lunes, 28 de diciembre de 2015

CAPITULO 133




Pedro había elegido uno de los lugares más exclusivos, y sólo por si acaso había hecho reservas para el curso. Había que hacerlas con meses de anticipación y nunca tenían cupo. No quería ni imaginarse la cantidad de dinero que su esposo había tenido que pagar para que los aceptaran.


Era una especie de spa, que estaba a cierta distancia de la ciudad, y tenía un increíble paisaje. El servicio contaba con la típica preparación para el parto, algunas clases en donde enseñaban cosas básicas a padres primerizos y la posibilidad de asesoría y asistencia en caso de que quisieran un parto en casa.


Paula primero lo había mirado con los ojos bien abiertos cuando él se lo comentó hasta estallar en carcajadas.


—Estás en pedo? – siguió riéndose. —En casa? Me muero. Ni se te ocurra. Quiero que sea en un hospital, seguro y lleno de medicamentos para el dolor.


Ahora lo miró más seria.


—Quiero miles de médicos cerca cuando esto pase o te juro que me agarra un ataque.


El asintió. Entendía sus razones en el fondo, y aunque el nacimiento en el hogar era una idea tierna, íntima y única,
tenía demasiado miedo para pelear más.


Seguramente él también necesitaría que ese día lo atendiera un médico.


Les habían hecho un tour, para que vieran cada rincón de las instalaciones.


Tenía un inmenso jardín en el centro en donde un grupo de 5 embarazadas hacían yoga al aire libre.


Adentro, había varias parejas como ellos, haciendo consultas, sacándose las dudas. Parecía un buen lugar. 


Parecía el mejor.


Lo que más les gustaba era que estaba alejado, y no tendrían que esquivar las cámaras. Se sentirían cómodos y tratarían de tener todo el bajo perfil que les dejaran.


Al volver Pedro a Argentina, y ser visto en repetidas ocasiones con ella, se hablaba obviamente de una reconciliación. De cómo supuestamente ella había ido a Estados Unidos a rogarle que dejara a su amante para
volver con ella y su hija.


Como su relación como pareja se había vuelto demasiado estable y aburrida para los medios, se cambió el foco a la bebé.


No sabían el sexo, porque habían decidido decírselo a poquísimas personas, pero de todas formas había especulaciones. Hasta tenía nombre.


Según un programa de la tarde, se llamaría Ana Elizabeth si era mujer, y Pedro Junior si era hombre.


Ellos se la pasaban riendo sobre estas historias que se inventaban.


Todavía no habían sugerido ningún nombre… era todo mentira.


Más días pasaron y sin darse cuenta, ya estaban en el sexto mes, esperando la llegada de su bebita.


Estaban más tranquilos, y se habían organizado de a poco. Paula cursaba por la mañana las materias que le quedaban
y él aprovechaba ese momento para ir a la productora.


En la universidad, todos la habían recibido con gran sorpresa al ver su panza, y entre todos estaban enternecidos charlando de bebés siempre que ella estaba cerca.


Pedro trataba de hacer todo el trabajo que podía hasta las primeras horas de la siesta, porque cuando llegaba a su casa se dedicaba solo a su mujer.


Salían a pasear, a hacer compras, a comer, o simplemente se quedaban frente al televisor abrazados.


No había tenido antojos hasta ahora, pero ayudaba el hecho de que siempre que tenía ganas de comer algo, ahí estaba él para conseguírselo.


No había tenido más ataques de pánico, y con la terapia parecía estar mejorando.


Esa tarde, en la clase de preparto, estaban sentados en círculo mientras la profesora les explicaba los cambios en
el cuerpo de la mujer durante el parto.


Trataba de transmitirles calma, pero por la cara de todas las futuras madres, era lo último que sentían.


Les habían mostrado fotos y videos de cómo sería el bebé en todas las etapas y le resultaba increíble pensar que justo ahora, tendría dedos, cejas, pestañas y casi todos sus órganos estarían funcionando con normalidad.


—A partir de esta semana pueden sufrir algunos calambres.– explicaba. — Son normales, pero deberían evitar estar mucho tiempo paradas o usar tacos muy altos.


Terminaba de hablar y las otras embarazadas levantaban las manos para hacerles preguntas de a 5. Desesperadas por respuestas.


Cuando terminaron, se sentaron para practicar algunos ejercicios de respiración y relajación. Era inevitable.


