Se había pasado todo el día de su cumpleaños rodeada de amigos y familia. No podía pedir nada más. Pedro lo había organizado todo para que pudieran estar todos presentes. Si bien habían acordado no festejar, se había salido con la suya y le había planeado una fiesta íntima en uno de los
restaurantes de moda.
Tuvo que aceptar también a regañadientes que la llenara de regalos.
Empezando por un hermoso reloj de oro blanco, que iba perfecto con el anillo de compromiso, y pasando por una cámara analógica, que sin querer le había comentado, hacía años que quería. Era un capricho con todas las letras, porque ni siquiera tenía tiempo ya de sacar fotos por placer.
Pero él se lo había concedido.
Su familia le había regalado un maletín de cuero con sus iniciales grabadas para trasladar su material de trabajo, sus amigos unos discos de vinilo como a ella tanto le gustaban, y su suegro, en complicidad con su novio, un lente carísimo para fotos especiales con varios modos de enfoque y estabilizador de imagen en 4 pasos.
No se podía quejar. No se acordaba si alguna vez le habían hecho tantos regalos, o tanta gente se había acordado de ella para la fecha. Hasta Amanda, le había enviado una tarjeta de felicitación acompañada por un bolso de la última colección de Jackie Smith. Una preciosidad en cuero ecológico de colores vibrantes que iba perfecto con su personalidad.
Era tiempo que ya dejara de usar mochila de todas formas.
Solamente había un detalle que había faltado. Marcos.
Estaban todavía algo disgustados, y aunque no la llamó,
si le mandó un ramo de flores con una tarjeta bastante impersonal y un libro de ilustración y fotografía del que habían hablado una vez.
Era hermoso, así que se dijo que el asunto no iba a arruinar su humor. Le agradeció en el momento por mensaje de
texto, y se olvidó del tema.
Ella tenía que hablar con él en algún momento, pero tampoco iba a ceder tan fácil. Había estado mal en no
contarle de la boda, pero él también había estado pésimo en tratarla así.
No le hacía bien pensar en su amigo, por lo que archivó el tema para después. De todas formas tenía mil temas que ocupaban su cabeza.
Los días habían pasado, y pidiendo ayuda de sus amigos, había podido llevar el regalo para Pedro al departamento sin que se diera cuenta.
Últimamente estaban tan ocupados, que ni siquiera había sospechado el por qué de que su estudio estuviera cerrado todo el tiempo.
Miró el reloj. Solo quedaban dos minutos para las 12 de la noche. Quería ser la primera en saludarlo.
Estaba hablando por teléfono cuando la vio entrar.
Paula había preparado una pequeña torta y le había puesto una velita, y al verlo ocupado le hizo señas para que cortara.
El se rió, pero le hizo caso casi inmediatamente.
—Feliz cumpleaños, Ken. – le dijo besándolo despacio en los labios.
—Gracias Barbie. – le devolvió el beso.
—Tenés que pedir tres deseos.
****
Bastaba con verla ahí, a su lado, para saber que no necesitaba pedir nada más. Le sonrió y de todas formas, le dio con le gusto y sopló la pequeña velita.
La torta estaba riquísima. Tenía chocolate y frutillas con cremas. Una combinación que a su gusto, nunca fallaba. Y ella lo sabía.
En eso eran muy parecidos. Podían tener diferencias a la hora de escuchar música, o los libros que leían, o las
películas que les gustaba ver. Pero en la cocina, compartían casi todos los gustos.
Le resultó facilísimo a la hora de ponerse de acuerdo con Gerard para armar un menú, decidir el catering del día de la boda con la organizadora.
Los dos preferían las cosas saladas, pero el chocolate y las frutillas con crema, era algo a lo que no se podían resistir.
Se acercó y le besó la comisura de la boca, en donde había quedado algo de crema. Muy suavemente, pasó la lengua
y saboreó sus labios mientras la besaba.
Ella sonrió y lo sujetó por el cuello.
Si, había más cosas que tenían en común.
Podía decir que había estado con numerosas mujeres, todas muy distintas, y siempre muy atractivas. Pero con ninguna había sido tan compatible como con ella en esos aspectos.
Solo mirarse, o un simple roce, para que los dos entendieran el humor del otro y se dejaran llevar. No costaba nada.
Todo, hasta su forma de besar, le parecía estar hecha a medida para él.
Sus cuerpos encajaban perfectamente y se complementaban de manera natural.
Estaba todo el día pensando en ella, y en esos momentos que tenían de intimidad. Se sorprendió al darse cuenta
que desde el principio había pensando que nunca tendría suficiente, y eso no había cambiado en lo más mínimo.
