de modelos, como decir: ehm… yo soy muy flaco para fisicoculturista, o… muy torpe para hacer deporte. Me expresé mal.


Ella asintió y él bajó un poco la mirada y se mordió un poco el labio.


—Lo dije de celoso, en realidad. – puso los ojos en blanco. —Tiene buen cuerpo, y todo eso… que sé yo… – dijo
restándole importancia.


Rompió a reír con ganas. Hacían una buena pareja, siempre compitiendo a ver quien era el más inmaduro. Después
recordó que para él, el fenómeno de los celos, era algo nuevo, a lo que no estaba acostumbrado. Nunca sabía como iba a reaccionar. Era adorable cuando se ponía así.


—Estás celoso de Mateo? – le preguntó ella entre risas.


El frunció los labios y las cejas molesto, y luego al verla reírse a carcajadas, sonrió. Se le tiró encima, tomando sus manos a los costados de su cabeza para que no se moviera.


—No te rías de mi, Barbie. – le mordió los labios.


—Es que sos gracioso.


—Ah si? – entornó los ojos.


Ella asintió.


Sin darle tiempo para nada, la besó con fuerza, tomando su boca desesperadamente. Sus manos rodeándola por completo, pegándose a su cuerpo, haciéndola suspirar con
fuerza.


Ella enroscó los dedos en su pelo, acercándolo. Sintiendo como todo en ella empezaba a prenderse fuego al escuchar la respiración trabajosa de él.


—Te llevaría ya al hotel. – le dijo con la voz ronca. – sonrió. —Pero quiero salir a pasear un rato, y quiero que me muestres un poco tu ciudad, para variar.


Ella asintió devolviéndole la sonrisa.


Acomodándose la ropa y el pelo con torpeza, y con las piernas todavía un poco flojas por la efusividad de ese
beso, salió. Pedro la siguió un segundo después y tras despedirse salieron a caminar.


Lo había llevado a conocer La Cañada, una obra de encausamiento de un arroyo, que se extendía por cuadras y
quedaba ubicada dividiendo las calles por la mitad, con sus piedras, y sauces.


Un paisaje típico de la Capital. Algo que tenía que conocer si o si.


Habían llegado hasta El Paseo de las Artes, en donde un montón de artesanos vendían sus productos al ritmo de música tocada también por artistas de la zona. Se había hecho casi de noche, y estaba totalmente iluminado y lleno de gente. Pedro estaba encantado con lo que veía. Quería comprarse todo. Ella solo sonreía y lo arrastraba de aquí para allá.


Cansados de tanto caminar, y algo hambrientos, decidieron sentarse en uno de los bares que rodeaban el paseo. Se
vendían comidas típicas, y totalmente autóctonas. En algunos lugares, incluso, daban la opción del mate y lo servían con pan casero y dulces que ellos mismos preparaban.


Estaban a punto de sentarse cuando Paula se quedó congelada. Se había quedado sin aire y sin sangre en el
cuerpo.


Nadia, su ex amiga. Caminando en dirección hacia donde ellos estaban, de la mano con quien? Si, David. Su ex. Y
eso ni siquiera era lo que la había dejado en ese estado de shock.


No lo podía creer.









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