Bastaba con relajarse apenas para que sus párpados pesaran como dos yunques.


Sentía como a sus espaldas Pedro le daba pequeños empujoncitos cuando cabeceaba.


—No te duermas, Barbie. – le decía entre risas.


Ella se daba vuelta y lo miraba con el ceño fruncido. No entendía por qué le daba tanta gracia.


Al llegar a casa, se tomaron un baño y entre mimos cenaron en la cama.


Podría acostumbrarse a esa vida, pensó.


Y no sería nada difícil. Sacando obviamente las nauseas y la acidez que había sentido al principio.


Después de comer, Pedro dejando la bandeja de lado por poco se le tiró encima. La besó con fuerza, sujetándole
el rostro y apoderándose de su boca por completo. Su reacción fue casi inmediata. Luchó contra su ropa, mientras lo desvestía, pero cuando fue el turno de él, no pudo hacer nada con el pantalón.


Simplemente no salía.


—Te está apretando demasiado, mi amor. – la ayudó mientras ella insultaba en todos los idiomas agitada, sin poder liberarse de la prenda todavía.


—Estoy gorda, decilo. – lo fulminó con la mirada. —Dale, decilo.


—Estas embarazada, Pau. – por fin se los sacó. —Deberías comprar pantalones especiales.


Pudo ver como se arrepentía de lo que había dicho casi al instante en que terminó de decirlo. Y ella como si estuviera echando fuego por los ojos, se sentó y le dijo.
—Ropa pre-mamá? – estaba indignada. —Esos jumpers enormes!! O mejor, un overall con un conejito estampado en el bolsillo. – hizo un gesto de asco.


No pudo evitar reírse y eso la enfadó más.


—Ropa pre-mamá, no ropa para mamá de los 80, Barbie.


El todavía sonreía por la bronca que veía en sus ojos, pero dejó de hacerlo cuando vio que su barbilla temblaba. Y ahí estaban todos los cambios de humor.


—Eyy…no. – acarició su mejilla. —No llores, mi amor. Sos hermosa. No tenés que usar nada que no te guste.


La abrazó y meciéndola la sostuvo hasta que las lágrimas cesaron. Y fue en ese momento que se dio cuenta de lo
tonta que estaba siendo. Sonrió.


—Mañana vamos a comprar un jean de un talle más grande, pero de la marca que a vos te gusta. – la tranquilizaba.


La sonrisa se convirtió en risa, y la risa en carcajada.


Se tapó la cara mientras tentada miraba como su marido estaba confundido y no sabía si reírse con ella, llorar, salir corriendo o llamar al loquero. Pobrecillo.


Eran esos momentos en los que se sentía especialmente agradecida de que fuera él quien estaba a su lado, y no
cualquier otra persona.


Al día siguiente, cuando volvió de la universidad, tenía un par de llamadas perdidas en el celular de un número
privado. Le llamó la atención, porque no era un teléfono que solía dar. De hecho estaba casi segura de que la prensa no lo conocía. Entonces, cuando volvió a sonar, lo atendió sin dudar.


—Hola? – dijo intrigada.


—Hola, Paula. Soy Elizabeth. Podemos hablar? Te llamo desde un teléfono nuevo. Tenía miedo de que si leías que era yo, no me atendieras.


Contuvo el aire esperando cualquier cosa. La relación que había entre ellas, aunque hubiera mejorado tras la crisis de Pedro, seguía siendo rara.


—Si, claro. – contestó.







CAPITULO 132




Desde ese momento en adelante, no volvieron a hablar de la pelea. Pasaron 3 días visitando todos los lugares que
ella quería conocer, y el ambiente entre ellos volvía a la normalidad muy de a poco.


Pedro estaba esforzándose de verdad, y eso la ponía contenta. No había tomado nada más que agua y jugo
y de a poco volvía a ser el que siempre había sido.


Pero el cambio más asombroso era el de su actitud. Se estaba comportando como un adulto. Ahora hablaban
abiertamente de todo. El embarazo había dejado de ser un tema tabú, y estaba todo el tiempo pendiente de sus
necesidades. Pero no como la vez anterior cuando se estresó tanto que terminó… bueno, como terminó.


Se lo estaban tomando con calma.


Ahora él le contaba de sus miedos, y juntos se escuchaban y aprendían a adaptarse. Había cosas que simplemente
siempre les daría temor, pero era parte de la experiencia.


