jueves, 17 de diciembre de 2015

CAPITULO 98




Su pulso se disparó, y su estómago quedo hecho piedra.


—Hola Mar. Cómo estás? – le contestó.


—Mal. Me siento como un idiota. No se ni como pedirte disculpas.


—Mar, no… – él la interrumpió.


—Hace semanas que marco tu número, y no llamo. Nunca se que decirte. Perdoname, es lo único que se me ocurre. Soy un imbécil. No te tendría que haber llamado en ese estado, ni haber dicho las cosas que te dije. – sonaba tan afectado, que no le costaba creerle.


—Esta bien. No estoy enojada. Me dolió lo que me dijiste, y espero que en el fondo no sea lo que realmente pensas.
Pero obvio que te perdono. Sos mi mejor amigo, y cuando te dije que no quería que estuviéramos mal, lo decía de todo corazón.


Escuchó que su amigo, del otro lado de la línea suspiraba, y soltaba el aire aliviado.


—Supongo que después de todo lo que pasamos, que te felicite ahora por el casamiento puede no sonarte del todo
sincero. Así que para hacerlo más fácil te voy a decir que apoyo todo lo que te haga feliz, rubia. Y si vos estás bien, yo
voy a estarlo.


—Gracias, morocho. – le dijo con lágrimas en los ojos.


—No llores Paula. Por favor. – le dijo angustiado.


—Te extraño tanto. – sollozó.


Hubo un silencio antes de que pudiera contestarle, y cuando lo hizo, su voz sonaba entrecortada. Le estaba costando lo suyo no llorar también. Se daba cuenta.


—Yo también te extraño. Voy a hacer todo lo que pueda para viajar en junio. Estuve practicando las cosas que
me enseñaste con la cámara, tengo como mil fotos para mostrarte y que me critiques.


Logró arrancarle una risa.


—Esperá. – se dio cuenta. —Cómo en junio? No vas a venir para…? – la interrumpió.


—Para tu casamiento? No puedo, rubia. Perdoname, pero no puedo. Entendeme…


—Si, si Mar. Obvio que te entiendo. Perdoname, soy muy egoísta por pretender que…


—Soy tu amigo, y querés que esté ahí a tu lado ese día. Lo entiendo. De verdad. Pero …me hace un poco mal. –
la voz se le quebró al final de la frase.


Su corazón se estrujaba, no quería escucharlo así. Ahora tomaba aire y se aclaraba la garganta reponiéndose y le
dijo.
—No se que me pasa, perdón. – dijo entre risas haciéndose el gracioso.


—Estoy hecho un maricón, llorando cada vez que hablo con vos.


Paula no pudo reír. Su garganta ardía por el nudo que se le había formado de emociones.


—Mar, te amo. Sabés?


—Y yo a vos, hermosa. – le dijo.


—Pero bueno, ya basta de ponernos mal. Hace mucho que no hablamos nos tenemos que poner al día.


Sonrió.


Lo que había restado de la charla, había sido más distendida. Sobre temas como el trabajo e ambos, la mudanza de Nico, su relación con Flor y diferentes cosas de las que Marcos se reía o tenía algún chiste o comentario que hacer. El, por su parte, le había contado que ya había jugado el primer partido con la camiseta de su nuevo equipo y había
logrado hacer un gol.


Entre promesas de volver a hablar pronto se despidieron alegres, dejando atrás las tristezas de un rato antes.


Ya no quedaba nada. Estaban en la recta final. Solo quedaba una semana para la boda. Y entre una cosa y otra,
tenía la sensación de haber bajado como 10 kilos.


Había días en los que no podía dormir de la ansiedad. Y aunque no estaba bien decirlo, se sentía mejor viendo que a Pedro le pasaba lo mismo.


Estaban felices, y el ver que todo estaba saliendo como ellos querían, los emocionaba todavía más. Se habían organizado bien, y el tiempo les había sobrado con los preparativos.


