domingo, 22 de noviembre de 2015

CAPITULO 58





Paula había notado que no había respondido, cuando le preguntó si pensaba volver a Argentina. Pero pensó que no era el momento de presionarlo, y se dedicó a disfrutar su presente.


Ya habría tiempo para hablar del futuro.


Hablaron por horas, de lo que había sido de la vida de cada uno después de su separación. Se dio cuenta que no había sido la única en pasarla mal.


Pedro se había enfocado en su trabajo, para no pensar en cuanto le dolía no tenerla, pero no lo había logrado. La decisión de empezar a trabajar en la productora, había sido uno de los actos desesperados por recuperarla.


Y después de la noche en la que habían estado juntos en la oficina, no había parado de pensar en sus besos.


Podía darse cuenta cuando lo miraba a los ojos, que todavía estaba algo inestable. Su mirada reflejaba el mismo pesar que ella sentía.


Habían sido solo unos meses, pero se sentía como si hubieran sido años.


Pasaron a temas menos complicados, como lo era el trabajo, y las sesiones de fotos de la campaña. Habían pedido comida, porque no tenían ganas de estar con nadie más. Necesitaban estar los dos solos. Después de tanto tiempo, solo querían estar juntos.


Mientras comían, Paula aprovechó para contarle de sus exámenes, y como es que había pedido permiso para viajar
en la universidad. Pedro se rió, por la excusa que había inventado, pero se alegró infinitamente de que lo hubiera
hecho.



****


Para ella era de lo más normal del mundo, estar comiendo en esa sala, en otro país, mientras le contaba tranquila lo bien que la había pasado en su producción de fotos. Pero él estaba alucinado.


Todavía no podía creer que quien estaba en su casa, era ella. Se mordía los labios, se acomodaba el cabello detrás de las orejas, gesticulaba con las manos. Si, era ella. Y él había extrañado cada mínimo gesto, cada detalle, cada risa, hasta el tono de su voz. No paraba de sonreír.


Había dicho que quería creerle, y ahora que había elegido confiar en él, nunca la defraudaría. No iba a arruinar las cosas como pensó en un principio que haría. Ya no podía darse ese lujo.


La amaba. Por fin se lo había dicho, y lo único que podía pensar es como es que no se lo había dicho antes. Era tan
obvio.



****


Cuando terminaron de comer y de lavar los platos, volvieron a la sala. El se levantó, y prendió el equipo de música.


Sonaba Ed Sheeran, sonrió. Estiró su mano, invitándola a bailar.


Ella lo agarró y empezaron a mecerse al ritmo de la música lenta.


Tenía la cabeza apoyada en su pecho, mientras él le acariciaba con cuidado el cabello.


—No te voy a dejar ir nunca más, Barbie… – le dijo levantándole el rostro con una mano.


Ella sonrió y levantando una ceja, le dijo. —Vos te fuiste esta vez…


El se rió y la besó. Suave, tiernamente, mientras seguían bailando muy despacio, sin separarse. Paula podía sentir las mariposas en el estómago y en todas partes. Estar tan cerca de él, siempre le hacía eso. Todo su cuerpo estaba sensible ante el contacto.


Necesitaba más.


Llevó sus manos al borde de la remera de Pedro, y comenzó a levantársela. El la soltó apenas, para ayudarla, y acto seguido, tiró de la camiseta que ella llevaba, desvistiéndola también.


Había empezado a besarla casi con desesperación, pasando sus manos por toda su espalda, con pasión, con adoración, a Paula se le prendía fuego el cuerpo entero.


La tomó en brazos y, para sorpresa de ella, se la llevó escaleras arriba.


Una vez en la habitación, la acostó en la cama sin dejar de besarla. Ella, en otras circunstancias hubiera mirado a su
alrededor, para no perderse ningún detalle de cómo eran los muebles, si tenía un televisor, libros, ventanas, querría saber el color de las paredes, pero ahora no le interesaba en lo más mínimo.


