domingo, 27 de diciembre de 2015

CAPITULO 130





Cuando se despertó, él todavía dormía.


Tomando aire, y armándose de paciencia, volvió a hacer el mismo trabajo que había hecho el día anterior.


Ordenó y limpió todo hasta el cansancio.


Tirando cada botella, petaca, o sustancia que pudiera ser usada por Pedro para ponerse peor.


La historia se repitió 2 ó 3 días más. Ella lo cuidaba de día,
conteniéndolo, acompañándolo mientras él se sentía una mierda, para a media noche encontrárselo dado vuelta, y
terminar en la cama. Había probado todo, pero él se escapaba y tomaba a sus espaldas cuando no lo veía, cuando dormía o cuando iba de compras.


Pero ella era testaruda, y como nunca, estaba armada de paciencia.


Se daba cuenta de que la miraba lleno de culpa, de vergüenza, de repulsión por el mismo. No se aguantaba, y sus horas sobrio se las pasaba arrepintiéndose por todo. 


Pero era como si no tuviera control. Qué lo hacía volver a tomar? Se lo había preguntado unas mil veces, y solo podía
decir que cuando la garganta le apretaba y el aire empezaba a faltarle, tomar algo lo calmaba. Esto no podía seguir así. Y
aunque le había prometido que no lo haría, si hacía falta, tendría que pedir ayuda.


Un día, cuando despertó y no lo vió a su lado, se paseó por todos lados y nada. No estaba.


Abrió la puerta del baño y se lo encontró tirado en el piso.


La reacción más común en ella hubiera sido empezar a los gritos, pero no. Era momento de ser práctica. Llamó al 911, y mientras mojó una toalla para pasársela por el rostro. 


Respiraba, pero estaba totalmente desmayado.


El miedo corría por su sangre, haciendo que le latieran hasta los pelos de la cabeza.


Eran tan jóvenes, sabían tan poco del otro…


Nunca se hubiera imaginado vivir algo así con él.


Después de un momento todo empezó a moverse a toda velocidad. Paramédicos, la camilla, una ambulancia, el hospital. Estaba fría.


Dios.


Temblaba, estaba helada.


Tras mirarle las pupilas con una pequeña linternita, se lo llevaron a emergencias para un lavaje de estómago
y no la dejaron entrar. Qué había tomado?


Recién cuando estuvo sola en la sala de espera, se pudo dar el lujo de desesperarse. Y si le pasaba algo? Tocó su panza. 


No, por Dios. Que no le pasara nada.


Si algo le pasaba ella se moriría.


No podía imaginarse la vida sin él. Lo amaba desde el primer momento.


Pedro


El mismo que la había conquistado, convirtiéndose en la persona más importante de su mundo. El mismo que la hacía reír, enojarse, llorar… que la volvía loca y que la llenaba de ternura.


El que era capaz de protegerla de su ex y con la misma hombría, le cantaba una canción en el piano y la estremecía
hasta las lágrimas.


El que podía verse como un supermodelo y sexy a morir con solo su pantalón pijama de conejitos y hacía que el resto de los hombres fueran sosos a su lado.


El que había cambiado toda su vida por su amor. Había abierto su corazón para él, y él por primera vez también lo
había hecho. La amaba. Con desesperación. Sin importarle las diferencias, las opiniones de su familia, ni la edad. El estaba convencido que ella era la mujer con la que quería
compartir toda su vida, y le había propuesto matrimonio a meses de vivir juntos.


La había hecho la persona más feliz del mundo. Se había jugado una y otra vez por ella, y la había elegido por
sobre todas las modelos preciosas que conocía.


Cómo habían llegado a esto? El pecho se le comprimía entre sollozos mientras esperaba noticias de los médicos.


Quería abrazarlo, tenerlo cerca… poder sentir que todo estaba bien.


Estaba empezando a volverse loca.


