Cuando se despertó, él todavía dormía.
Tomando aire, y armándose de paciencia, volvió a hacer el mismo trabajo que había hecho el día anterior.
Ordenó y limpió todo hasta el cansancio.
Tirando cada botella, petaca, o sustancia que pudiera ser usada por Pedro para ponerse peor.
La historia se repitió 2 ó 3 días más. Ella lo cuidaba de día,
conteniéndolo, acompañándolo mientras él se sentía una mierda, para a media noche encontrárselo dado vuelta, y
terminar en la cama. Había probado todo, pero él se escapaba y tomaba a sus espaldas cuando no lo veía, cuando dormía o cuando iba de compras.
Pero ella era testaruda, y como nunca, estaba armada de paciencia.
Se daba cuenta de que la miraba lleno de culpa, de vergüenza, de repulsión por el mismo. No se aguantaba, y sus horas sobrio se las pasaba arrepintiéndose por todo.
Pero era como si no tuviera control. Qué lo hacía volver a tomar? Se lo había preguntado unas mil veces, y solo podía
decir que cuando la garganta le apretaba y el aire empezaba a faltarle, tomar algo lo calmaba. Esto no podía seguir así. Y
aunque le había prometido que no lo haría, si hacía falta, tendría que pedir ayuda.
Un día, cuando despertó y no lo vió a su lado, se paseó por todos lados y nada. No estaba.
Abrió la puerta del baño y se lo encontró tirado en el piso.
La reacción más común en ella hubiera sido empezar a los gritos, pero no. Era momento de ser práctica. Llamó al 911, y mientras mojó una toalla para pasársela por el rostro.
Respiraba, pero estaba totalmente desmayado.
El miedo corría por su sangre, haciendo que le latieran hasta los pelos de la cabeza.
Eran tan jóvenes, sabían tan poco del otro…
Nunca se hubiera imaginado vivir algo así con él.
Después de un momento todo empezó a moverse a toda velocidad. Paramédicos, la camilla, una ambulancia, el hospital. Estaba fría.
Dios.
Temblaba, estaba helada.
Tras mirarle las pupilas con una pequeña linternita, se lo llevaron a emergencias para un lavaje de estómago
y no la dejaron entrar. Qué había tomado?
Recién cuando estuvo sola en la sala de espera, se pudo dar el lujo de desesperarse. Y si le pasaba algo? Tocó su panza.
No, por Dios. Que no le pasara nada.
Si algo le pasaba ella se moriría.
No podía imaginarse la vida sin él. Lo amaba desde el primer momento.
Pedro…
El mismo que la había conquistado, convirtiéndose en la persona más importante de su mundo. El mismo que la hacía reír, enojarse, llorar… que la volvía loca y que la llenaba de ternura.
El que era capaz de protegerla de su ex y con la misma hombría, le cantaba una canción en el piano y la estremecía
hasta las lágrimas.
El que podía verse como un supermodelo y sexy a morir con solo su pantalón pijama de conejitos y hacía que el resto de los hombres fueran sosos a su lado.
El que había cambiado toda su vida por su amor. Había abierto su corazón para él, y él por primera vez también lo
había hecho. La amaba. Con desesperación. Sin importarle las diferencias, las opiniones de su familia, ni la edad. El estaba convencido que ella era la mujer con la que quería
compartir toda su vida, y le había propuesto matrimonio a meses de vivir juntos.
La había hecho la persona más feliz del mundo. Se había jugado una y otra vez por ella, y la había elegido por
sobre todas las modelos preciosas que conocía.
Cómo habían llegado a esto? El pecho se le comprimía entre sollozos mientras esperaba noticias de los médicos.
Quería abrazarlo, tenerlo cerca… poder sentir que todo estaba bien.
Estaba empezando a volverse loca.
Tomó su teléfono celular y llamó a Londres, no podía seguir sola.
Elizabeth viajaría cuanto antes. Al llamarla, había sido cuidadosa para contarle la situación y había tenido todo
el tacto que había podido, pero estaba tan asustada que su sufrimiento era evidente. Su suegra le había pedido calma, y que descansara. Tenía que cuidarse pensando en su bebé, pero ella no podía ni moverse del lugar, menos aún irse a dormir.
Cuando uno de los doctores salió, le explicó que gracias al lavado de estómago que le habían hecho a tiempo, habían impedido que el alcohol entre otras sustancias que había consumido se fijaran en el cuerpo intoxicándolo.
Aunque había otra palabra que había utilizado… “envenenándolo”. Eso era precisamente. Ahora descansaba, y estaba estable, se iba a recuperar por completo en unas horas, y después de hacerle algunos estudios le darían el alta sin más complicaciones.
También le dijo que se había salvado por su rapidez en llamar al 911.
Había actuado de la manera correcta.