Cualquiera hubiera dicho que pasados los meses, ese sentimiento empezaría a decaer. Como era muy normal que
sucediera con todas las parejas que empiezan a conocerse.
Pero no. El la seguía deseando como aquella vez en la fiesta, en que se la llevó a la habitación de Chelo, su
amigo productor.
Sería siempre así?
Y cuando estuvieran casados?
Tanta aversión había tenido toda su vida a la palabra compromiso, y ahora estaba a mes y medio de ser un hombre casado. El esposo de alguien.
Y lo más asombroso es que no podía esperar a que ese momento llegara por fin.
Dejo el plato de la torta de lado y la sujetó por la cintura. Ella sonreía y empezaba a tirar de su remera para sacársela.
Sin perder más tiempo, la rodeó con los brazos y la llevó a la habitación.
****
Esa mañana se levantaron temprano. Había invitado gente para hacer un almuerzo informal en la terraza.
No era lo que podía decirse una fiesta, pero algo era.
Gerard había contratado dos ayudantes para que le dieran una mano en la cocina, y tuvieran todo listo.
Era el momento de que ella le diera su regalo.
Repitiendo lo que había hecho él, tiempo antes cuando remodeló una habitación de huéspedes para ella, lo llevó con los ojos tapados hasta su estudio.
Una vez que estuvieron adentro, ella se los destapó y esperó a ver su reacción.
Se había gastado hasta el último centavo de su trabajo para Harper’s y no se arrepentía. Había valido la pena por
ver sus ojos cuando reconocieron el precioso piano de cola que ahora ocupaba casi todo el estudio.
Era imponente, de un color negro lustroso, y finos detalles que lo hacían lujoso y elegante aunque clásico y sobrio.
No sabía absolutamente nada de instrumentos musicales, así que había tenido que recurrir a la ayuda de algunos
de sus compañeros de facultad.
Aparentemente, al ver la sonrisa de Pedro, mientras pasaba la mano por las teclas, no se había equivocado.
—Paula… es… – la miró.
Estaba sin palabras. Era una novedad. Cuántas veces la había dejado así a ella? Miles. Era agradable por primera vez, estar del otro lado. Ahora entendía por qué a Pedro le gustaba tanto hacer regalos.
Sus ojos brillaban con emoción, eran como una descarga de calidez en su corazón. Se podía acostumbrar a esa
sensación. Incluso volverse adicta.
—Y? Te gusta? – le preguntó ansiosa.
El, todavía sin responderle, se sentó y empezó a rozar las teclas en una melodía lenta, aunque sus dedos se movían rápidamente en complejas notas y combinaciones que la hacían suspirar.
Se le hacía familiar, pero solo fue hasta que lo escuchó cantar que supo de que canción se trataba. Let her go, de
Passenger. Era la versión más bonita que había escuchado, hacía que sus ojos picaran. Su voz, masculina y profunda,
le daba descargas de calor en todo el cuerpo. Era la primera vez que lo escuchaba en vivo, y no podía compararse con nada.
Sus manos seguras, acariciando el teclado del piano eran lo más hermoso que había visto. Se sintió afortunada.
Esas mismas manos la acariciaban también a ella. Con la misma dedicación, con la misma pasión.
Verlo totalmente compenetrado en lo que cantaba, cerrando los ojos, haciendo la cabeza hacia atrás, la estaba volviendo loca. Sus manos ardían por tocarlo.
En ese momento él abrió los ojos y la miró. Ella no pudo evitarlo y se mordió el labio.
Se acercó y se sentó a su lado mientras seguía tocando.
Cuando terminó la canción se quedaron mirándose en silencio.
Algún día se acostumbraría a lo bellísimo que era? A lo atraída que se sentía cuando lo tenía en frente? A la
mirada en sus ojos, reflejando exactamente todo lo que ella pensaba y sentía? A que la mirara como si fuera la mujer más linda?
Casi como respondiendo a todas esas preguntas, la tomó con ambas manos por el rostro y se abandonaron en
un beso largo y casi desesperado que los dejó sin aliento.
Ella gimió suavemente mientras se abrazaba más, pasando los dedos entre su cabello. El sonrió y le mordió el labio de manera juguetona.
—Gracias, mi amor. – le dijo. — Es perfecto.
Frunció el ceño mirando la marca del piano y se separó apenas de ella para decirle.
—Paula, cuánto te costó este regalo? – la miró serio.