Tomó su teléfono celular y llamó a Londres, no podía seguir sola.


Elizabeth viajaría cuanto antes. Al llamarla, había sido cuidadosa para contarle la situación y había tenido todo
el tacto que había podido, pero estaba tan asustada que su sufrimiento era evidente. Su suegra le había pedido calma, y que descansara. Tenía que cuidarse pensando en su bebé, pero ella no podía ni moverse del lugar, menos aún irse a dormir.


Cuando uno de los doctores salió, le explicó que gracias al lavado de estómago que le habían hecho a tiempo, habían impedido que el alcohol entre otras sustancias que había consumido se fijaran en el cuerpo intoxicándolo.


Aunque había otra palabra que había utilizado… “envenenándolo”. Eso era precisamente. Ahora descansaba, y estaba estable, se iba a recuperar por completo en unas horas, y después de hacerle algunos estudios le darían el alta sin más complicaciones.


También le dijo que se había salvado por su rapidez en llamar al 911.


Había actuado de la manera correcta.


Gracias a ella estaba vivo. Un frío le corrió por la espina. No sabía si sentirse aliviada, o gritar de horror. Y si no hubiera estado ahí para él? Algo le había dicho que viajara. Era demasiado para asimilar. Pero ahora lo único que podía pensar era en él.


Pidió permiso para verlo, y la dejaron pasar. Se sentó en la silla que estaba al lado de su cama y sosteniéndole la mano, por fin, se dejó ir. Un llanto catártico, de puro dolor, y puro agradecimiento. Todavía estaba con ella.


Miró hacia arriba, como implorando al cielo que nunca más
tuviera que pasar por una situación similar.


Todo su cuerpo se relajó de golpe, y sin quererlo se fue quedando dormida.


Al despertarse, él todavía dormía tranquilo.


Tenía un poco de hambre, pero no quería levantarse de su lado por si reaccionaba, así que se quedó quieta.


Un enfermero, que estaba al tanto de que ella estaba ahí, le acercó una bandeja con té y algunas masitas bajas en sodio. Algo era algo. Por lo menos la mermelada que ponían era dulce.


Mmm.. ese shock de azúcar era lo que necesitaba para despertar. Todo su cuerpo se lo agradeció.


Y como siempre le pasaba a esa hora del día, la sintió. Las pataditas de su bebé. Se llevó ambas manos y con cariño se masajeó el lugar en donde la había sentido y sonrió al sentir que volvía a patearla, casi en respuesta.


Estaba tan abstraída, que no se dio cuenta de que su esposo se había despertado y llevaba algunos minutos mirándola.


—Estás bien? – fue lo primero que dijo. Tenía la voz ronca por el lavado, pero aun así pudo percibir su preocupación. La había visto tocarse la panza.


—Si. Perfecta. – lo besó con cuidado. —Y vos vas a estar bien, así que esta todo bien. – sonrió.


—Te tocabas la panza. Te duele algo?


—No. – se volvió a tocar. —Se mueve. Hace unos días empezó a patear.


El abrió los ojos de par en par y se quedó mirándola como si fuera de otro planeta. Qué estaría pensando? No quería abrumarlo. No era el momento.


Así que optó por cambiar de tema.


—Vos cómo te sentís?


—Mal. – tosió tocándose la garganta. —Qué me pasó? No me acuerdo de nada. – dijo bajando la mirada, con vergüenza.


—Me desperté, no te vi. Estabas en el baño tirado. Te habías desmayado. Tuve que llamar a emergencias y ellos te trajeron y te hicieron un lavado de estómago. – estaba haciendo un esfuerzo para no volver a quebrarse. —Pero
como te dije, vas a estar bien.


Sonrió.


—Perdón, mi amor. – apretó su mano. —Volvete a Buenos Aires, Paula. Esto no te va a hacer bien. Estoy hecho una mierda.


Ella negó con la cabeza y volvió a cambiarle de tema para no hacerlo sentir mal.