Contaban con la ayuda de todos los amigos y contactos de él para asegurarse que ese día iba a salir perfecto. Pero en
definitiva, eran un manojo de nervios lo mismo.


Estaba a punto de hacer la lista de cosas que tenía que llevar a París, su mini luna de miel, cuando su teléfono
sonó.


Elizabeth.


—Qué tal, Paula? – dijo con ese tono altanero tan característico de ella.


—Muy bien Elizabeth. Cómo está? – hizo lo posible por sonar educada y cordial, cuando en realidad lo que quería era decirle unas cuantas cosas.


—Bien, querida. Muy bien. Necesito hablar con vos.


—Digame. – le dijo curiosa.


—No, en persona. Son temas de familia, y esas cosas no se tratan por teléfono. – la regañó.


Paula suspiró, tratando de encontrar la paciencia que necesitaba para no mandarla a la mierda.


—No hay problema. Cuándo quiere que nos veamos?


—Te queda bien mañana para el té de las 5 en mi casa?


—Si, perfecto. Ahí voy a estar. – le dijo tratando de sonar alegre.


—Nos vemos entonces. – y cortó. No le dio oportunidad de
despedirse, ni lo hizo ella.


Qué quería su suegra ahora? Debía contarle a Pedro


Estaba tan contento por la boda y el viaje, que realmente le
molestaba tener que arruinar ese humor.


Ella podía manejarlo. Vería que quería esa mujer, y le contaría después solo si tenía que hacerlo.


Llegó 5 minutos antes, sabiendo que los Ingleses eran estrictos con la puntualidad, no queriendo ganarse otra
reprimenda que la llevara al límite de tener que insultarla. Se recordó que todo esto lo hacía para que Pedro fuera feliz.


Su madre era importante para él.


Elizabeth ya la estaba esperando, sentada en una de las salas, que daba a una galería llena de flores. El lugar era
bellísimo. Hasta el más mínimo detalle derrochaba lujo y …bueno, dinero.


Todo parecía carísimo.


Una de las empleadas estaba terminando de servir una mesa, que hubiera servido para alimentar a un comedor entero. Masitas y pasteles de todos los colores y tipos, bandejas de frutas, dulces, galletas, bizcochos, macarons, había de todo.


Se saludaron de manera cordial y tomaron asiento, mientras les servían el té.


—Bueno Paula, te tenés que estar preguntando por qué te llamé. Verdad? – le dijo sosteniendo la taza
cerca de su boca.


—Me gustaría saberlo, si. – dijo sonriendo. Sujetó la taza y solo después de ver que su suegra tomaba, se aventuró
a probarlo.


No es que pensara que sería capaz de envenenarla, pero…para qué arriesgarse, no?


—Debes estar al tanto de la charla que tuve con mi hijo el día de su cumpleaños.


Se le tensaron los músculos de la cara. Por supuesto que estaba al tanto.


No le contestó. Se quedó callada esperando que siguiera hablando.


—Como sabrás, no es mi intención que se separen. Yo también fui joven, y me enamoré. – sonrió recordando. —
Cuando conocí a Francisco, perdí la cabeza. Era el centro de mi universo. – suspiró. —Pero eran realidades distintas. Muchas cosas dependen de esta decisión que Pedro está tomando. Las consecuencias… El está dispuesto a
renunciar a todo el dinero por vos.


Paula se quedó sin aire y su corazón se derritió. No se lo había dicho. Solo le había dicho lo que su madre le había
propuesto, y que se habían peleado. No que era capaz de dejarlo todo por ella.


Sus ojos picaron de emoción.


—Se quedarían sin nada, Paula. Bueno, no nada. El tiene su
capital. Pero no es nada comparado con lo que podrían tener si llegáramos a algún acuerdo.


Estaba a punto de interrumpirla, para decirle que a ella no le importaba.


Pero su suegra levantó una mano frenándola.