Lo quería con urgencia. Todo ese tiempo…


Estaba perdida en el color azul de sus ojos, y no podía apartar la mirada de ellos.


El le desprendía los pantalones, apurado, y le bajaba la ropa interior, ella se retorcía de deseo, por el solo hecho de estar de nuevo en la cama con él.


Besó su cuello, dejando suaves mordiscos, que se iban marcando en su piel. El suspiraba con fuerza.


Sin poder esperar, se sacó lo que quedaba de su ropa.


La tenía sujeta con una mano por la cintura, mientras con la otra se apoyaba sobre ella en el colchón. Su respiración
se agitaba, mientras la rozaba, haciendo movimientos con la cadera.


Ella lo mordía aun más fuerte. Había pasado tanto entre ellos, lo necesitaba cuanto antes. Le dolía todo el cuerpo.


De un movimiento, la llenó sin esperar. Tenía los ojos abiertos, y la mandíbula apretada, todo su cuerpo tenso.


Ella hizo la cabeza hacia atrás y gimió con fuerza. Se sujetó a la almohada, y entonces él comenzó a moverse, de manera salvaje, sin piedad.


Pensó que iba a ser algo suave, tierno, pero no. No estaban para eso. Ya habría tiempo para más.


Una y otra vez. Sentía que todo su cuerpo se aceleraba, listo para liberarse.


Cuando se sintió cerca, ella rodeó su cintura con las piernas, permitiéndole más profundidad, y se dejó ir entre jadeos. El la siguió poco después,  hundiendo la cabeza en su pelo.


Respirando su perfume, regándola de besos.


—No, Barbie. Todavía no termino con vos. – le dijo mordiendo su oreja.


Se dio vuelta de golpe, arrastrándola arriba de él, aun conectados.


Volvió a acariciarle la espalda, con dulzura, con amor, y siguió por sus hombros, a lo largo de sus brazos, hasta
agarrar sus manos entrelazando sus dedos, y las llevó a cada lado de su cabeza. Ella tenía el control absoluto de
la situación.


Se inclinó hacia delante para besarlo, y él le mordió suavemente el labio.


Sonrió.


Comenzó a subir y a bajar despacio acostumbrándose a la nueva posición, y disfrutando de cada suspiro, o jadeo de él.


Le encantaba volverlo loco, la ponía a mil. Se movió más rápido, sentándose por completo, mientras él apretaba el
agarre de sus manos. Nunca habían dejado de mirarse, y podía ver en sus ojos que estaba cerca. Todo su cuerpo
había comenzado a tensarse, y apretaba las caderas para encontrarla en cada movimiento.


Sin perder contacto visual, los dos terminaron entre gemidos, quedándose quietos por un segundo. Mientras ese instante de placer, los inundaba por completo, y los unía.


Agitada cayó sobre el pecho de Pedro, recuperándose, al tiempo que él la acariciaba.


—Te amo, Barbie.


Ella sonrió y se incorporó para besarlo.














CAPITULO 57





Abrió el mensaje, casi mordiéndose las uñas.


“Hola, Barbie.”


Ella sonrió. No se había dado cuenta, pero había estado conteniendo el aire mientras leía. Tenía que responderle. 


Pero, qué?


Los minutos seguían pasando, y ella todavía en blanco. 


Ahora todas las cosas que había estado pensando en decirle, le parecían tontas.


Justo cuando estaba por poner las manos en su teclado. Un mensaje.


Flor le enviaba una dirección en Londres. Seguramente era la dirección de Pedro.


Le respondió agradeciéndole y preguntándole como había hecho para conseguirlas, pero ella solo le dijo que una vieja amiga se lo había dado.


Suspiró. Era más de lo que necesitaba saber.


Pero no iba a dejar que ninguna de las ex amantes de su modelito, le opacara el buen humor.


Ahora que sabía donde tenía que ir, solo faltaba pensar que le iba a decir.



