martes, 29 de diciembre de 2015

CAPITULO 136





Se había estado viendo con Elizabeth, y para su grata sorpresa se estaban llevando de maravilla.


De hecho, la estaba pasando bien.


Habían salido a comer afuera, a merendar, se habían hecho manicura y masajes. Sus programas eran siempre parecidos, pero le gustaba. Nunca le había prestado atención a esas cosas y estaba aprendiendo que le gustaba que la mimaran un poco.


Ese día en particular, su suegra la había llevado de compras. 


Ya no podía seguir resistiéndose o iba a romper todos sus pantalones. Y pretendía seguir usándolos una vez hubiera bajado de peso.


La tienda a la que la llevó no se parecía en nada a lo que se había imaginado. Era elegante, enorme y sonaba música clásica. Le parecía de verdad increíble que allí fuera a
encontrar algo para ella, pero aparentemente se dedicaban al guardarropa de la embarazada.


Estaba en el probador mientras le pasaban una variedad enorme de jeans, camisetas, y vestidos que eran una belleza. Todos se amoldaban a la perfección sin hacer demasiado evidente su estado, pero acentuando los detalles
más bonitos.


Había un vestido que le gustaba más que los otros. Era un vestido azul, muy veraniego, con pequeñas florcitas,
con corte en la cintura pero con un detalle bajo el busto y escote en V.


Era conservador, pero se sentía femenina y hasta atractiva en él. Sus ojos resaltaban y con el rubor rosado que ahora tenía siempre, la favorecía horrores.


Y así siguió midiéndose hasta que sin darse cuenta había gastado dos sueldos de su trabajo en ropa.


Adelantándose a ella, Elizabeth le dio a la vendedora su tarjeta de crédito.


—No, Elizabeth. No puedo dejar que me pague todo! – se apuró a decir Paula.


—Es lo menos que puedo hacer. Esto no es nada. – la vendedora se la devolvió y la hizo firmar.


No había forma de decirle que no.


Cuando salieron, agregó.


—Apenas pueda hablar con mi hijo voy a devolverle las propiedades. Le voy a dar todo. – negó con la cabeza
avergonzada. —Eso es de ustedes.


—Nosotros no queremos… – la interrumpió.


—Mi padre, quería que eso fuera de él y su futura familia. No es mío. Por culpa de mi codicia, de mi avaricia, me quedé sola. – sonrió amargamente. — Por algo a mí no me dejó prácticamente nada de herencia. Lo sabía. Siempre supo como era.


—De verdad, no necesitamos el dinero. Estamos perfectamente bien. Más que eso. – dijo sonriéndole.


—Les corresponde, y pretendo devolverlo cuando pueda dialogar con Pedro.


Paula asintió y guardando las bolsas en el auto se despidió de la mujer.


Debía creerle todo lo que decía?


Parecía sincera.



****


Todavía no podía creer la propuesta que Eduardo le había llevado.


Básicamente la idea era que la productora se ampliara organizando desfiles a gran escala, como las que se
realizaban en las capitales de moda más importantes del mundo.


El sería el encargado del área, la cara visible. Y Eduardo el nexo que unía la productora de Europa con la suya. Era, casi una sociedad.


Significaría un cambio radical.


Algo ambicioso, pero si salía bien, serían líderes en el mercado.


Todavía no se hacía nada parecido en el país, y los nombres que aparecían en el proyecto tenían un peso que nadie
podría negar. Tendría que hacer una inversión. Algo razonable considerando las posibles ganancias que obtendrían si las marcas más importantes los contrataban.


Implicaba que él volviera a la pasarela, pero del lado de atrás. Sabía del tema, y lo entusiasmaba.


Cuando Eduardo fue a verlo, ya tenía el “si” dándole vueltas en la cabeza, pero tenía una pregunta fundamental que hacerle antes.


—Por qué a mí? – lo miró curioso. —Podrías haber ido a las mejores productoras, a las número 1. Incluso en Europa. Por qué acá? Por qué conmigo?


Eduardo le sonrió.


—Primero porque esta fue mi productora. Yo crecí y me formé acá. Fue siempre mi primera opción. Segundo porque sé como trabajas. Y tercero porque te debo más de lo que te
imaginas. – Pedro asintió. —Me imagino que cuando me recomendaste, tuviste tus razones. Querías estar a cargo de esta. Pero a mi me cambió la vida, y es mi manera de agradecerte, y de devolverte el favor. No tengo dudas de que vas a estar a la altura.