—Si, me imaginé que ibas a pensar lo mismo que él. Como te dije, yo también estuve enamorada. Por eso estoy dispuesta a hacer una segunda propuesta. Y te la voy a hacer a vos porque sé que querés que Pedro siga teniendo una relación con su madre y lo querés ver feliz. Además me di cuenta de que mi ex marido te cae bien. No?


Frunció el ceño confundida.


—El trato es por lo mismo, pero cambian las condiciones. No tienen que casarse. Y a cambio, estoy dispuesta a ceder parte de la herencia para vos, y para tu familia. Se que tus padres hacen un gran esfuerzo para pagarte los estudios. Seguramente vas a querer alivianarles los gastos, no? – sonrió.


—Ese dinero no me corresponde a mí. No es mío, y no me interesa que lo sea. Ni una parte ni nada. Mi familia pensaría lo mismo. Es verdad, están haciendo un esfuerzo, que pienso devolver hasta el último centavo una vez que me reciba. – dijo tratando de estar tranquila, aunque las circunstancias se lo ponían bien difícil.


—Entonces te voy a contar algo, que por ahí te hace cambiar de opinión. – tomó de su taza relajadamente, como
si tuviera todo el tiempo del mundo para seguir hablando. —Cuando conocí a Francisco no tenía ni donde caerse muerto.
Pero yo lo amaba. Y por eso es que entiendo a mi hijo. – rió. —Francisco no se sentía cómodo siendo mantenido por mí,
pero yo lo quería a mi lado a cualquier precio. Y entonces hice algo, que nadie sabe. Ni siquiera mi ex.


Sonrió de manera perversa.


—Compré la mayoría de acciones de una empresa que estaba en desarrollo, y me las arregle por hacer lo posible por que lo contrataran sin que se diera cuenta de que yo estaba a cargo. El empezó al poco tiempo a trabajar como
contador. – se rió cerrando los ojos. — Por supuesto estaba feliz, tan orgulloso de por fin tener un sueldo que se
equiparara mínimamente al estándar de vida al que su novia estaba acostumbrada. De a poco fue siendo parte de esa empresa. La vio crecer.
Hizo de ella una marca reconocida dentro de lo que es la organización de eventos. Es su vida. Lo más importante
que tiene después de Pedro. Y además me brindaba a mí un beneficio extra.


Paula no podía creer lo que estaba escuchando. Esta mujer no tenía límites.


—Me daba una ventaja sobre él. Si me engañaba, o me dejaba, yo tenía instrumentos de sobra para cobrármelas.
– dejó la taza delicadamente. —Estaba perdidamente enamorada, pero nunca fui estúpida. Yo pertenezco a una de las familias más influyentes de Londres, y él no era nadie.


Suspiró.


—Con el tiempo empezamos a llevarnos muy mal, y nos separamos de mutuo acuerdo. Yo no le guardo rencor, la verdad es que me interesa bastante poco si sufre o no. Asi que dejé las cosas como estaban. El sigue trabajando
para mí sin saberlo. Además, el día que decidimos divorciarnos, él me dijo que no iba a querer ni un centavo. No le interesaba una división de bienes. Y lo valoré, me pareció algo muy íntegro de su parte. O tal vez fue un acto de orgullo, no sé. – hizo un gesto como quitándole la importancia con la mano. —Sería una pena que todo esto se
arruinara por el capricho de dos jovencitos que no saben lo que hacen.


—No entiendo.


—Esa es la parte en donde entras vos, Paula. Es la condición en la que más tenes que pensar. Como accionaria
mayoritaria, tengo el poder de hace algunos cambios. Incluso en el directorio estuvo dando vueltas la idea de liquidar directamente esa compañía.
Francisco quedaría en la calle. Y no sé si sabes, pero por no haber obtenido nada del divorcio, los primeros años, para
encontrar en donde vivir se endeudó. No es mucho dinero, pero él ha estado ahorrando.