—Nunca vas a saber. – dijo ella sonriendo y repitiendo lo que una vez él había dicho al regalarle un vestido de
diseñador.
El sonrió pero negó con la cabeza haciendo un gesto desaprobatorio.
—Estas loca.
Ella se rió con ganas, contagiándolo.
—Evidentemente. – le dijo mostrándole el dedo del anillo.
Pedro hizo como si se ofendiera, y mientras ella empezar a reír de nuevo, la alzó por las piernas y se la llevó de
nuevo a la habitación.
El almuerzo se había prolongado hasta la tarde. Habían ido amigos de la productora, de la agencia, su padre, Cat,
Flor acompañada por Nico, y los padres de Paula.
La habían pasado a lo grande, entre risas, cariño y buena comida.
Su familia le había regalado una consola con varios videojuegos, que sabían que le iba a encantar porque
ahora cada vez que iba a Córdoba, se pasaba horas jugándolos con Nico. Y no se equivocaron.
Francisco le había regalado un viaje a Paris para dos personas. Cosa que ya habían destinado para su primera y más corta luna de miel.
Cat le había regalado unos gemelos de oro elegantes y lujosos. Cada uno con una inicial grabada. P y P. Por Pedro y Paula, explicó. Era un regalo para el día de la boda.
Paula se había llevado una mano al corazón, acompañado por un “ohh” de ella y de todos los invitados a coro que
encontraron el gesto romántico y dulce.
El, para molestar a su amiga había exagerado una cara de ternura y la había abrazado, haciendo que ella pusiera los
ojos en blanco con fastidio.
—Bueno, basta. Si hubiera sabido te regalo un par de medias, modelito. – dijo incómoda.
Todos se rieron.
Nadie se quería ir de la improvisada fiesta, lo que vieron como una buena señal de que la boda iba a tener el mismo éxito, pero tenía que asistir a su siguiente festejo.
****
No tenía sentido quejarse, ni patalear a estas alturas.
Aunque no tuviera ganas de separarse de su novia y
de la reunión que le había organizado, ya había quedado con su madre. No le quedaba más remedio que afrontarlo y
que se acabara pronto.
Abrazó a Paula por la cintura y se despidió con un largo beso, prometiéndole no tardar.
Se había quedado callada con el teléfono pegado a la oreja. Marcos. Hacía mucho que no hablaban, y la última vez
que lo habían hecho, había sido difícil y triste.
En esa ocasión le había dicho que estaba bien con Pedro, que estaban empezando de nuevo su relación, que
estaba enamorada de él y que se habían mudado juntos. Le había comentado también que su novio no se sentía del
todo cómodo con su forma de hablarle a ella y sus modos cariñosos. Y aunque la había comprendido, lo había notado
triste, y algo decaído. Desde esa vez no habían vuelto a hablar.
Ella no había insistido. No quería hacerlo sentir peor. Y por eso justamente es que había retrasado para darle las otras noticias.
No le había dicho nada de la boda.
Y se habría enterado por la prensa.
Maldijo.
Tomó aire y le contestó.
—Hola Mar. Cómo estas?
—Un poco confundido, la verdad. Es verdad eso que están diciendo rubia? Que… te casas?
—Si. Es verdad.
Silencio.
—Y no ibas a decirme? – le preguntó.
—Si…obvio que te iba a decir. Pero…
—Pero era mejor que me enterara cuando me llegara la invitación. O mejor! Cuando prendiera la tele. – dijo
molesto. Su voz sonaba rara. Había estado tomando.
—La última vez que hablamos, las cosas quedaron raras, y todo se dio tan rápido. Nos comprometimos hace poco,
pero la noticia se filtró. – dijo ella tratando de justificarse.
—Por qué estas tan apurada? Tenés miedo de que si no te casas, te vuelvas a confundir? Y dudes de tus sentimientos,
y por ahí termines con algún otro amigo, boludeándolo. – se rió amargamente. — O que si tardas en hacer que se case con vos, se vaya con otra.
—No puedo creer que me dijeras eso. Lo esperaría de cualquiera pero de vos… – los ojos le picaban.
—Perdón. – escuchó un largo suspiro, y un ruido que sonaba a que había golpeado algo. —Perdoname, soy un idiota. – Ahora tenía la voz quebrada.
Oh no. Estaba llorando.
—Te lo iba a decir, Mar. Perdoname. No quiero que estemos mal. Y no quiero que vos estés mal. – le dijo en voz baja.
—Bueno, bien no estoy. No puedo seguir haciendo esto. Me duele y…de verdad quiero que seas feliz. – otro suspiro —No puedo seguir siendo tu amigo, rubia.
