martes, 22 de diciembre de 2015

CAPITULO 113






Su compañero, le había pedido nuevamente que le hiciera el favor de hospedarlo esa noche. Era demasiado tarde y no hacía tiempo para nada, y si iban a salir de viaje tenían que ser puntuales. Los iba a buscar un taxi en la puerta del edificio de Paula, así que les convenía de todas formas.


Se había despertado ansiosa por el viaje, y entre preparativos, y otras cosas, empezó a sentirse mal.


Buscó sus antiácidos, y se tomó uno. Pero estaba tan revuelta, que no le hizo nada de efecto. Terminó vomitando
todo el desayuno. Mierda. Que mal momento para ponerse enferma…


Sonó su celular.


Pedro.


—Hola mi amor. – le dijo cariñosamente.


—Hola hermoso. Cómo estás?


—Bien. Leí tu mensaje, que te vas a Mendoza. Ya tenés todo listo? Por que empresa aérea te vas? Yo tengo conocidos en la agencia de allá, si necesitas algo podes hablar con Claudia, ella te va a ayudar en lo que sea. Es muy simpática además.


No paraba de hablar y a ella la cabeza le daba vueltas. Oh, otra vez.


—Esperá un segundito. – tiró el teléfono en la mesada del baño y se dejó ir.


Cuando las arcadas pararon, volvió con Pedro.


—Perdón. – dijo débil. —Me cayó mal el desayuno, creo.


Del otro lado de la línea, su esposo soltó el aire con enojo.


—Otra vez estás mal? No podés viajar así. Puedo salir en el vuelo ya y vamos al médico, Paula. Esto es ridículo.


—Sabés que se me pasa. Son los nervios por el viaje. Nada más. No exageres.


—No exagero. Estoy en otro país, y me preocupo.


Mateo, que se había levantado minutos antes, y al darse cuenta de que estaba mal, se había acercado hasta su
habitación, escuchó la conversación y sacándole el teléfono de la mano, habló con Pedro.


—Hola, Pedro? – dijo dejándola con la boca abierta, y totalmente indignada por su arrebato.


—Eh… Hola. Mateo? – preguntó confundido.


—Si, qué hacés? – dijo tranquilamente. —Me quedé porque
viajamos hoy, y la escuché vomitando. Yo la llevo al médico, no te hagas problema. Si está muy mal, hablo con Walter.


—Seguramente te está clavando los ojos y está a punto de matarte. – se rió.


—Gracias. Me preocupa de verdad. Tanto, que estoy dejando pasar el hecho de que es la segunda noche que pasas en mi casa, con mi mujer, cuando no estoy en el país.


Mateo apretó los labios. Sin saber que decir.


—N-nada que ver, igual. – dijo titubeando, tratando de explicarse.


—Ya sé que nada que ver. La conozco y confío mucho en ella. Pero a vos no te conozco. – su tono de voz era amenazante. —A quien si conozco es a Walter, a Amanda, y a un montón de gente del ambiente con la que trabajas, o que me imagino querés seguir trabajando.


Mateo había entendido perfectamente. Y no sabía si el esposo de Paula era capaz de hacer algo, pero tenía los medios. Tragó fuerte.


—Quedate tranquilo. – le dijo cortante, pero de alguna manera respondiendo a lo que le había dicho Pedro.


Le pasó el celular a su compañera y salió dejándola terminar de hablar sola con su marido, quien se despidió de ella preocupado y angustiado por su salud.


En media hora estaban sentados en una sala de espera blanca, iluminada y ruidosa de la guardia del hospital más
cercano.


Ya se sentía bien, como si nada hubiera pasado y quería irse. Odiaba el olor, y el clima típicos de las clínicas.


Estaba empezando a desesperarse.


De no haber sido porque su compañero la tenía vigilada, hubiera huído, sin dudas.


La llamaron por su nombre y entró.


Después de una rápida revisación, el médico la evaluó serio con la mirada.


—Vamos a hacer unos análisis, pero para descartar lo más obvio te hago unas preguntas. Ulcera?


Paula negó.


—Problemas hepáticos?


Negó otra vez.


—Diabetes o antecedentes en la familia?


—No. Tampoco.


—Celiaquía?


—No que yo sepa.


El médico asintió y siguió tomando nota.


—Estas embarazada o hay posibilidades?


Volvió a negar.


—Tomo pastillas anticonceptivas, y me viene el periodo con regularidad.


El hombre hizo una última anotación y arrancó la hoja del bloc en donde anotaba entregándoselo.


—Vas a ir al laboratorio y vamos a sacarnos todas las dudas. Te vamos a hacer unos análisis y una ecografía. No creo que sea apendicitis, pero podemos descartarlo muy fácil. Tomate una botellita de agua y andá a sacarte sangre.
Nos vemos en 3 horas con los resultados.


Tres horas? Miró el reloj. No llegarían a tiempo para el vuelo.


Maldijo.