Gracias a ella estaba vivo. Un frío le corrió por la espina. No sabía si sentirse aliviada, o gritar de horror. Y si no hubiera estado ahí para él? Algo le había dicho que viajara. Era demasiado para asimilar. Pero ahora lo único que podía pensar era en él.
Pidió permiso para verlo, y la dejaron pasar. Se sentó en la silla que estaba al lado de su cama y sosteniéndole la mano, por fin, se dejó ir. Un llanto catártico, de puro dolor, y puro agradecimiento. Todavía estaba con ella.
Miró hacia arriba, como implorando al cielo que nunca más
tuviera que pasar por una situación similar.
Todo su cuerpo se relajó de golpe, y sin quererlo se fue quedando dormida.
Al despertarse, él todavía dormía tranquilo.
Tenía un poco de hambre, pero no quería levantarse de su lado por si reaccionaba, así que se quedó quieta.
Un enfermero, que estaba al tanto de que ella estaba ahí, le acercó una bandeja con té y algunas masitas bajas en sodio. Algo era algo. Por lo menos la mermelada que ponían era dulce.
Mmm.. ese shock de azúcar era lo que necesitaba para despertar. Todo su cuerpo se lo agradeció.
Y como siempre le pasaba a esa hora del día, la sintió. Las pataditas de su bebé. Se llevó ambas manos y con cariño se masajeó el lugar en donde la había sentido y sonrió al sentir que volvía a patearla, casi en respuesta.
Estaba tan abstraída, que no se dio cuenta de que su esposo se había despertado y llevaba algunos minutos mirándola.
—Estás bien? – fue lo primero que dijo. Tenía la voz ronca por el lavado, pero aun así pudo percibir su preocupación. La había visto tocarse la panza.
—Si. Perfecta. – lo besó con cuidado. —Y vos vas a estar bien, así que esta todo bien. – sonrió.
—Te tocabas la panza. Te duele algo?
—No. – se volvió a tocar. —Se mueve. Hace unos días empezó a patear.
El abrió los ojos de par en par y se quedó mirándola como si fuera de otro planeta. Qué estaría pensando? No quería abrumarlo. No era el momento.
Así que optó por cambiar de tema.
—Vos cómo te sentís?
—Mal. – tosió tocándose la garganta. —Qué me pasó? No me acuerdo de nada. – dijo bajando la mirada, con vergüenza.
—Me desperté, no te vi. Estabas en el baño tirado. Te habías desmayado. Tuve que llamar a emergencias y ellos te trajeron y te hicieron un lavado de estómago. – estaba haciendo un esfuerzo para no volver a quebrarse. —Pero
como te dije, vas a estar bien.
Sonrió.
—Perdón, mi amor. – apretó su mano. —Volvete a Buenos Aires, Paula. Esto no te va a hacer bien. Estoy hecho una mierda.
Ella negó con la cabeza y volvió a cambiarle de tema para no hacerlo sentir mal.
—Trajeron un desayuno para mí. Vos todavía no podés comer. Vas a tener que tomar mucho líquido. – sintió una
fuerte patada y se llevó la mano a la panza otra vez de manera inconsciente.
El la miraba hipnotizado.
—Puedo? – preguntó con timidez.
—Si. – sonriendo se acerco y tomó su mano con cuidado la llevó a la zona de su barriga donde más patadas sentía.
—No siento nada. – dijo.
Y bastó eso para que su pequeña respondiera de manera brusca sobresaltándolos.
Se miraron a los ojos por unos instantes. Unos instantes mágicos en donde le pareció haber visto al viejo Pedro. Al mismo que había ido a buscar a Londres. Ese mismo que le había dicho que sí en el altar.
Un amague de sonrisa de él apretó su corazón con un sentimiento cálido. Y como no, la bebita volvió a patear.
Los dos rieron. Rieron como si nada. Olvidándose del entorno, del contexto, de las circunstancias.
Se miraban a los ojos y en ellos había esperanza.
El tiró de su mano hasta tener su cara en frente y la besó.
Tomándola del rostro con ambas manos. Con urgencia,
con necesidad, y sobretodo con muchísimo amor.
****
Pero, que estaba haciendo? Cómo podía hacerle esto a su mujer y a su hija?
Era como si la bebé, que aun no había conocido estuviera dándole patadas y trayéndolo a fuerza de golpes a la realidad. Necesitaba dejar de hacer el tonto y comenzar a comportarse como un hombre.
Hasta ahora había pensado en ese embarazo y en la paternidad como un mero concepto. Ahí, en el limbo. Nada
concreto.
Pero su mundo acababa de ponerse de cabeza.
Esa bebé estaba ahí, era una persona. Dependía de él.
Contaba con él. Preparándose para venir al mundo en
unos meses y enfrentarlo todo. El no podía ser menos.
Si ella estaba lista para ser su hija, él tendría que estar listo para ser su padre.
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Estaban en su propia burbuja.
Su burbuja de 3. No entraba nada ni nadie más.