****


Después de días, no podía creer que ella por fin le había respondido. Un “Hola” que para muchos no hubiera
significado nada, para él era algo gigante. Ya le había contestado, y ella no respondía. Qué hacer? Volver a
escribirle? Seguramente se había ido a dormir. La hora de su mensaje, con la diferencia horaria, indicaba que se lo había mandado a la madrugada. Tal vez hasta estaba borracha o se había confundido.


Esperaría unas horas más, y le volvería a escribir.



 ****


Paula había llegado a la casa de Pedro.


Estaba afuera.


El lugar era impresionante.


Totalmente de ladrillo, aunque el primer piso pintado de blanco, con columnas sobre bases de mármol, y enrejados
negros, que delimitaban canteros con flores de colores prolijamente cuidadas.


Como todas las casas del vecindario.


Se estrujaba las manos con fuerza.


Estaba a punto de verlo. Su corazón se había disparado.


Este era el momento.


Tocó la puerta y esperó. Las ventanas de arriba estaban cerradas, y había un par de sobres saliendo del buzón.


Tal vez no estaba en casa.


Tal vez ni siquiera estaba en Londres. Se podría haber ido de viaje, ya que evidentemente no estaba yendo a trabajar en la agencia.


Pensar en esa posibilidad solo empeoraba su estado de ansiedad. Si alguien no la atendía iba a gritar.


Entonces escuchó ruidos detrás de la puerta. Alguien se acercaba.


—Who is it? – (Quién es?) – su voz. Oh por Dios, lo había extrañado tanto. Todas las células del cuerpo se estremecieron. Solo los separaba una puerta.


No podía hablar. Estaba demasiado nerviosa.


Entonces escuchó una llave moverse.


Pedro abrió la puerta y la miró a los ojos. Abrió levemente la boca, y la volvió a cerrar. Dos o tres veces igual, hasta que fue capaz de decir:
—Paula?


Ella estaba demasiado afectada.


Tenerlo tan cerca. Cuanta falta le había hecho, y ahora lo tenía ahí, luciendo sorprendido, shockeado en realidad.


Asintió, y sin decirle nada, se acercó hasta donde estaba y lo abrazó.


El, ante el contacto, dio un respingo, pero un segundo después le devolvía el abrazo con la misma fuerza. La alzó
levemente haciéndola girar.


Pedro– había dicho ella, con el rostro pegado a su cuello.


Por fin estaba con él. Se pegó más a su cuerpo, mientras con sus manos recorría su espalda, su cuello. Como si
necesitara tocarlo para creer que lo que estaba viviendo era real. Las lágrimas le mojaban las mejillas, seguramente, lo
estaba mojando a él también, y a su remera, pero no le importó.


La llevó casi alzando hasta adentro y cerró la puerta. 


Ninguno se soltaba. No se habían dicho ni una sola palabra, solo estaban ahí, abrazados, dejándose envolver por una burbuja que los contenía. Una burbuja en donde no importaba nada, más que ellos dos.


Fue ella, la que empezó a separarse de a poco. Necesitaba verlo a los ojos, esos que con su mirada azul, le devolvían el calor.


—Perdón. – le dijo todavía sollozando. —Nunca tendría que haberte dicho que lo nuestro se había acabado.
Porque no es cierto. Nunca dejé de sentir lo que siento por vos. No quería que te fueras lejos…


Lo sujetó por las mejillas y le dijo.


—Te amo, Pedro. – por un momento había temido que él reaccionara como la última vez, y se quedara congelado o
mudo, pero no.


Imitando lo que ella hacía, la tomó por las mejillas y la besó. 


Con desesperación, pegando su rostro al de ella. Cuando habló, su voz estaba quebrada y era ronca, como si estuviera sin aliento.


—No puedo creer que estés acá. – Cerró los ojos. —No sabés como te extrañé, Barbie. – Tomó aire y le dio otro beso.


Ella se dejó besar, mientras lo abrazaba por el cuello, recordando la canción que le había cantado. El era todo lo que necesitaba, era su lluvia en el desierto, y se sujetaba fuerte, porque era su cielo. Ahora no lo dejaría ir a ningún lado, y ella ya no escaparía.