—Me está extorsionando, entonces…


—Te estoy proponiendo un trato. De que le digas a Pedro, que no te interesa casarte porque lo pensaste mejor y preferís vivir un tiempo más juntos antes de dar ese paso, o lo que sea. No me interesa. Y yo dejo todo como está. Incluso mejor. Así como puedo quitarle el trabajo, también le
puedo dar un ascenso, un aumento, o lo que sea que estés dispuesta a negociar. – la miró fijo —Porque vos podés pensar que mi hijo va a ayudarlo, a prestarle el dinero, y podés tener razón. Pero para Francisco va a ser durísimo tener que pasar por semejante humillación ante Pedro. Y él no aguantaría ver sufrir a su padre. Y vos no querés eso, no?


Paula no contestó. Se había quedado totalmente congelada.


Con una sonrisa siniestra le dijo.
—Tenés 24 horas para decidirlo. Y quiero que tengas en cuenta que una vez liquidada la empresa, no es solamente
Francisco quien va a quedar en la calle.


Una de las empleadas domésticas que había llegado un minuto atrás se acercó a su silla cuando su jefa le hizo señas.


—Ana Laura, por favor acompaña a Paula hasta la puerta que se retira.


Y sin dedicarle otra mirada, pasó por su lado dejándola sola.


Confundida, fue hasta el auto y manejó hacia el departamento.


Por suerte, Pedro, no estaba para verla en el estado que había llegado.


Empezó a sentir un dolor en la boca del estómago. Sentía nauseas.


En sus manos estaba el destino de mucha gente.


De repente sintió como si una enorme carga se hubiera instalado en su espalda y sus ojos comenzaron a arder.


Tomando aire muchas veces, se dejó llevar por el llanto que llevaba atascado por horas.








CAPITULO 97




Cuando se despertó esa mañana, él estaba boca arriba roncando. Sonrió. Se lo veía tan despreocupado. Tan feliz,
ajeno a todos los dramas que le ocasionaba esa horrible mujer que era su suegra.


Pero sabía como hacerlo sentir aun mejor.


Muy despacio, se acercó a su boca y empezó a regarlo de besitos. Pasó sus dedos entre su pelo con cariño mientras
él iba despertándose con una sonrisa hermosa y un gruñidito sexy al que ella tanto se había acostumbrado.


—Buen día, Ken. – le dijo mientras lo besaba.


—Buen día, Barbie.


La tomó por las manos al tiempo que la daba vuelta para colocarse por encima con mucho cuidado, y comenzó a
besarle el cuello acariciándola con delicadeza.


Pero ella no estaba de humor para algo delicado. Buscó el lóbulo de su oreja y con los dientes comenzó a darle
tironcitos, mientras se agarraba con firmeza de su espalda.


El la miró con una media sonrisa perversa, mientras le sacaba las manos para ponerlas a los costados de su
cabeza rápidamente. Impidiéndole todo movimiento.


Fue bajando, besando su cuello hasta llegar a sus pechos. 


Volvió a levantar la mirada, mientras jugaba con su lengua volviéndola loca. Ella se arqueaba de placer.


Cuando bajó una de sus manos para tocarlo, él negó con la cabeza y la mordió. Ella no pudo evitar gritar.


Entendiendo, volvió a dejar el brazo como estaba antes, pero sin poder dejar de pensar en como se había sentido ese
trato violento, en ese contexto. Jadeó.


Le gustaba. Demasiado.


El siguió besándola y tentándola hasta que llegó a su entrepierna y ella pensó que no iba a poder aguantar mucho más.


Sin pensar, tomó su cabeza con ambas manos y se sujetó con fuerza de su cabello. En respuesta él aceleró sus
movimientos, haciéndolos más profundos.


Estaba perdida. Tenía los ojos cerrados, y a Pedro tomado
bruscamente, moviéndose y guiándolo con los tirones. 


Estaba muy cerca.


En ese momento, él dejó de besarla y subiendo a donde ella estaba, la llenó de golpe. Sin dejarla pensar, sin dejarla
acostumbrarse a nada, comenzó a moverse mientras mordía sus labios y empujaba como escalando sobre ella.