Se estrecharon las manos amistosamente y se pusieron a trazar ideas y pasos a seguir para lo que sería uno de los rumbos más arriesgados de su carrera profesional. Pero también más emocionantes.



****


Cuando Pedro volvió del trabajo traía buenas noticias y quería festejarlas.


Se había quedado sorprendida al leer la propuesta y al ver como le brillaban los ojos a su esposo, sonrió.


Era algo bueno. Muy bueno.


—Vayamos a festejarlo. – le dijo tomándola de la cintura. —Salgamos a comer.


—Dale. – lo besó en la boca. —No me dejes repetir postre, por favor.


El se rio devolviéndole el beso.


Era la ocasión perfecta para usar su nuevo vestido azul. Se dejó el pelo con sus ondas naturales, y apenas se puso rimmel. Estaba contenta con su look. Dio una vuelta frente al espejo.


Mmm….apenas tuviera a su bebé, se pondría de nuevo el vestido, pero con tacones. Seguramente se vería mejor.


Salió a la sala en donde la estaba esperando su esposo. Se había quedado con la boca abierta. Extrañaba esa expresión. Sonrió con más ganas.


—Barbie, estas… – tomó una de sus manos y la miró de cerca. — Preciosa.


—Gracias mi amor. Vos estás precioso también. – de traje sin corbata, se veía guapísimo. Y si a eso le sumaba que con la terapia estaba comiendo sano y había vuelto a entrenar… estaba… muy bueno.


Buscando su boca la besó primero lentamente, rozando su nariz con la suya y después con más necesidad, tomándola
del rostro con ambas manos.


Gruñó por lo bajo tocándola, pegándose a ella. Podía sentir su cuerpo responder a ese beso.


A ella se le empezaba a acelerar la respiración y muy de a poco se fue apretando más a él. Ahora lo primero que lo tocaba era la panza, y ya estaban acostumbrados. Ya sabía como amoldarse a su nueva figura. Llevó una de sus manos sujetándole la cadera y casi de manera violenta retiró su pelo
suelto de su hombro y lo mordió. Las tiras del vestido cedían y cayendo lentamente, le descubrieron el corpiño de encaje azul marino que tenía debajo.


—Hmm… – dijo él apreciativamente mientras la miraba.


Pasó sus manos por su cintura, y arrastrándola la llevó a la habitación.


—Después pedimos algo. – le pidió al oído con la voz ronca. — Salimos a comer mañana. Si?


Ella asintió con los ojos cerrados disfrutando de cómo la tocaba sobre la tela de ese precioso vestido.


Se dejó llevar y una vez más los dos estaban perdidos en el otro.







CAPITULO 135




Apenas entraron al sanatorio, él hizo que se sentara en las butacas mientras hablaba con la secretaria de la recepción.


Enseguida los hicieron pasar a preparto, que era a esa hora la guardia de obstetricia que tenían de turno.


—Te vamos a poner esta cinta que se prende con abrojo. Adentro tiene tres transductores, para que escuchemos los
latidos del bebé y para que podamos ver como van las contracciones. Por favor cuando sientas una, decime. Si?


Aunque la enfermera tenía una voz dulce y tranquilizadora, ella estaba a punto de ponerse a gritar del susto.


Pedro la tenía apretada de la mano, y con una frialdad que le sorprendió respondía a todas las preguntas que le hacían. 


Ella no estaba en condiciones de hablar, estaba entrando en pánico.


—Mi nombre es Rocío. Esto que te estoy haciendo se llama monitoreo, y no duele ni te hace ningún mal ni a vos ni al
bebé. – le palpó la panza pensativa. — Tratá de relajarte lo más que puedas, mamá. – le sonrió.


Estaría muy mal visto morder a una enfermera?– pensó mientras se obligaba a respirar más lento.


—No me parece que estés en trabajo de parto. – leyó la tira de papel que arrojaba el aparato. Como una especie de electrocardiograma. —Son contracciones Braxton Hicks.


Pedro a su lado suspiró aliviado.


—Qué cosa? – preguntó ella.


—Son contracciones uterinas esporádicas. Son comunes en este periodo del embarazo. Puede que se vuelvan algo más dolorosas con el tiempo, pero no es nada de que preocuparse. – le sacó los aparatos. — Cuando las sientas recostate de costado y descansa. Si después de un rato ves que no paran o tenés otros síntomas, ahí si. Venite apenas puedas.