Había encontrado su lugar en el mundo.


Pedro la miró a los ojos, de manera tan dulce, que a ella se le aceleró el corazón.


—Te amo, Pau. – le dijo sonriendo antes de besarla.


Ella sonrió mientras le devolvía el beso. Había escuchado bien, o era la emoción del reencuentro que estaba jugando con su mente?


Todas esas veces que se habían visto, que habían estado juntos, todas esas veces que él la había visto con otro y había sentido celos, cuando la besaba, la tocaba, ese día en la isla. Todo cobraba otro valor.


Ahora todo parecía más. Hasta el mundo, parecía tener más colores de los que ella conocía y había visto.


Al lado de esto, sus dudas, sus inseguridades, todo se veía pequeño. No existía.


—Cuándo llegaste? Por qué no me dijiste? Qué significa esto, Paula? – dijo, ahora tratando de recuperarse de la
sorpresa.


—Llegué hace unos días. Quería sorprenderte, pero no sabía donde encontrarte. Estuve algunos días caminando por todas partes por si te veía.


El se rió, un poco nervioso todavía.


Entornando los ojos, la tomó de la mano y la llevó a la sala.


No paraba de mirar para todos lados. Era una casa, preciosa. Mezclaba detalles de estilo clásico como molduras, alfombras y cuadros antiguos, con muebles más modernos y colores vibrantes. No había dudas de que era la casa de Pedro. Había un enorme parecido con su departamento en Buenos Aires, aunque este era más un pequeño palacio.


—Y por qué viniste, Paula? Qué te hizo cambiar de opinión y querer estar conmigo? – acariciaba su mano, y entrelazaba sus dedos con los de ella.


—Por vos, Ken. Te extrañaba, la estaba pasando muy mal, y ese video… – se le cortó la voz. Otra vez, le ganaban las lágrimas. —No sabía que tocabas tan bien. El sonrió y se encogió de hombros.


—Hacía 10 años que no tocaba, Barbie.


—Fue lo más lindo que alguien hizo por mi. – dijo ella mirándolo a los ojos.


—Haría mucho más, si me lo pidieras… – le contestó en voz baja. Oh por Dios… Se lo quería comer a besos. 


—Por qué te fuiste Pedro? No vas a volver a Argentina?


—Me fui porque ya no podía estar allá. Me hacía mal verte, y no poder estar con vos. Que vos hubieras empezado otra relación…


Bajó la cabeza, y siguió hablando.


—Eso se terminó, o ustedes siguen…? – preguntó dudando, sin mirarla.


—Si, terminó. En realidad nosotros no… pero si. Eso se terminó.


Había querido decirle que no era una relación, pero algo era. 


Y no quería mentir, quería mucho a su amigo, y sentía cosas por él.


Pedro asintió.


—Vos con Rebeca? Eso también se terminó? – preguntó sin poder evitarlo.


—Nunca tuve una relación con ella, Paula. Yo no te engañé. Pensé que habías venido porque me creías. – le dijo soltándole la mano.


—Quiero creerte. – Y era lo más que podía prometer. Intentaría creerle.


—Te lo juro Paula. Cuando vos me dijiste que me amabas, me asusté. Pero porque yo no sabía que me pasaba a mi
y porque nunca me habían dicho eso.


—Nunca? – le preguntó con los ojos abiertos de par en par.


—Nunca. Y me sentí tan mal por haberme quedado callado, tenía miedo de perderte. No lo podía poner en palabras, pero creeme Barbie, me pasa desde que te conocí. Y no hubiera
arriesgado lo que teníamos por una noche con ella, ni con ninguna otra.


Parecía tan sincero. No le quedaba remedio. Le estaba creyendo. Miraba en sus ojos, y solo veía amor. Había
viajado kilómetros por que en el fondo, ella creía en su palabra.


Sin decirle nada más, se acercó a él y lo abrazó. Era su manera de darle a entender que todo había quedado en el
pasado, y desde ahora estaban juntos.


No importaba nada más.