Se permitían desesperarse, y llorar y reír cuando les venía en gana por lo que fuera. Era como si los dos estuvieran pasando por los mismos cambios hormonales.


Volvieron a Argentina, y a medida que pasaban los días, ya no tenían necesidad de llorar ni estar poniéndose mal.


Su panza se movía de vez en cuando, y las novedades de esa nueva vida, era lo que les daba fuerzas para superarlo todo.


Pedro había empezado terapia por propia voluntad, no había tenido que sugerírselo siquiera, y eso lo veía como una gran paso adelante. Por lo menos ya no tenía esa especie de ataques de pánico.


En su próxima visita al médico, descubrieron que el embarazo iba bien, y que ahora sintiera tantas patadas se
debía a que la bebé estaba creciendo y aumentando de peso. Ahora era capaz de escuchar sonidos casi como lo haría al momento de nacer.


Por eso todas las noches antes de irse a dormir, Pedro tocaba el piano, para que tanto la pequeña, como la mamá disfrutaran. Era su momento favorito del día.


Habían ido a reunirse con Amanda, que al verlos sonrió. 


Eran la viva imagen del amor. A Paula se la veía
preciosa, y saludable, quería sacar las fotos para la revista cuanto antes.


Entonces quedaron en verse en una semana para pruebas de vestuario, y todas esas cosas a las que ahora los dos
estaban acostumbrado.


Marcos había vuelto a Italia, y volvería antes del parto seguramente.


Mateo y Ana estaban viéndose más seguido y aunque ya no se molestaban en esconderlo, su amiga seguía tenía reservas para con su compañero. No terminaba de abrirle su corazón.


Francisco estaba tranquilo de que la empresa finalmente no se liquidaría, y los otros empleados no iban a quedar en
la calle, pero no había podido volver a trabajar ahí. De todas maneras se había entusiasmado con la productora, y ya se
había acostumbrado a trabajar con Catherine.



La familia de Paula había viajado a Buenos Aires, y al verla con su pancita redonda, todo lo que habían dicho cuando se habían enterado, dejó de tener importancia. Estaban emocionados como dos abuelos babosos, y habían querido
comprarles de todo. Ahora que sabían que era una nena, los llenaron de ropita, bolsitos, mantitas y ositos de color rosa.


Ella solo podía sonreír.


Estaba en medio de su quinto mes de embarazo, y ya podía decir que había aparecido en todas las revistas, todos
los diarios y todos los programas de televisión de Argentina, y algunos de Londres. Las fotos siempre eran robadas, y eso la hacía sentir increíblemente incómoda.


Siempre era ella huyendo, con gafas oscuras, sin maquillaje, haciendo ejercicio. Donde menos se lo esperaba, había una cámara vigilándola. Pensó en lo irónica de la situación. Ella hacía meses que no tomaba fotos por placer.


Estaban las de la facultad, pero ya ni siquiera lo disfrutaba. 


Extrañaba estar en un set, con locura.


Y el día de las fotos para Harper's, se sintió como en casa.


Sus manos picaban por mover las pantallas, probar unas tomas, medir esto y aquello. Pero no, en lugar de eso tenía
que estar sentada en una silla mientras la peinaban y maquillaban al lado de su esposo, al que le estaban haciendo las mismas cosas.


La producción en general había sido hermosa. Intima, porque habían logrado una conexión entre ellos que se
trasmitía, y romántica, porque la manera en que él la miraba, la agarraba, le sonreía, solo podía ser amor.


Al final del día estaban todos emocionados.


La panza, esa que tantos complejos físicos le generaba, se había convertido en el centro de atención, y salía preciosa
para las fotos.


Lo único que podía desear, es que ahora que tenían fotos de su embarazo oficiales y de estudio, dejaran de perseguirla por la calle, porque era molesto.


Su relación con Pedro, por mucho que se había enfriado en los primeros meses, en este segundo trimestre, se había vuelto a calentar. Sin las incomodidades, ahora estaban los dos buscándose a cada rato. No podían sacarse las manos de encima.


Ella seguía sorprendiéndose de cómo su estado lo atraía. 


Tal vez se debía a las hormonas de ella, a su sensibilidad, o al hecho de que de tener una talla 90 de busto, había pasado a ser 95…y tal vez un poco más.


Su marido la miraba con deseo, y ella no se podía controlar. 


Era como si acabaran de ponerse de novios.


