Paula lo llevó a su hotel. Tenía que buscar las cosas, y hacer el check out para poder instalarse después en su casa.—
Podríamos quedarnos esta noche, de todas formas tengo que entregar la llave de la habitación a las 10 de la mañana.
El levantó una ceja, y se le acercó mirándola fijo. Todo su cuerpo se envolvió por una ola de calor.
Ella se mordió el labio, y lo agarró por el cuello de la camisa.
Después de dos minutos estaban en la cama, unidos de todas las formas posibles, perdiéndose en el otro.
El tiempo que habían estado separados había servido en cierta manera, para que ahora valoraran mucho más esos momentos de intimidad.
Se tomaban su tiempo, disfrutaban cada segundo.
Pedro la tenía abrazada por la espalda, y llenándola desde atrás, besaba su cuello, y le decía palabras bonitas mientras se movía lentamente.
Ella, se pegaba más a su cuerpo y suspiraba con los ojos cerrados, abrazada a su cuello.
Trataba de no perder el control, pero se sentía tan bien, que todo su cuerpo empezaba a escalar y escalar acercándose
más al borde.
Mordía su labio.
El llevó una mano por delante, hacia sus pechos, y masajeó.
No aguantaba más, se arqueaba y retorcía.
La mano fue bajando, hasta situarse en su situarse en su cintura. Ajustando su agarre, él se empezó a mover con más
fuerza y velocidad, arrancándoles gemidos a los dos.
El se acercó a su cuello, y empezó besarlo, mientras seguía con sus embestidas.
Se sentía cerca, y notaba que él también lo estaba. Pedro soltó su cintura y siguió bajando hasta su entrepierna.
Primero suavemente, y después con más urgencia, trazaba pequeños círculos, que la hacían gritar. No pudo soportarlo más y se dejó llevar, agotada, impactando con fuerza contra su cuerpo.
El gruñó y sujetándola con fuerza, se quedó quieto por un instante mientras la seguía.
Los dos suspiraron exhaustos.
Siguieron en la misma posición, abrazándose, besándose, repitiéndose eso que tanto les había costado decir, hasta que se quedaron dormidos.
****
Miró a la chica con la que estaba. Tenía los ojos cerrados y respiraba con tranquilidad. Sonreía a veces. Le gustaba, lo hacía sonreír también.
Era feliz. Besó su cabeza y la siguió mirando. Podía estar así todo el día, y no iba a importarle. Le hubiera gustado
poder estar en su cabeza para saber que estaba soñando, o para saber si ella se sentía como él.
****
Se acercó más a su cuerpo sonriendo, cómoda en su abrazo. Había extrañado amanecer con él. Era maravilloso.
—Buen día, Barbie – le dijo, buscando su boca para besarla.
—Buen día, Ken.
Ella lo acercó más, enredando sus dedos en su cabello.
Estaba recién levantado, y lo llevaba todo despeinado.
Le encantaba, era tan sexy.
El se movió para quedar encima de ella, y empezó a acariciarla. Se acercó a su boca, hizo como si la fuera a besar, pero se apartó sonriendo, dejándola con ganas de más.
Fue bajando, por su cuello, dejando besitos suaves, por un caminito que ahora llegaba al comienzo de su escote.
Levantó la mirada, y la miró con una sonrisa perversa.
Tomó sus pechos con sus manos, y comenzó a besarlos, jugando, probando, tentándola hasta que le rogara más.
Ella se movía queriendo encontrarse con su cuerpo, porque no podía evitarlo.
Lo necesitaba.
Pudo sentir contra la cadera, su deseo. El la necesitaba de la misma manera.
—Mmm…Pedro… – Decía, mientras él seguía provocándola.
El sonrió todavía más y siguió bajando. Paula cerró los ojos.
Los besos se hicieron más profundos cuando llegaron al lugar a donde se dirigían. No podía parar de moverse, se tomaba como podía del cabello de él, de las sábanas, se sentía a punto de estallar.
El dándose cuenta, empezaba a mover su boca más lento, a veces, hasta interrumpiéndose de todo, para besarle los muslos, o mordérselos. Era una tortura.
Después volvía a lo que había estado haciendo y ella otra vez volvía al límite, y así, hasta que no pudo más.
En medio de tanto tormento, él se subió por encima de ella y la llenó. Casi al instante, y dando un grito, se vino en pedazos, explotando como pocas veces en su vida.
Su cuerpo se estremecía, en pequeños temblores, y cuando empezó a volver a la realidad, él comenzó a moverse.
Subiéndole las rodillas, arremetió con violencia, mientras ella gemía. Era intenso.
Demasiado intenso. Casi le hacía daño.
Ella, se abrazó a su espalda, y clavó sus uñas en los hombros de Pedro, casi sin darse cuenta, mordiéndose los
labios. El estaba perdido en ella, y dudaba que se diera cuenta, tampoco.
Dejándose llevar por el momento, y porque estaba muy cerca, la sentó por encima de él, los dos mirándose a los
ojos, enfrentados. Ahora se movían los dos, chocándose en contra del cuerpo del otro, salvajemente. El le clavaba los
dedos en los muslos, en el trasero. Era fuerte.
Terminaron al mismo tiempo, abrazados, agotados y repentinamente.