—Como los músculos y el útero se preparan para el parto. – dijo su esposo tranquilo.


Ella casi se ahoga con la risa.


—Y vos cómo sabés? Tuviste muchas de estas? – le dijo levantando una ceja.


—Estuve leyendo. – contestó con una sonrisa contagiosa.


—Así es. – dijo Rocío mirándolo hipnotizada. —El señor está muy bien informado. – le sonrió mirando para otro lado, tímidamente.


Lo único que le faltaba.


Se cubrió la panza con la remera y clavándole los ojos a la enfermera coqueta se levantó casi de golpe.


El, que veía como Paula la miraba, y estaba intuyendo lo que pensaba, la tomó delicadamente de la cintura y le dio un besito en la cabeza.


—Vamos, mi amor. Tenés que descansar. – y la alejó antes de que soltara alguna maldición por culpa de sus hormonas.


Pero una vez en el auto, empezó a putear.


—Ha! Pero que le pasa a la idiota esa! – tiraba del cinturón queriéndoselo abrochar y sin lograrlo. —Te hacía ojitos!


El sonrió y sin contestarle le ayudó. Sabía que se le pasaría en segundos, y si decía algo sería usado en su contra de todas formas.


—O sea, la mina te ve que estás con tu mujer… embarazada! – hizo énfasis en la palabra señalándose. —
Cómo se puede ser tan puta?!


El estaba haciendo un esfuerzo grande para no reírse. 


Apretaba los labios y procuraba no mirarla.


—Te ve el anillo en el dedo. Porque te lo vio, Pedro. – resopló. —En frente mío encima!! – murmuró entre dientes… —Atorranta…


El la miró y cuando llegó a un semáforo le tomó una mano besándole los nudillos.


—Pero no hay forma que me fije en nadie más. – sonrió. —Así que si quiere mirar, que mire.


Sonrió más tranquila.


—Sos la más bonita, Barbie. Y esa pancita te hace más bonita todavía.


—Estoy como un tanque, pero gracias. – rió.


—Vos sabés que a mi me gustan tus curvas. – le guiñó un ojo. —O te quedan dudas?


Sonrió sonrojada.


—Cuándo leíste sobre las contracciones braxton…como sea que se llamen?


—En internet más que nada. Pero puede que tenga algún libro o revista… – se frenó cuando vio que ella se reía.


—O no.


—Y qué? Te escondes para leer? Por qué no me dijiste? – le preguntó riendo.


—Por eso. – la señaló mientras ella trataba de controlar las risas. —Los tengo en la oficina.


Más risas. El sonreía. Era imposible no contagiarse de su risa infecciosa.


—Bueno, traelos a casa. Yo también quiero enterarme esas cosas. – y esperando el próximo semáforo, lo tomó por la ropa y lo atrajo para darle un beso largo y profundo. —Te amo.


El sonrió y le devolvió el beso con el mismo entusiasmo y fueron a casa a descansar.



****


Unos días más tarde, por la productora apareció alguien que no se esperaban.


Todos lo habían recibido afectuosamente y le preguntaban si había ido para quedarse, pero él solo dijo que venía de visitas.


Entro a su oficina y sorprendiéndolo lo saludó.


—Pedro – sonrió. —Cómo estás?


Se levantó y le aceptó la mano que el otro le tendía.


—Eduardo! Tanto tiempo… Cómo estás?


—No tan bien como vos. Me enteré que te casaste, felicitaciones.


—Gracias. Estamos muy contentos.


—Felicitaciones por el bebé también.


—Bueno, muchas gracias. – sonrió. —Sentate, por favor. – era raro estar ofreciendo asiento a quien antes ocupaba su lugar del otro lado del escritorio.


—Gracias, pero no me quedo mucho tiempo. Tengo una propuesta para hacerte. – le pasó una carpeta.—Quiero
que lo evalúes. Confío en tu criterio.


—Bueno… eh… – no sabía que decirle.


—Mañana a esta hora paso a verte. Tenemos tiempo para decidir, pero quiero saber tu opinión. Estoy ansioso.


Asintió mecánicamente.


Eduardo estaba a punto de salir, pero se frenó de golpe y se dio vuelta apenas.


—Cómo está Paula? – la pregunta lo ponía nervioso. Era obvio que él había tenido un interés por su esposa.