Esa tarde, después de salir de compras para la bebé, él se ofreció a darle un masaje porque la veía cansada y sus pies se habían hinchado como globos.


Lo que se convirtió en un baño juntos, y finalmente terminó cuando él la tomó en brazos sacándola de la ducha para llevarla directamente a la cama.


Mojados como estaban, no importó.


Pasó sus labios por su cuello y ella tuvo que cerrar los ojos.


Se tomó de su espalda, y empujándolo levemente lo dio vuelta hasta quedar ella por encima. Sentía sus ojos, viajando por todo su cuerpo, la necesitaba tanto como ella a él.


La tomó por las caderas y se movió despacio por debajo, pero ella rápidamente le sacó las manos y se las sujetó por arriba de su cabeza. Lo quería a su manera.


Mientras lo miraba fijamente a los ojos, se acomodó para que muy delicada y suavemente entrara en ella. Suspiró
echando la cabeza hacia atrás, y eso solo había bastado.


Esa sensación, ese momento, esa conexión. La única certeza que tenían de que las cosas no iban a cambiar entre
ellos, no importaba las circunstancias.


Se tenían el uno al otro, y tenían esto.


Pedro no aguantaba estarse quieto y empezaba a moverse. 


Con sus ojos fijos en ella y la boca entreabierta, mientras
todos los músculos de su cuerpo y el rostro se tensaban. 


Como en otras épocas, la tomó del cabello con fuerza.


De a poco iba perdiendo delicadeza y se convertía en algo violento y brusco que la hacía temblar. Era eso lo que le
gustaba. Sin dudarlo, respondió sujetándose de su cuello y tirando de él para tenerlo de frente a ella, sentados.


Tenían que ser más cuidadosos que otras veces en esta posición, pero lo que sentían hacía que todo valiera la pena.


La sujetaba por la cintura, cuidándola, disfrutando de su cuerpo como quería. Ahora si deteniéndose, la besó con ternura, la acarició,adorándola.



****


Sentía tanto deseo como ternura.


Muy difícil de explicar, pensó. Quería aprovechar cada beso, cada suave caricia, quería todo de ella.


Se movían juntos, se miraban transmitiéndose lo que sentían. La amaba con cada célula de su cuerpo, y esta era la manera tal vez más básica, pero más verdadera de demostrarlo.


Era un sentimiento tan fuerte que le nublaba la razón y lo hacía sentir poderoso, pero a la vez indefenso.


Solo con pensar que había puesto en riesgo lo que tenían, lo dejaba helado. Se abrazó a ella casi temblando, dejando que lo consolara, que lo llevara a donde ella iba.


Que se dejaran ir al mismo tiempo.



****


Se habían quedado en los brazos del otro por un largo rato después. Sabía que él lo necesitaba. Sus cuerpos estaban unidos por todos lados, y casi como si quisiera participar también de ese abrazo, la bebé pateó muy suavecito.


Pedro rió y llevó la mano a su panza.


—Hey! Hola… Tendrías que estar dormida, es tarde. – dijo acercando su boca.


—Creo que duerme de día. – dijo ella tocando su panza también.


—Vamos a estar meses sin dormir de noche… – se rió. —O años… 


Bajó su cabeza y con cariño la besó bajo el ombligo antes de
acomodarse a su lado para dormir.


Ella se acostó también y cómoda con él a sus espaldas, acarició su brazo y sonriendo le contestó.


—Nos conviene dormir ahora, entonces.


—Estás cansada, no? – dijo sonriendo. Siempre la cargaba con el tema. La verdad es que se dormía hasta en la mesa cuando cenaban. Ni hablar de ir al cine, era un papelón. Y le gustaba más todavía la idea que era él el que la había agotado de la manera en que lo había hecho un rato antes.


Antes de responderle se rió.


—Me estoy por desmayar. No se te ocurra levantarme temprano porque mañana no curso, y pienso dormir.
Dormir fuerte.


Rió también y acariciándola con la nariz oliendo su pelo le dijo.
—Que descanses, Barbie. Te amo.


Y efectivamente, al otro día, los dos habían abierto los ojos después del mediodía.


Quedaban pocos días para que ella tuviera que volver a la facultad, y para que él se reincorporara a la productora.


Según le había dicho Catherine, había muchas novedades.


Pero ese viernes, tenían algo más importante que hacer. 


Anotarse a las clases preparto.