miércoles, 16 de diciembre de 2015

CAPITULO 95





Se había pasado todo el día de su cumpleaños rodeada de amigos y familia. No podía pedir nada más. Pedro lo había organizado todo para que pudieran estar todos presentes. Si bien habían acordado no festejar, se había salido con la suya y le había planeado una fiesta íntima en uno de los
restaurantes de moda.


Tuvo que aceptar también a regañadientes que la llenara de regalos.


Empezando por un hermoso reloj de oro blanco, que iba perfecto con el anillo de compromiso, y pasando por una cámara analógica, que sin querer le había comentado, hacía años que quería. Era un capricho con todas las letras, porque ni siquiera tenía tiempo ya de sacar fotos por placer. 


Pero él se lo había concedido.


Su familia le había regalado un maletín de cuero con sus iniciales grabadas para trasladar su material de trabajo, sus amigos unos discos de vinilo como a ella tanto le gustaban, y su suegro, en complicidad con su novio, un lente carísimo para fotos especiales con varios modos de enfoque y estabilizador de imagen en 4 pasos.


No se podía quejar. No se acordaba si alguna vez le habían hecho tantos regalos, o tanta gente se había acordado de ella para la fecha. Hasta Amanda, le había enviado una tarjeta de felicitación acompañada por un bolso de la última colección de Jackie Smith. Una preciosidad en cuero ecológico de colores vibrantes que iba perfecto con su personalidad.


Era tiempo que ya dejara de usar mochila de todas formas.


Solamente había un detalle que había faltado. Marcos. 


Estaban todavía algo disgustados, y aunque no la llamó,
si le mandó un ramo de flores con una tarjeta bastante impersonal y un libro de ilustración y fotografía del que habían hablado una vez.


Era hermoso, así que se dijo que el asunto no iba a arruinar su humor. Le agradeció en el momento por mensaje de
texto, y se olvidó del tema.


Ella tenía que hablar con él en algún momento, pero tampoco iba a ceder tan fácil. Había estado mal en no
contarle de la boda, pero él también había estado pésimo en tratarla así.


No le hacía bien pensar en su amigo, por lo que archivó el tema para después. De todas formas tenía mil temas que ocupaban su cabeza.


Los días habían pasado, y pidiendo ayuda de sus amigos, había podido llevar el regalo para Pedro al departamento sin que se diera cuenta.


Últimamente estaban tan ocupados, que ni siquiera había sospechado el por qué de que su estudio estuviera cerrado todo el tiempo.


Miró el reloj. Solo quedaban dos minutos para las 12 de la noche. Quería ser la primera en saludarlo.


Estaba hablando por teléfono cuando la vio entrar.


Paula había preparado una pequeña torta y le había puesto una velita, y al verlo ocupado le hizo señas para que cortara. 


El se rió, pero le hizo caso casi inmediatamente.


—Feliz cumpleaños, Ken. – le dijo besándolo despacio en los labios.


—Gracias Barbie. – le devolvió el beso.


—Tenés que pedir tres deseos.



****


Bastaba con verla ahí, a su lado, para saber que no necesitaba pedir nada más. Le sonrió y de todas formas, le dio con le gusto y sopló la pequeña velita.


La torta estaba riquísima. Tenía chocolate y frutillas con cremas. Una combinación que a su gusto, nunca fallaba. Y ella lo sabía.


En eso eran muy parecidos. Podían tener diferencias a la hora de escuchar música, o los libros que leían, o las
películas que les gustaba ver. Pero en la cocina, compartían casi todos los gustos.


Le resultó facilísimo a la hora de ponerse de acuerdo con Gerard para armar un menú, decidir el catering del día de la boda con la organizadora.


Los dos preferían las cosas saladas, pero el chocolate y las frutillas con crema, era algo a lo que no se podían resistir.


Se acercó y le besó la comisura de la boca, en donde había quedado algo de crema. Muy suavemente, pasó la lengua
y saboreó sus labios mientras la besaba.


Ella sonrió y lo sujetó por el cuello.


Si, había más cosas que tenían en común.


Podía decir que había estado con numerosas mujeres, todas muy distintas, y siempre muy atractivas. Pero con ninguna había sido tan compatible como con ella en esos aspectos.


Solo mirarse, o un simple roce, para que los dos entendieran el humor del otro y se dejaran llevar. No costaba nada.


Todo, hasta su forma de besar, le parecía estar hecha a medida para él.


Sus cuerpos encajaban perfectamente y se complementaban de manera natural.


Estaba todo el día pensando en ella, y en esos momentos que tenían de intimidad. Se sorprendió al darse cuenta
que desde el principio había pensando que nunca tendría suficiente, y eso no había cambiado en lo más mínimo.


Cualquiera hubiera dicho que pasados los meses, ese sentimiento empezaría a decaer. Como era muy normal que
sucediera con todas las parejas que empiezan a conocerse.


Pero no. El la seguía deseando como aquella vez en la fiesta, en que se la llevó a la habitación de Chelo, su
amigo productor.


Sería siempre así?


Y cuando estuvieran casados?


Tanta aversión había tenido toda su vida a la palabra compromiso, y ahora estaba a mes y medio de ser un hombre casado. El esposo de alguien.


Y lo más asombroso es que no podía esperar a que ese momento llegara por fin.


Dejo el plato de la torta de lado y la sujetó por la cintura. Ella sonreía y empezaba a tirar de su remera para sacársela.


Sin perder más tiempo, la rodeó con los brazos y la llevó a la habitación.



****


Esa mañana se levantaron temprano. Había invitado gente para hacer un almuerzo informal en la terraza.


No era lo que podía decirse una fiesta, pero algo era.