—Bien. Un poco molesta con el embarazo, pero bien. Si todo sale como pretende, termina de cursar en noviembre. Quiere recibirse en marzo. Estuvo trabajando como modelo, pero
también hizo unas producciones para Harper's.


—Si, estuve siguiendo su trabajo. – se corrigió rápidamente. —Llegaron muchas noticias a mi productora.


Eso lo hizo sentir orgulloso. Se sabía de ella, y de a poco estaba recibiendo el reconocimiento que se merecía. Tenía planes. Crecería en su trabajo.


Sonriendo se despidieron hasta el día siguiente.



****

Había recibido por correo un ejemplar de la revista Harper's con una nota firmada de la misma Amanda, felicitándola por el trabajo y deseándole lo mejor para su pequeña.


Las fotos la dejaron sin palabras.


Estaba acompañada de una nota muy breve que habían accedido dar, y en donde solo se hablaba de temas
placenteros, como la infancia de ambos y esas cosas.


Pero sin dudas, las imágenes estaban el punto fuerte. Se los veía tan bien, tan enamorados, tan… emocionados. 


Parecían una pareja feliz esperando la llegada de su hija con
alegría.


Sus manos se unían en todas las tomas, y en especial había una, que traía lágrimas a sus ojos.


Estaban los dos parados y él abrazándola por atrás tenía sus manos tomadas, y a la vez apoyadas sobre su panza. Esa conexión, esa unión. Las abrazaba a las dos.


Las protegía a las dos.


Eran una familia.







CAPITULO 134





Elizabeth había vuelto a Argentina sin decirle a nadie. Había quedado con Paula para verse al día siguiente en su casa, y ahí estaban.


Sentadas en la mesa, a la hora del té. El sol brillaba en todos los rincones de la galería y tenían una preciosa vista del jardín.


Su suegra estaba vestida como siempre, impecablemente. 


Llevaba un vestido de media estación de seda en color manteca y el pelo recogido dejando ver dos enormes y hermosos pendientes de rubíes. Siempre se sentía mal vestida a su lado. Por más que sabiendo con quien se juntaba, había puesto especial atención en su elección
de vestimenta, igual se sentía desprolija.


Tenía una camisola con cuentas de gaza celeste transparente, y una camiseta de tirantes debajo. No le había quedado más remedio que ponerse el único jean que aun le entraba. Y sabía que si llegaba a estornudar, reventaría alguna costura. Se acomodó con dificultad en la silla. Se sentía un elefante.


La mujer se aclaró la garganta y empezó a hablar.
—Como sabrás mi relación con Pedro es…delicada. – su voz se quebró apenas. —Y lo respeto, por primera vez no me voy a meter. – sonrió amargamente. —Pero quiero conocer a mi nieta. Desde que me enteré de que voy a ser abuela yo…


Sin poder contenerse, sujetó su pañuelo con puntilla cerca de sus ojos.


Tenía la mirada vidriosa y eso la conmovió. Estaba pasando por un mal momento.


Tan malo como para tener que tragarse todo su orgullo y llamarla. Ella no iba a ponerle las cosas más difíciles.


Ya era suficiente castigo el que Pedro no quisiera saber más de ella.


No podía ni imaginarse como sería eso para una madre. Se tocó la panza instintivamente.


—No quiero perjudicarte, pero no sé que más hacer. Si le pido a mi hijo disculpas, seguramente no quiera escucharme. Le hice mucho daño ya.


—No entiendo que tengo que ver yo, Elizabeth. Para qué me necesita a mí? – al ver que la miraba con ojos muy abiertos llenos de miedo, suavizó la voz. —No hay nada que yo pueda decirle a su hijo que vaya a hacerle cambiar de
opinión.


Asintió con los ojos cerrados, resignada.


—Si. Lo sé. Necesita tiempo. Yo también lo necesito, para demostrarle que puedo cambiar. – le temblaba el mentón. —Pero mientras pasa ese tiempo mi nieta sigue creciendo. – le
miró la barriga con una sonrisa.—No me quiero perder de eso. Los bebés crecer rapidísimo.


Paula la miró curiosa.


—Me gustaría que cada tanto nos… viéramos. – miró hacia otro lado algo avergonzada. —Me imagino que no debo ser santo de tu devoción,Paula. No te culpo por eso. Me
comporté muy mal. No tengo perdón, no espero que me perdones. Me encantaría, pero no lo espero. – la miró sonriente. —Me equivoqué con vos. Sos buena para mi hijo, lo haces feliz. Estuviste ahí para él, te quedaste con él cuando …–se volvió a quebrar. —No lo dejaste.