—Trajeron un desayuno para mí. Vos todavía no podés comer. Vas a tener que tomar mucho líquido. – sintió una
fuerte patada y se llevó la mano a la panza otra vez de manera inconsciente.


El la miraba hipnotizado.


—Puedo? – preguntó con timidez.


—Si. – sonriendo se acerco y tomó su mano con cuidado la llevó a la zona de su barriga donde más patadas sentía.


—No siento nada. – dijo.


Y bastó eso para que su pequeña respondiera de manera brusca sobresaltándolos.


Se miraron a los ojos por unos instantes. Unos instantes mágicos en donde le pareció haber visto al viejo Pedro. Al mismo que había ido a buscar a Londres. Ese mismo que le había dicho que sí en el altar.


Un amague de sonrisa de él apretó su corazón con un sentimiento cálido. Y como no, la bebita volvió a patear.


Los dos rieron. Rieron como si nada. Olvidándose del entorno, del contexto, de las circunstancias.


Se miraban a los ojos y en ellos había esperanza.


El tiró de su mano hasta tener su cara en frente y la besó. 


Tomándola del rostro con ambas manos. Con urgencia,
con necesidad, y sobretodo con muchísimo amor.



****


Pero, que estaba haciendo? Cómo podía hacerle esto a su mujer y a su hija?


Era como si la bebé, que aun no había conocido estuviera dándole patadas y trayéndolo a fuerza de golpes a la realidad. Necesitaba dejar de hacer el tonto y comenzar a comportarse como un hombre.


Hasta ahora había pensado en ese embarazo y en la paternidad como un mero concepto. Ahí, en el limbo. Nada
concreto.


Pero su mundo acababa de ponerse de cabeza.


Esa bebé estaba ahí, era una persona. Dependía de él. 


Contaba con él. Preparándose para venir al mundo en
unos meses y enfrentarlo todo. El no podía ser menos.


Si ella estaba lista para ser su hija, él tendría que estar listo para ser su padre.



****


Antes había sido cuestión de mirarse para estar en esa burbuja en donde no había nada, y ahora era ese momento, ese pequeño acontecimiento que los aislaba también.


Estaban en su propia burbuja.


Su burbuja de 3. No entraba nada ni nadie más.







CAPITULO 129





Desde que se habían casado ella tenía un juego de llaves de las tres propiedades de Pedro, que ahora eran también de ella. Su departamento en Buenos Aires, la casa en Londres, y su otro departamento en Nueva York, así que entraría sin llamar.


En Estados Unidos el clima estaba algo caluroso, pero a ella las manos le temblaban cuando estuvo a punto de abrir la puerta.


Mierda.


Tenía miedo.


Y si lo encontraba con alguna mujer en la cama? Y si estaba con varias? Y si estaba desmayado? Inconsciente? O peor? 


No, no, no. No podía pensar así.


Entró y el alma se le cayó a los pies.


El lugar era un basurero. Restos de comida, botellas de las mas variadas desparramadas por todos lados y un olor
espantoso que no quería ni saber de donde provenía.


No había mujeres. Eso era algo.


Respiró aliviada cuando lo escuchó roncar en la habitación. 


Estaba vivo. Corriendo lo fue a ver y por poco empieza a llorar de la emoción. Se lo veía tan adorable. Dormido de costado, con la ropa puesta y el celular en la mano.


Acercándose, le sacó los zapatos y dejó el teléfono en la mesita del lado.


La pantalla se encendió con la llegada de un mensaje y pudo ver que de fondo estaba ella. Sonreía para la cámara y tenía una mano en su entonces pequeña pancita. Era del día que se habían enterado el sexo del bebé.


Se acercó y le dio un beso en la frente.


—Qué te pasó, amor? – dijo por lo bajo.


Seguramente estaría dormido por unas horas más, así que para hacer algo se puso a limpiar y a ordenar todo para
que el sitio fuera habitable otra vez.


