Apenas la puso sobre la cama, se abalanzaron sobre el otro para desvestirse lo antes posible. Todo el día había estado esperando por estar así, con él.
Los brazos de Pedro la envolvían, acariciándola con pasión, con urgencia, como si ya no pudiera esperar más.
Sabía que estaba pasando por un momento difícil en su vida, y estar con ella lo hacía olvidar. Eran sus besos, sus caricias, ahí se refugiaba. Y la llenaba de alegría cumplir con esa misión tanto como podía.
Le abrió las piernas con sus rodillas, ubicado sobre ella, con la respiración entrecortada y justo cuando estaba por… – el teléfono de la habitación sonó.
Con frustración hundió la cabeza contra la almohada.
—Nooo. – dijo.
Ella todavía agitada tocó el botón para ver que necesitaba Gerard. Aunque lo más inteligente hubiera sido ignorarlo.
—Señor Pedro, su padre Francisco está en la sala.
Después de soltar un abanico variado de insultos, incluso algunos que tal vez estaba inventando en el momento,
le contestó.
—Es muy importante?
—No me dijo, señor. También tengo un mensaje para la señora Paula: llamó el señor Marcos, y dice que por favor lo llame.
Paula se mordió el labio.
—Decile a Francisco que ya voy. – dijo vistiéndose a toda velocidad sin mirarla.
No hizo comentarios sobre el llamado de su amigo, pero sin dudas eso les había cortado más el ambiente que la llegada de su suegro.
Ella se vistió, para salir a saludar, pero cuando vio que se encerraban en el estudio, decidió que era lo mejor darles
espacio para que hablaran de sus cosas.
Aprovechó el momento para hablar con su amigo. Este había llamado para contarle que le estaba yendo muy bien en
Italia, y que estaba conociendo mucha gente copada. Se mordió la lengua para no preguntarle si entre esa gente, por
casualidad no había una chica que le gustara. No le pareció que todavía hubieran llegado a ese momento en la amistad como para hablarlo. Se sorprendió, de hecho, por sentir algo de celos ante la posibilidad.
El, por su parte le había preguntado por sus sesiones, y le había hecho prometer que le contaría cuando saliera algo publicado para verla.
Su amigo la había apoyado desde que se enteró que iba a modelar. No dudaba ni por un segundo de su capacidad, y mucho menos de su belleza. Aunque la ponía incómoda…
bastante incómoda que él le dijera esas cosas. Justamente él.
La buena noticia era que en dos meses volvería a viajar a Argentina para ver a su familia, y de paso, a Paula.
Estaba contando los días.
Su relación había cambiado un poco, pero no podían negar que se adoraban, y lo más importante para ambos era la felicidad del otro. Y eso la hacía feliz.
Francisco se había ido tarde, y Pedro se había quedado trabajando por unas horas más. Al principio lo había
esperado despierta mientras hacía unas actividades para la facultad, pero era de madrugada y empezaban a arderle los
ojos. Al día siguiente tenía otra sesión y no podía arruinarla otra vez, sería irresponsable estar con mala cara, así que se acostó.
Al otro día, cuando llegó a la agencia después del mediodía, estaban todos preparándose para las sesiones que se realizarían. Ella estaba más cansada que de costumbre, así que fue en busca de la cafetera para prepararse un café dulce cargado. Pero no la encontraba por ningún lado.
Se chocó con un chico que llevaba unas carpetas en la mano, y se le ocurrió preguntarle.
—Disculpame, el café?
El chico la miró de arriba abajo y con una sonrisa le contestó.
—En un segundo. – y salió corriendo.
Dejó sus cosas en donde siempre lo hacía, una especie de vestidor comunitario lleno de mesas, luces y perchas, en donde todos se cambiaban y maquillaban, y escuchó alguien que entraba.
El modelo antipático le sonreía y le alcanzaba una taza pequeña.
Ella le devolvió la sonrisa algo sorprendida. Qué mosca le había picado a este chico? Tenía la impresión de que
no la soportaba, pero bueno… le agradeció y dio un sorbo de café.
Estuvo a punto de escupir todo de golpe. Estaba asqueroso. Salado. El muy idiota le había puesto sal a propósito, y
ahora mientras ella hacía arcadas, se reía como un desquiciado.
—La próxima que quieras un cafecito, te lo haces vos, reina. – le dijo antes de irse.
Paula no pudo resistirlo más y corrió hasta el baño totalmente descompuesta del asco.
Había pasado media hora y todavía no se sentía del todo bien. Estaba blanca como un papel y no paraba de vomitar.
Se lavó la cara con agua fría y salió a prepararse lo mejor que pudo.
Sólo pudieron sacarle fotos durante 2 minutos antes de que tuviera que salir nuevamente corriendo al baño. Walter
se acercó a ella preocupado.
—Estás bien, nena?
—No, me siento muy mal. Perdoname. – le dijo tratando de
sentarse.
—Si tenés un problema sabés que podes contarme. Además… y esto te lo digo sin intenciones de que te lo tomes a mal: si tenés un temita con la comida, yo conozco miles de buenos profesionales que… – pero ella lo interrumpió.
—No estoy bulímica, Wally. – dijo casi gritando.
—Pero es que has estado bajando tanto de peso. Las chicas al principio no se dan cuenta de su condición, hasta que…
—Ninguna condición. – dijo más enojada. —Es el modelo que no me banca y le puso algo a mi café. Debe haber sido algo fuerte, porque fue hace como una hora y sigo vomitando. No tengo nada en el estómago.