—Nunca lo voy a hacer. – quiso tranquilizarla con sus palabras, pero solo hizo que la mujer llorara más.


—Vas a ser una buena madre. – cerró los ojos con fuerza, como si estuviera sintiendo dolor. —Mucho mejor que yo.


No sabía que decir. Qué se supone que tenía que sentir? Pedro le diría que no se deje manipular, Que no le crea una sola palabra, que no valía la pena. Que era una traicionera, que no tenía corazón. Y no sabía si era por las
hormonas del embarazo, o por qué, pero no podía odiarla. 


La miraba y sentía una profunda y devastadora pena por ella.


—Por favor. – se secó los ojos. — No tenés que perdonarme. Me basta solamente con verte de vez en cuando. Con ver a mi nieta. – suplicaba.


—Si Pedro se entera… – no la dejó terminar.


—Yo voy a asumir todas las culpas. Le digo que te amenacé o algo se me va a ocurrir.


—Y si no quiero? – Elizabeth la miró con tristeza.


—Entonces no nos vemos. – sonrió apretando los labios. —Si no querés lo voy a aceptar y lo voy a entender.


Se quedaron las dos en silencio.


Creía que se estaba metiendo en problema. Si aceptaba, su esposo se enojaría con ella. El había decidido cortar la relación con la madre. Sabía que la quería lejos de su vida.


Pero era su hija también. No tendría ella parte de decisión en ese caso? Sonrió. No. Porque no era su madre la que tenía en frente. Porque ella no había tenido que soportar años y años de traición. Porque no había amenazado con dejar a su padre en la calle. Todas esas cosas le habían pasado a él y
estaba en todo su derecho de odiarla.


Se sentó más derecha en la silla y habló.


—Elizabeth, entiendo las razones de mi esposo. Y sé que está pasando por un mal momento. Así que vamos a hacer
las cosas a mi manera. – su suegra asintió desesperada.


—Vos pones las condiciones. Por supuesto.


—Podemos vernos mientras esté embarazada. No me voy a negar a eso. Pero cuando la bebé nazca, si quiere conocerla, va a tener que hablar con su hijo. – se miró las manos, en donde brillaba su anillo de compromiso por
debajo de la alianza. —No le digo que hable ahora simplemente porque me parece que no es el momento. Todavía no se recupera del todo y no le quiero agregar preocupaciones. Pero como usted dice, los bebés crecer rápido y no quiero que nadie se arrepienta de nada.


La mujer le sonrió agradecida y estiró una mano sobre la mesa y le tomó una suya.


—Me está poniendo en una situación difícil con mi marido. – su ceño se frunció levemente. —Quiero que sepa eso, nada más.


Elizabeth asintió.


Terminaron de tomar el té, y casi una hora más tarde, Paula volvía a casa con la cabeza revuelta.


Estaba mintiendo a su esposo, pero sus intenciones eran buenas. El amaba a su mamá. Tarde o temprano arreglarían
las cosas.


Si, estaba segura


Esa noche se fueron a dormir más temprano que otras veces, pero ella se había despertado mil veces a la noche
para ir al baño. Según le había dicho su médico la bebé apretaba la vejiga, y eso hacía que a cada rato se tuviera que levantar.


Una de las veces que se levantó sintió que la panza se le ponía dura alrededor del ombligo. Cuando se pasó la mano por la zona esa rigidez se extendió por toda la barriga, y sintió un dolor agudo que la hizo agacharse.


Pedrooooo! – gritó mientras se sostenía de la pared del pasillo.


Escuchó como él corría a donde ella estaba en ropa interior y los ojos muy abiertos. La encontró con las dos manos en su vientre respirando despacio por la boca.


—Qué pasa? – la tomó de la cintura y la condujo hacia uno de los sillones. —Te duele algo?


Ella asintió con la cabeza incapaz de hablar del miedo que sentía. Era muy pronto para que naciera. Muy pronto.


Toda su panza se puso dura de nuevo.


—Mierda. – se agarró del brazo del sillón clavándole las uñas.


—Voy a buscar las llaves del auto. – se miró. —Y… me pongo un pantalón. Respirá. – inhaló y soltó el aire
soplando varias veces indicándole como.


Segundos después estaba listo, y la llevaba por el ascensor hasta el auto.