—Qué? – dijo ella con un hilo de voz.
—No puedo, me hace mal. Te amo. – maldijo por lo bajo y cortó el teléfono.
Nunca lo había escuchado tan mal, le partió el corazón. Lo peor de todo era la distancia, porque si él no quería
hablar con ella, no había nada que pudiera hacer. Y ahora necesitaba abrazarlo, decirle que ella también lo
amaba y siempre lo haría. Y aunque estuviera enamorada de otro hombre, él siempre sería una de las personas más
importantes de su vida.
Se pasó todo el día pensando en él.
Lo había lastimado. Lo había perdido. Y esta vez para siempre. No podía elegir entre su novio y su mejor amigo. No
podía elegir entre casarse con el hombre que amaba, para mantener la amistad con otro. A quien amaba también.
Para cuando se hizo de noche, tenía los ojos hinchados de tanto llorar, y le dolía el cuerpo. Era como estar por
engriparse, multiplicado por mil.
Pedro, que había ido a ver el lugar en donde se realizaría la boda, recién estaba llegando. Iban a casarse en una
estancia que quedaba a un par de kilómetros de la capital.
Su estilo era colonial, y estaba rodeada de flores y campo. Tenía un patio interno, en el que desembocaban todas las habitaciones y salas, y en donde había una enorme fuente de agua. Era bellísima. Pero como quedaba un poco lejos, requería un par de horas de ida, y otro par de vuelta. Era perfecto, porque desde Córdoba, el viaje era exactamente a la misma distancia. Como un lugar en medio de las dos capitales. El había pensado en todo.
****
Cuando entró, se sorprendió de no ver a su novia sentada en la mesa de la sala, con la computadora prendida. De
hecho, todas las luces de adelante estaban apagadas.
Seguramente había salido.
Fue a la habitación para ponerse cómodo y la vió.
Hecha un lío. De pijama, rodeada de pañuelos descartables, de frazadas y acolchados. Tenía los ojos rojos e hinchados. Había estado llorando.
Todas las alarmas se encendieron en su cerebro, algo había sucedido. Solo podía esperar que su madre no tuviera nada que ver.
—Paula, qué pasa? – le preguntó preocupado.
—Nada, no importa. Estoy un poco sensible con todo esto del casamiento. – dijo tratando de sonreír.
El se acercó y se metió dentro de las sábanas con ella mientras la abrazaba. Si su madre había vuelto a atacarla, no querría contarle, para que él no discutiera.
—Si importa. Contame Paula. – insistió.
—No quiero hablar, Pedro.
—Nos estamos por casar… y – lo interrumpió.
—Marcos me llamó. – él se quedó callado mirándola. No era lo que esperaba que le dijera.
Quería escuchar esto? Si, si quería.
—Y por qué estás así? – se le tensaron los músculos. —Qué te hizo?
—Hacerme? – suspiró con pesar. —Qué le hice yo, en todo caso.
No estaba entendiendo. Que él supiera, no habían vuelto a hablar desde aquella charla. Y de eso hacía mucho tiempo.
Ella tomó aire y habló. No le había contado del compromiso, y él había terminado enterándose por la prensa y no por su mejor amiga.
—Y por qué no le contaste, Barbie? – le preguntó.
—Porque quedó todo raro desde la última vez que hablamos. Quería dejar pasar un tiempo, quería pensar como iba a decírselo, quería… encontrar el momento… – decía sollozando.
—Pero se enteró antes. – terminó de decir él.
Ella asintió, secándose los ojos. La envolvió con los brazos acercándola y le acarició la espalda mientras se
tranquilizaba.
—Y está muy enojado? – le preguntó.
La verdad es que mucho no le importaba si estaba enojado. Si le importaba que ella estuviera triste, no quería verla así. Lo llenaba de impotencia.
—No sé. Si, supongo. Estaba dolido. Nunca lo había escuchado así. Estaba borracho. – suspiró. —Dijo cosas que estoy segura no quería decir.
Y como si recordara, empezó a llorar de nuevo. Qué la había puesto así? Era algo malo. Sintió unas ganas terribles de ir a golpear al amigo de su novia. Fuerte. En la cara. Como ya había hecho alguna vez. Se lo podía imaginar.
Aunque eso no ayudaría a nadie, y probablemente la pondría peor.
—Qué te dijo para que estés así, Paula? – insistió.
Ella se tapó la cara por un momento y después le contestó.