—Qué!? Es muy grave lo que me estas diciendo Paula. Estás segura de que fue él?
—Si, pero dejalo así. No le digas nada, porque se está matando de risa. Es un idiota. – le dijo mientras se echaba
aire con una revista.
Su jefe no le dijo nada más y salió hecho una furia.
A los dos minutos volvía a entrar con el modelito visiblemente molesto.
—Mateo decime por favor que le pusiste al café de Paula.
El chico suspiró, se cruzó de brazos de manera violenta, y mirándola con odio contestó.
—Sal. Solamente le puse sal.
—Decí la verdad. No para de vomitar, que le pusiste?
El modelo se llevó una mano al bolsillo y sacó dos paquetitos de papel, uno con azúcar y uno con sal. Eran casi idénticos.
—Sal. Te lo juro, Wally. Le queríamos hacer un chiste nada más. Para que se integre. – le sonrió de manera simpática mientras lo veía el jefe.
—Ustedes están locos? Esos chistes no se hacen. Le pueden hacer mal en serio. Tu bromita nos costó un día de
producción entero. Mirale la cara, así no le podemos sacar fotos.
Estuvo a punto de reírse, pero se contuvo. Se estaba divirtiendo el muy imbécil.
Pero no pudo quedarse a ver que le contestaba, porque tuvo que salir disparada al baño con una nueva arcada.
No sin antes, verle la cara de asustado a su compañero al verla tan enferma.
Cuando se sintió mejor, y se rehidrató, le dieron permiso para que se retirara. Mateo la miraba con bronca, porque gracias a su reacción, lo habían regañado desde todas las áreas.
Llegó a su casa con Walter que insistió en acompañarla.
Su esposo estaba en la sala trabajando con la notebook cuando entraron.
Paula le había pedido por favor que no le contara sobre el incidente del modelo, porque no quería que se enojara, y pasara un mal rato. Estaba pasando un momento difícil y no quería molestarlo con estas pavadas. Así que habían optado por decirle que desde la mañana se sentía con molestias, y que había estado con un poquito de nauseas nada más.
De todas formas fue bastante evidente que estaba asustado y preocupado por ella.
****
Su esposa estaba blanca como un papel, y estaba ojerosa.
La manera en que ellos se miraban le daba a pensar que se
trataba de algo más.
El la había visto partir esa mañana a la facultad, y estaba perfecta.
Por qué se lo ocultaría? Pero después se acordó como se había comportado todos estos últimos días. Ni un si ni un no. Había estado tratándolo como entre algodones, para que nada lo molestara. Sonrió. Estaba preocupada por él. Por todo lo que estaba pasando. Y la verdad es que en cierta manera se lo agradecía infinitamente. Su cabeza no resistía ni un problema más. Estaba que reventaba.
Pero esto era diferente. Se trataba de su salud.
Así que cuando el jefe de Paula se fue, se le acercó y la agarró de las manos. Esta ridiculez tenía que terminar.
—Me vas a contar la verdad? – le dijo.
—Qué verdad? – le contestó confundida.
—Qué te pasa? Decimelo, Barbie. Te conozco. Últimamente estás comiendo tan poco, que…
—Vos también con eso? No estoy bulímica, ni anoréxica ni nada, Pedro. – le dijo enojada.
El abrió los ojos extrañado. Vos también? Quién le había dicho eso antes? Ahora todas las alarmas sonaban en su cabeza. Estaba bajando mucho de peso. Y él estaba tan ocupado con el trabajo que no le había prestado suficiente atención. Se sintió terrible.
—Sos hermosa, Barbie. No tenés que hacer ninguna dieta para estar preciosa. Lo sabés, no? Es por algo que te dijeron en la agencia? Hablaste con Amanda? Yo puedo hablar con quien sea…y…
—Y nada, no seas ridículo. No tiene nada que ver con todo esto. Ya estoy cansada de que todos se estén fijando lo que como, lo que no como. Basta! No tengo ningún problema.
Querés saber que me pasa?
Pedro se había quedado callado con la boca abierta. Paula en menos de un segundo se había puesto a gritar totalmente molesta.
—Uno de mis compañeros, un modelo muy antipático que no me soporta ni idea por qué… le puso sal a mi café y me pasé todo el día vomitando. Contento?
—Quién fue? – dijo tratándose de tranquilizar a si mismo contando hasta mil. Quien sea que hubiera sido, las iba a pagar.
—Mateo se llama. – miró hacia arriba. —Qué importa? Ya fue. No te conté que me vengo llevando un poco mal con mis compañeros, porque no quería sumarte algo que me parece que es una estupidez, a los temas realmente importantes con los que estás tratando. Ahora ya está. Ya pasó. No hablemos más del tema que estoy cansada, y me duele la panza.
—Cómo no va a importar? No está nada. Decime el apellido. Decime bien quién es y yo voy… – ella lo interrumpió.
—Vos no vas a ningún lado. Se acabó. Basta, en serio. Me voy a poner peor. Lo peor que podes hacerle a este tipo de personas, que se creen tan vivas, es ignorarlas. Se frustran, se aburren y al poco tiempo, dejan de romper las pelotas. – dijo enojada.
—No era esa la idea, Paula. Si la estás pasando mal podemos hablar con Amanda y… – lo volvió a interrumpir.
—No. No pasa nada. Fue un chiste, una broma pesada nada más. – dijo quitándole importancia. —Me voy a bañar.
No iba a seguir insistiéndole mientras se sintiera mal. Pero esto no había acabado así.