Era algo intenso. Estaba con los ojos cerrados y perdido.


Solo podía agarrarse firmemente de su espalda, y dejarse llevar. Cuando estaba a punto de explotar, el la dio vuelta, y separándose apenas, la hizo colocarse de rodillas y la llenó
sujetándola por la cadera.


En esta posición no podía verlo, pero si escucharlo, y notar que por la intensidad de las arremetidas, los dos estaban muy, muy cerca.


Gemía, y gritaba mientras él chocaba contra su cuerpo. 


Hasta que no pudieron más y se dejaron ir de manera
violenta quedándose quietos en el lugar, incapaces de moverse ni hablar.


Con todos los sentidos aturdidos, fue apenas consiente de que él le masajeaba suavemente la espalda, y se la llenaba de besos desde donde estaba.


—Estas bien, mi amor? – le preguntó.


Ella asintió sonriendo y acariciando su rostro cuando lo acercó para besarle el cuello.


El llevó sus manos a sus pechos y con la misma suavidad, se los acarició.


Cerraba los ojos y lo disfrutaba dejando escapar algunos suspiros. Las manos de Pedro se sentían tan bien. Su cuerpo agotado volvía a responder queriendo más. Aunque estaba exhausta, no podía evitarlo.


Llevó una de sus manos sobre las mano de él que la tocaba y la condujo más abajo. Gimió.


El, que todavía estaba dentro de ella, comenzó a moverse de nuevo. Más despacio que antes, pero de manera continua. A un ritmo que la hacía perder la cabeza.


Otra vez estaban perdidos.


El se mordía los labios, y aumentaba la velocidad, y ella desde donde estaba se impulsaba hacia atrás para encontrarse con su cuerpo, con fuerza, haciéndolo gruñir.


—Te gusta, Barbie? – le preguntó mientras le clavaba las manos en la cintura.


—Si. – logró decir ella con la respiración entrecortada. —No pares, Pedro.


El, enloquecido por sus palabras, gimió para aumentar la fuerza, y sujetó su pelo de un tirón haciendo que se
arqueara. Cuando quiso moverse, el tiró más fuerte, haciéndola gritar.


La tenía quieta mientras él los llevaba al límite a toda velocidad.


Se pegó a su cuerpo y fuera de control le dijo al oído.


—Te quiero escuchar. – su voz ronca desde el fondo de su garganta terminó por atormentarla.


Dándole el gusto, se dejaron ir casi al mismo tiempo mientras ella repetía su nombre entre gritos y jadeos.


Cuando se dejaron caer en la cama, estaban sin aliento. 


Tardaron más de lo normal en recuperarse.


El la miraba entornando los ojos.


—Eso de recién, …estuvo bueno. – le dijo.


Los dos rieron.


—Nunca había sido tan… – se quedaron callados.


El asintió. Después sonriendo le preguntó.


—Me tengo que asustar de que día aparezcas con un par de esposas, o algo así?


Ella rió con más ganas negando con la cabeza.


—Yo tengo que asustarme de que algún día me ates o me pegues con un látigo o algo?


—Lo del látigo no, pero atarte… – sonrió pensativo.


Ella levantó los ojos con sorpresa y se siguieron riendo.


—No haría nunca nada que te lastimara en serio. – le dijo dándole un beso en los labios.


—Yo tampoco. – le respondió ella abrazándolo.


—Igual, tampoco descartemos el tema de las esposas así de movida.Podemos ir viendo…


Ella lo empujó cariñosamente y entre risas se quedaron en la cama casi toda la mañana.


Se habían dejado ese día libre de lo que eran los preparativos y trabajo, para ayudar a Nico que se mudaba a
Buenos Aires.


Así que después de almorzar, le dieron una mano para que se instalara y le llevaron comida.


Paula sonrió con ganas cuando vio que Flor ya estaba ahí cuando ellos fueron, vestida con una remera vieja y
un jean roto, moviendo cajas y preparándose para limpiar el lugar.