—Me preguntó por qué estaba tan apurada por casarme. Si era porque no estaba segura de lo que sentía por vos…
Dijo algo como que era capaz de terminar con otro de mis amigos… – su rostro cambió de la tristeza a la rabia.
—O que si no me casaba rápido vos te ibas a ir con otra.
Sus puños se tensaron. Tenía muchas ganas de golpearlo. Estaba furioso, pero se lo iba a guardar todo bien adentro. De todas formas estaba muy lejos.
Algún día volvería… Si, tenía que volver. Pensó. Y ahí se cobraría todas esas lágrimas que Paula había llorado por él.
Mientras, puso su mejor cara, y acariciándole la mejilla, le sonrió.
—Estaba enojado. No quería decir nada de lo que dijo. Además había tomado… No le hagas caso.
Ella asintió y tomó aire con fuerza por la nariz más relajada. Le devolvió la sonrisa y lo abrazó.
—Gracias. – le dijo antes de darle un beso.
El negó con la cabeza, y siguió besándola.
****
Los días iban pasando a toda velocidad, sin que ella tuviera tiempo para asimilar muchos de los cambios que se realizaban a su alrededor.
Para empezar, su nombre y foto estaban en todos los medios más importantes del país, y de Europa. Su
casamiento iba a ser uno de los más comentados en mucho tiempo.
A las revistas locales, les parecía importantísimo a donde se realizaría el evento, quién sería el encargado de organizarlo, el diseñador que elegiría para el vestido, los zapatos, y hasta la torta. Algo que le causaba gracia porque ya había visto fotos de una, que supuestamente se había filtrado, y la
verdad es que todavía no la habían escogido.
Por lo menos, las invitaciones ya habían sido enviadas.
Quedaban menos de un mes y medio, y ya estaba todo casi
listo.
Habían viajado a conocer el lugar en donde se realizaría, y se habían quedado sin palabras. Era una estancia
rodeada por sesenta hectáreas de parque con impresionantes arboledas, que hasta un estanque propio tenía. Incluso habían pasado la noche, porque también
contaba con un hotel, con habitaciones de primer nivel. Era un lugar que ella hubiera imaginado para la boda de
alguien importante, como un presidente, o una estrella del cine.
Pensaron que lo mejor era hacer reservaciones para los familiares que vivían más lejos, de paso. Todos los
detalles estaban siendo atendidos.
La organizadora de eventos que habían contratado era super eficiente. Y se llevaba de maravillas con ella, porque tenían una manera similar de trabajar. Un poco obsesiva, eso sí. Pero estaba bien, porque se aseguraría de que todos fuera perfecto.
No había tenido noticias de Marcos, y eso le restaba un poco de felicidad a todo lo que le estaba pasando, pero no tenía tiempo de ponerse a pensar.
Para sumarse nervios, se acercaba su cumpleaños, y el de Pedro. Ambos cumplían en enero, con diferencia de tres días.
No harían fiestas, ni nada parecido, porque les parecía que con el casamiento, ya estaban hasta la frente de
preocupaciones y preparativos.
Todos habían entendido salvo una persona. Elizabeth. Quien había insistido con que ese día ella tenía que estar con su hijo.
—Es gracioso, porque en estos casi 25 años, pasamos juntos menos de 10 cumpleaños. No se por qué ahora
tanto interés. Siempre me decía que no era algo importante. – le dijo ofuscado cuando cortó con ella por teléfono.
—Pero ahora te estás por casar. Es tu mamá, que sé yo. – dijo tratando de entenderla.
—Si? Bueno, mala suerte si recién se acuerda de eso ahora.
Sin poder llegar a un acuerdo, Pedro pasaría todo el día de su cumpleaños con Paula, y a la noche cenaría con su madre. Una cena a la que ella no estaba invitada. El se había enojado, había discutido, y peleado hasta cansarse.
Era su futura mujer, tenía que ir, era su cumpleaños, y todo tipo de argumentos. Pero no la había podido convencer. Su madre estaba ofendidísima, y lo hacía sentir culpable, porque después de la boda se marcharía a Londres, y quería aprovechar hasta el último momento con él. Y como estaban tan ocupados con los preparativos, la
había descuidado, según decía.
Necesitaba tener esa cena íntima, madre e hijo.
Paula terminó por hablar con él, tranquilizarlo. Diciéndole que ella lo tendría todo ese día, y que después para
toda la vida. Podía darle esa noche a Elizabeth. Era lo justo.
El aceptó a regañadientes.
Con un poco de suerte y viento a favor era lo último que iba a escuchar de esa señora por un buen tiempo.
Sonrió ante la idea.