Y horas después, lo había logrado.


Se fijó en la heladera, pero solo había botellas de cerveza y sobras de comida china. No quería dejarlo solo, así que más tarde tendría que pedir algo.


Como a las 6 de la tarde tocaron el timbre, pero Pedro, no respondió.


Todavía dormía profundamente, y no lo escuchó. Ella estuvo a punto de abrir la puerta cuando escuchó.


Pedro! Dude, wake up… we are going to a party! Lets go! (Pedro! Amigo, despertate… nos vamos a una fiesta. Vamos!) – golpearon hasta cansarse, pero no les abrió.


Cansados y pensando que no había nadie en casa, se marcharon mientras gritaban y aplaudían por el pasillo.


Justo en ese momento escuchó que Pedro estaba despierto y salía del baño.


A los tumbos volvió a acostarse, o mejor dicho a desplomarse en la cama dándole la espalda a la puerta.


Alcanzó un control remoto y de todos los rincones comenzó a sonar una música electrónica estruendosa que por poco la deja sorda. El no parecía molesto. Rodó hasta quedar boca arriba y se tapó los ojos con un brazo mientras con el otro buscaba algo al pie de la cama. Ella sabía qué. Una botella de vodka que acababa de tirar. Se había desecho de todo el alcohol que había encontrado.


Al no encontrar lo que buscaba abrió los ojos. Estaban desenfocados y tan rojos que a Paula el corazón se le
partió en pedazos. Qué te paso? – pensaba.


Se acercó a la cama y él se sobresaltó. Se sentó rápido y se golpeó con la cabecera mientras se incorporaba.


—Qué haces acá? Cuándo llegaste? – dijo con la voz rota. Parecía aterrorizado. Como si hubiera visto un fantasma.


—Vine a buscarte. – se sentó cerca de él. —Recién llego. – las lágrimas comenzaron a mojarle las mejillas. — Qué te pasó, mi amor?


—No, andate. No quiero que me veas así. – corrió su rostro tapándose con la almohada. —Andá Paula, por favor. No te quiero acá.


Le dolía su rechazo, pero iba a tener que esforzarse más, ella no pensaba irse.


—En las buenas y en las malas, Pedro. En la salud y en la enfermedad. No me voy a ir. – tiró de su brazo para que la mirara. —Perdoname, mi amor. No sabía que estabas así.


El la miró y sin poder seguir aguantándose la abrazó. Le besó el cuello, la mandíbula, las mejillas y se quedó mirándolo a los ojos.


Ella apoyó su frente en la de él.


—Te amo, Pedro.


Al escucharla, cerró los ojos con dolor.


Paula tomó su rostro con las manos y lo acarició suavemente. Lo había extrañado tanto, y le dolía tanto el
corazón por verlo así, que necesitaba de todo el contacto físico que pudiera tener.


Cuando la miró tenía los ojos vidriosos.


—No podía hacerte esto, Barbie. – la voz se le quebró. —Te mereces mucho más. – llevó una de sus manos a su panza. —Se merecen mucho más.


Ella negando con la cabeza se acercó de nuevo a él y lo besó. Dulce y suavemente. Hasta sentir como sus mejillas se mojaban. Pero no eran sus lágrimas. Eran las de él.


—No me estás haciendo nada… hablemos. Por qué estás así? – tomó aire. —Por qué no me contaste lo que te había pasado hace unos años?


El se separó apenas para mirarla y se secó de manera brusca los ojos con la manga de su camisa.


—Me daba vergüenza. Me da vergüenza. Que estés acá… y yo así. – arrugó la nariz. —Me odio en este momento.


—No tengas vergüenza. Me podés contar lo que sea, yo te voy a seguir amando igual. No me voy a ir a ningún lado. – lo besó.


El le devolvió el beso y la abrazó hundiendo la nariz en su pelo.