Se quedaron quietos, como si estuvieran de alguna manera,
confundidos. Había sido algo feroz. Era una sorpresa para los dos. Por lo general eran tiernos, apasionados, pero más…amorosos, pensó ella. Esto había sido totalmente diferente a lo que estaban acostumbrados. Pedro la tenía
muy apretada todavía y ella, le estaba mordiendo el cuello.
Cuando volvieron a la normalidad, se miraron y se rieron.
—Barbie, nunca dejas de sorprenderme.
Los dos estallaron en carcajadas.
—Nos pusimos un poco,… – dijo ella levantando un poco las cejas sorprendida.
—Me tendría que haber imaginado, esa primera noche que me arrancaste todos los botones de la camisa.
Se rieron.
—Lo decís como si te acordaras de algo…
—Me acuerdo algunas cosas… – dijo él pensativo, mientras le besaba el pelo. —Qué te acordás?
—Me acuerdo que me agarraste de la mano, y te llevé a una habitación… no parabas de reírte. Tenía muchas ganas,
…pero estaba tan mareado, tan confundido. Estabas hermosa…
—Estaba borracha. – le contestó ella.
—Si, yo también. Y esa mañana, cuando te vi, me pareciste más hermosa todavía.
Paula le sonrió levantando una ceja y dándole un beso cariñoso.
—En serio. Sin maquillaje, despeinada. Tan natural. Todavía me acuerdo y me siento como esa vez. No pude dejar de pensar en vos en toda la semana.
—A mí me pasaba lo mismo.
Pedro se acercó y le dio un beso suave, y largo mientras la abrazaba.
Llegaron a casa de Pedro todavía temprano. El hizo un gesto, como si acabara de recordar algo.
—Tengo algo para vos, Barbie. Cuando vine a Londres, hace unos meses, en plena producción, me escapé para poder salir de compras. Te extrañaba y pensaba volver a Argentina
con un regalo. Después todo se complicó y me volví tan apurado que me olvidé el regalo acá.
Se fue hacia uno de los armarios. Se sentó en la cama con lo que parecía una caja de tamaño mediano, con envoltura
de color negro y un moño azul.
—Espero que te guste. Yo lo vi y dije: Paula
—Me va a gustar, sea lo que sea.
Sonriendo como una boba, abrió con cuidado la caja. Se llevó las manos a la boca para ahogar un grito de sorpresa.
Con reverencia, sacó lo que había dentro.
Una cámara antigua. No, tampoco era antigua, porque era de los 70, 80 como mucho. Era perfecta. Siempre había querido una así.
—Es una Polaroid, modelo SX-70, se supone que ya no se hacen más, así que por más que no la uses para sacar
fotos, tiene valor como…objeto coleccionable.
Pedro seguía hablando, pero ella no podía escucharlo. Era compacta y tenía detalles en cuero marrón. En su época
habría sido un modelo sofisticado, y único. Se doblaba de manera de poder transportarla con facilidad.
—Es hermosa… – dijo después de un rato, mientras seguía
inspeccionándola.
—Vos sos la entendida en estas cosas... Me pareció perfecta, tiene un toque vintage, igual que vos.
—Yo tengo un toque vintage? – le preguntó sonriendo.
El rió.
—Vos y toda esa música que te gusta escuchar.
Ella también se rió, se fijó y la cámara estaba lista para usar.
Sabía lo difícil que era encontrar una película para ese modelo. Apuntando a donde estaba Pedro, le tomó una fotografía rápidamente. No había tenido tiempo de posar, solo de sonreír. Una sonrisa blanca y encantadora que solo él podía hacer. Se rieron.
Ese había sido un regalo muy especial. Porque estaba pensado para ella, y porque era él quien se lo había
dado.— Es hermosa. – le dijo dándole un beso. —Te diría gracias, pero me parece que con eso me quedo corta…
—A mi se me ocurren muchas formas en las que me podes agradecer. – sonrió.
—Ah si? – dijo ella acercándose a su boca.
—Si. – le mordió el labio. —Y lo primero, es ir al evento de esta noche conmigo.
Se había olvidado por completo que tenía que asistir a un evento con él, en donde conocería nada más y nada menos
que a su madre. Lo poco que sabía de ella, es que era una mujer inglesa, muy fría, y que estaba separada de Francisco.
Tenía un único hijo, al que quería más que a nada en el mundo. Eso iba a ser complicado.
****
paso importante.
Para él también. Iba a ser la primera novia que le presentaba. Y Elizabeth, podía ser una mujer un tanto difícil
cuando quería.
Pero ya habría tiempo para preocuparse por eso. Ahora tenía otros planes.
Queriendo distraer a Paula, se acercó a ella y la tomó por la cintura.
No hicieron falta palabras.
En unos minutos estaban en su cama, a miles de kilómetros de todas las preocupaciones, de todas las dudas, de todo el mundo.
Amándose como mejor sabían hacerlo.
Quedándose abrazados después, refugiados en los brazos del otro.
Quería quedarse así para siempre.
Al cabo de un rato, ella se había dado vuelta, y suspirando, volvió a la realidad.
—Tendría que buscar algo para ponerme. No creo haber traído nada formal. – dijo mordiéndose el labio cuando se destapaba.
—Podemos ir de compras, conozco un par de lugares… – se interrumpió, mirándola levantarse y después empezó
a reír a carcajadas.
—Qué pasa? – preguntó ella.
—Mirate en un espejo.