Hacía meses que nadie vivía allí, y había varios centímetros de tierra sobre todas las superficies.


Para cuando se hizo de noche ya habían terminado. Su hermano no tenía tantas cosas como ella, y había metido
toda su ropa hecha bollos en los cajones, así que daba igual.


Tomándose un descanso, prendieron la tele y se sentaron en el sillón.


Estaba destrozada. Esa mañana la había dejado totalmente agotada. Miró a Pedro y estaba cabeceando de sueño
también. Le sonrió.


—Me mataste, Barbie. – le dijo al oído.


—Vamos a dormir. – le contestó tirando de su mano.


El asintió y bostezando se levantó del sillón.


Vio que él le hacía señas disimuladamente, para que mirara hacia el balcón.


Nico tenía a Flor sujeta a la cintura, mientras ella lo abrazaba por el cuello y le hablaba dándole besos.


Los veía tan bien que no podía creerlo. Nunca había visto a su hermano, ni a su amiga así.


Notaba algo en esas miradas.


Lo reconocía porque lo había vivido.


Los dos se estaban enganchando.


Esto iba en serio.


Sin hacer el menor ruido salieron del departamento y se fueron al suyo.



****


De camino a casa Paula se había quedado dormida, así que había tenido que cargarla.


La recostó delicadamente en la cama y comenzó a sacarle la ropa. El también estaba cansado. Por falta de tiempo había dejado de ir al gimnasio, pero tendría que retomar cuanto antes.


Más si pensaba cada tanto hacer algún trabajo como modelo. Tenía que mantener su físico.


Ahora Paula tendría que preocuparse por esas cuestiones.


Se detuvo mirándola mientras la metía entre las sábanas en ropa interior.


De verdad era muy hermosa. No hacía falta que Amanda, ni ningún dueño de ninguna agencia se lo dijera.


Un tipo de belleza que existía sin esfuerzos.


El tipo de belleza clásica y natural que hacía que su corazón latiera a mil con cada una de sus sonrisas. Le dio un beso y se acostó a su lado abrazándola.



****


Los días siguieron pasando, y entre tanto trabajo que tenían, ella se las había arreglado para tener sus tiempitos libres
para salir con la cámara como ella siempre hacía.


Mientras caminaba por la ciudad, se dio cuenta de que algo le faltaba. Se paseaba de un lado al otro apuntando a
todo, pero sin sacar ninguna foto.


Sonrió. Estaba tan acostumbrada a su trabajo, que lo que le faltaba era la modelo. Podía imaginársela de hecho.


Estaría caminando hacia la cámara sin mirarla directamente. Tal vez se llevaría una mano apartándose el pelo.


Si alguien le preguntaba un año antes, la fotografía de moda era definitivamente una de sus menos preferidas. De hecho, si alguien le hubiera dicho que en unos meses
pertenecería a una productora, trabajando para marcas y revistas importantes, por casarse con un modelo, y por qué no, a punto de modelar ella misma, se hubiera reído. Pero allí estaba.


Nunca lo había buscado, pero había descubierto en la moda, pasiones que estaban ocultas en ella, y que no conocía. 


Cada día le interesaba más el tema. Había tanto que quería aprender.


La experiencia con Amanda la había dejado obsesionada.


Lo que duró esa producción había estado caminando por las paredes, pensando que iba a explotar, morir o matar a alguien, pero una vez que las fotos estuvieron publicadas, había sido una de las mejores cosas que le habían
pasado en la vida. Nada se comparaba con la satisfacción y el orgullo, de ver plasmado su trabajo de esa forma.


Por eso es que estaba segura de que si volvían a ofrecerle un trabajo así, lo tomaría.


Un poco de presión y nervios valían la pena ante esos resultados.


Estaba a una cuadra del departamento cuando su celular comenzó a sonar.


Distraída mirando el paisaje, no miró la pantalla y solo atendió.


—Hola rubia.


Marcos.