—Hmm… te extrañé. – suspiró.


—Yo más. – lo tomó de la mano y lo llevó al baño. —Vamos a darnos una ducha.


El sonrió apenas.


—Tengo olor a muerte.


—Un poquito. – reconoció ella sonriendo también.


Estaba inestable, y le costaba no perder el equilibrio, pero lo ayudó a bañarse cuidadosamente. De a poco los colores iban volviendo a su rostro, y se lo veía más sobrio. Lo secó y cambió como a un niño pequeño y después de cambiarle las sábanas, lo acostó y arropó con cariño.


Pidió sopa de pollo, y de apoco también le ayudó a comerla. 


No decían nada. Tan solo estaban ahí. Ella, apoyándolo, sosteniéndolo… demostrándole todo el amor que sentía
por él. Más tarde esa noche, se quedaron dormidos como tantas veces lo habían hecho, abrazados.


Algunas horas más tarde se despertó sobresaltada. Otra pesadilla.


Se sentó en la cama y al no encontrar a su esposo, se asustó. Un ruido en la sala le dijo que por lo menos estaba en el departamento.


Estaba a punto de levantarse, cuando lo vió que entraba a la
habitación casi en zigzag. Mierda. Había estado tomando otra vez.


Pedro?


El se llevó el dedo índice a los labios.


—Shh… – se sacó la remera y el pantalón en pocos movimientos.


No llevaba ropa interior.


Se veía tan hermoso como siempre.


Estaba preocupada por él, pero no podía evitar que al verlo se le secara la boca.


El al ver su expresión sonrió mordiéndose los labios.


Se subió a la cama, y fue gateando hasta quedar por encima de ella.


Apestaba a alcohol.


—Esperá, Pedro… – quiso alejarlo con una mano, pero él sonriendo fue más rápido y comenzó a besarle el cuello.


—No pienses ahora, Barbie. – le mordió el lóbulo de la oreja. —Me muero de ganas…shh… Sus palabras,… sus húmedos y cálidos besos doblegaban su voluntad.


No podía resistirse. Las manos de Pedro, la tentaban por debajo de la ropa y la hacían arquearse de placer.


Apretando su cadera a la de ella, empezó a desvestirla.


—No, Pedro. Estás borracho… – quería negarse, pero era demasiado…


Le tomaba los pechos con ambas manos, se los besaba… muy lentamente.


Torturándola.


No podía seguir negándose.. No podía seguir hablando.


El bajaba cada vez más, hasta quedar entre sus piernas y comenzar una nueva tortura.Paula se agarraba con fuerza de la almohada y movía sus cadera, sin control. Hacía mucho que no se sentía así.


El, al verla jadeó y volviendo a su anterior posición fue hundiéndose con cuidado en ella.


Los dos soltaron el aire con un gemido mientras se acostumbraban a la sensación. Era maravillosa.


La besó con fuerza mientras se sujetaba a sus manos y se movía lentamente dentro y fuera haciéndola suspirar.


Todo su cuerpo se había alterado.


Lo deseaba, lo quería, lo necesitaba…


Lo abrazó con las piernas, hasta clavarle los pies al final de la columna, incitándolo a que se moviera más a prisa y más profundo.


El gruñó y aumentó la velocidad mientras le mordía el cuello haciéndola gritar.


Todos los estímulos eran demasiado fuertes, todos los
movimientos muy violentos, estaba fuera de sí. Y se dejó ir, libreándose.


Liberando su cuerpo de la angustia, liberando su mente de problemas, liberando su alma de miedos. Se entregó por completo a ese momento, a él y a todo lo que le hacía sentir.


El, tras dos movimientos se dejó ir también tensándose a su alrededor, y cayendo sobre su pecho entre gemidos.


Rodó para un lado y se quedó dormido casi al instante. Ella lo tapó con cuidado y abrazándolo se durmió también