Gerard había contratado dos ayudantes para que le dieran una mano en la cocina, y tuvieran todo listo.


Era el momento de que ella le diera su regalo.


Repitiendo lo que había hecho él, tiempo antes cuando remodeló una habitación de huéspedes para ella, lo llevó con los ojos tapados hasta su estudio.


Una vez que estuvieron adentro, ella se los destapó y esperó a ver su reacción.


Se había gastado hasta el último centavo de su trabajo para Harper’s y no se arrepentía. Había valido la pena por
ver sus ojos cuando reconocieron el precioso piano de cola que ahora ocupaba casi todo el estudio.


Era imponente, de un color negro lustroso, y finos detalles que lo hacían lujoso y elegante aunque clásico y sobrio.


No sabía absolutamente nada de instrumentos musicales, así que había tenido que recurrir a la ayuda de algunos
de sus compañeros de facultad.


Aparentemente, al ver la sonrisa de Pedro, mientras pasaba la mano por las teclas, no se había equivocado.


—Paula… es… – la miró.


Estaba sin palabras. Era una novedad. Cuántas veces la había dejado así a ella? Miles. Era agradable por primera vez, estar del otro lado. Ahora entendía por qué a Pedro le gustaba tanto hacer regalos.


Sus ojos brillaban con emoción, eran como una descarga de calidez en su corazón. Se podía acostumbrar a esa
sensación. Incluso volverse adicta.


—Y? Te gusta? – le preguntó ansiosa.


El, todavía sin responderle, se sentó y empezó a rozar las teclas en una melodía lenta, aunque sus dedos se movían rápidamente en complejas notas y combinaciones que la hacían suspirar.


Se le hacía familiar, pero solo fue hasta que lo escuchó cantar que supo de que canción se trataba. Let her go, de
Passenger. Era la versión más bonita que había escuchado, hacía que sus ojos picaran. Su voz, masculina y profunda,
le daba descargas de calor en todo el cuerpo. Era la primera vez que lo escuchaba en vivo, y no podía compararse con nada.


Sus manos seguras, acariciando el teclado del piano eran lo más hermoso que había visto. Se sintió afortunada.


Esas mismas manos la acariciaban también a ella. Con la misma dedicación, con la misma pasión.


Verlo totalmente compenetrado en lo que cantaba, cerrando los ojos, haciendo la cabeza hacia atrás, la estaba volviendo loca. Sus manos ardían por tocarlo.


En ese momento él abrió los ojos y la miró. Ella no pudo evitarlo y se mordió el labio.


Se acercó y se sentó a su lado mientras seguía tocando.


Cuando terminó la canción se quedaron mirándose en silencio.


Algún día se acostumbraría a lo bellísimo que era? A lo atraída que se sentía cuando lo tenía en frente? A la
mirada en sus ojos, reflejando exactamente todo lo que ella pensaba y sentía? A que la mirara como si fuera la mujer más linda?


Casi como respondiendo a todas esas preguntas, la tomó con ambas manos por el rostro y se abandonaron en
un beso largo y casi desesperado que los dejó sin aliento.


Ella gimió suavemente mientras se abrazaba más, pasando los dedos entre su cabello. El sonrió y le mordió el labio de manera juguetona.


—Gracias, mi amor. – le dijo. — Es perfecto.


Frunció el ceño mirando la marca del piano y se separó apenas de ella para decirle.


—Paula, cuánto te costó este regalo? – la miró serio.


—Nunca vas a saber. – dijo ella sonriendo y repitiendo lo que una vez él había dicho al regalarle un vestido de
diseñador.


El sonrió pero negó con la cabeza haciendo un gesto desaprobatorio.


—Estas loca.


Ella se rió con ganas, contagiándolo.


—Evidentemente. – le dijo mostrándole el dedo del anillo.


Pedro hizo como si se ofendiera, y mientras ella empezar a reír de nuevo, la alzó por las piernas y se la llevó de
nuevo a la habitación.


El almuerzo se había prolongado hasta la tarde. Habían ido amigos de la productora, de la agencia, su padre, Cat,
Flor acompañada por Nico, y los padres de Paula.


La habían pasado a lo grande, entre risas, cariño y buena comida.


Su familia le había regalado una consola con varios videojuegos, que sabían que le iba a encantar porque
ahora cada vez que iba a Córdoba, se pasaba horas jugándolos con Nico. Y no se equivocaron.


Francisco le había regalado un viaje a Paris para dos personas. Cosa que ya habían destinado para su primera y más corta luna de miel.


Cat le había regalado unos gemelos de oro elegantes y lujosos. Cada uno con una inicial grabada. P y P. Por Pedro y Paula, explicó. Era un regalo para el día de la boda.


Paula se había llevado una mano al corazón, acompañado por un “ohh” de ella y de todos los invitados a coro que
encontraron el gesto romántico y dulce.


El, para molestar a su amiga había exagerado una cara de ternura y la había abrazado, haciendo que ella pusiera los
ojos en blanco con fastidio.


—Bueno, basta. Si hubiera sabido te regalo un par de medias, modelito. – dijo incómoda.


Todos se rieron.


Nadie se quería ir de la improvisada fiesta, lo que vieron como una buena señal de que la boda iba a tener el mismo éxito, pero tenía que asistir a su siguiente festejo.



****


No tenía sentido quejarse, ni patalear a estas alturas. 


Aunque no tuviera ganas de separarse de su novia y
de la reunión que le había organizado, ya había quedado con su madre. No le quedaba más remedio que afrontarlo y
que se acabara pronto.


Abrazó a Paula por la cintura y se despidió con un largo beso, prometiéndole no tardar.






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