Mateo llamó a Walter, que alarmado porque se encontraran en un hospital, les dijo que no se preocuparan y que viajaran en el otro vuelo, si es que Paula se sentía bien. Si no, posponían todo.


Valoró realmente su actitud. Se preocupaba más por su bienestar que por la campaña. Su jefe era una buena
persona. También recordó cuando estaba en la productora y Eduardo estaba a cargo. Había tenido que ir a trabajar en todos los estados, hasta con fiebre. No existían excusas, a menos que alguien muriera para que alguien no asistiera.


Se alegraba realmente de las circunstancias que habían cambiado su vida. Pedro. Todo lo bueno que le había
pasado era gracias a él. Sonrió.


Le mandó un mensaje contándole que ya le habían sacado sangre y estaban esperando los resultados para poder
viajar. El estaba a punto de entrar a una reunión, así que le mandó un beso y le dijo que apenas pudiera irse, se reuniría
con ella. En Buenos Aires, o en Mendoza, dependiendo de donde estuviera.


Tres horas después volvían a llamarla. De alguna manera estaba un poco nerviosa. Estaría enferma?


Su compañero la miró.


Le apretó la rodilla y le sonrió.


—Querés que entre con vos? – le preguntó.


Ella asintió y entraron juntos. Le pasó el brazo sobre el hombro, dándole confianza y ánimos para que cambiara la
cara y se quedó a su lado todo el tiempo.


El doctor que la había atendido miraba los papeles de los resultados y seguía anotando.


Qué tanto anotaba? Pensó.


Con una sonrisa le pasó los análisis. Le temblaban apenas las manos, pero lo mismo tomó aire y leyó.


Un montón de números y letras indescifrables, para ella totalmente carentes de sentido. Estaría tan nerviosa que no podía leer e interpretar lo que leía? Entornó los ojos y confundida volvía a leer. Nada.


Le pasó las hojas a Mateo y le hizo señas para que leyera también.


Con gesto serio los miró y se rascó la cabeza mirándola confundido.


—Ehm… – empezó a decir Paula, pero no le salía la voz.


El médico estaba pasando lo anotado a la computadora y cada tanto le preguntaba datos como la dirección o su
número de celular.


—Nos podría explicar que dicen los análisis? – dijo Mateo y levantó las cejas y apretó los labios en un gesto cómico.


—No hay mucho para explicar. – dijo con humor. Al ver que ninguno reaccionaba, siguió hablando. —Estás embarazada. – sonrió.


—Qué?! – gritó.


Mateo le volvió a apretar la rodilla.


—Felicitaciones. – le dio la mano primero a él y después a ella.


Los dos asintieron, aturdidos por la noticia e incapaces de aclarar o explicar que él no era el padre.


El padre.


Pedro.


Sintió una puntada en la boca del estómago y salió corriendo a los sanitarios. Se escapó del hospital antes de que pudieran hacerle la ecografía. El cuerpo le temblaba, y necesitaba aire.


Respirar.


Después sacaría turno para hacérsela. De todas maneras, habría tiempo, ahora que ya sabía que era lo que tenía. Oh por Dios, un bebé. Eso era lo que tenía.


Su compañero llamó a la agencia para decir que Paula no estaba en condiciones de viajar, para nada. Y fue a pedido de ella que la acompañó a su casa y se quedó un rato. 


Necesitaba hablar con alguien. Sola, desesperaría.


—No se si tengo que felicitarte, o qué. Tenés una cara… – le alcanzó una taza de té. —No entiendo por qué tanto dramatismo. Estás casada, se quieren. – se encogió de hombros.


—No le gustan los chicos. Nunca quiso tener… – negó con la cabeza. — Queríamos esperar. Mucho. Si es que alguna vez… – le picaron los ojos.


No podía terminar las frases.


—Bueno, no te pongas mal. Lo pueden hablar, todo tiene solución… – se encogió de hombros.


Ella lo miró pensativa. Solución?


No tener ese bebé sería una solución?


Las lágrimas habían empezado a caerle como cascadas. Su compañero la abrazó, mientras ella se dejaba ir.


No se había puesto a pensar ni que era lo que quería. Tener un bebé en ese momento, era complicado. Todavía no
había terminado de estudiar, no había ni siquiera terminado con las campañas.


Qué pensarían? Tenía un contrato.


Además estaba todo el problema con el que estaba lidiando su esposo, con su madre y Franco. No era un buen momento.


Pero era su hijo. Un hijo de Pedroel amor de su vida. No podía no tenerlo.


No. No se veía capaz. O si?


—Tengo que decirle. – se secó las lágrimas con la manga de su remera.


—Por teléfono? – suspiró. —Y si esperas a que venga?


Ella negó.


—Si no le digo ya… – sollozó. — Cuanto más tiempo pase, más me va a costar. Estoy muy nerviosa. Necesito decirle, ya.


Tomó el teléfono, lo buscó en sus contactos y marcó.









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