Cuando estacionó el auto se dio con la sorpresa de que su madre no había planeado una cena íntima para ellos como había dicho. Esto era una fiesta con todas las letras. Una vez más, se sintió con ganas de romper algo. Paula tendría que haber sido invitada. Era su prometida!
Cerró la puerta de un golpe y resignado entró. Ya estaba ahí. Por lo menos le sacaría provecho a la velada.
Arreglaría las cosas con su madre, para que pudiera volver tranquila a Londres, y así evitarse cualquier problema que
pudiera ocasionarle con Paula.
Miles de personas que él había conocido en sus años de modelos,estaban ahí para celebrar su cumpleaños. A la mayoría conocía de vista y realmente dudaba que estuvieran
ahí por él. Mas bien por haber sido invitados por Elizabeth y sabiendo que el evento, iba a cobrar una importancia
social que a todos les interesaba para mantener un status.
Puras estupideces a su entender.
Puso su mejor cara, y agradeció a todos los asistente.
Cuando su madre lo vio, le hizo señas para que se sentara con ella en la mesa principal. Lo saludó con un beso pequeño y al aire.
—Feliz cumpleaños, querido. – le dijo.
—Pensé que íbamos a estar solos. – le respondió alzando una ceja.
—Es el cumpleaños número 25 de mi único hijo. Cómo no iba a festejarlo dándole lo mejor? – sonrió mirando al
resto de los que se sentaban con ellos.
El se mordió la lengua para no responderle como quería, porque no era la manera de tratar con ella, si deseaba
hacer las paces. Pero la verdad que para tener lo mejor, su novia tendría que haber estado ahí sentada a su lado.
Y en su lugar, quién estaba? Por supuesto, era obvio. Lo supo incluso antes de verla. Rebeca.
Ella se desvivió en un saludo afectuoso, que salió retratado en todas las fotos. El solo le dedicó una sonrisa seca, y ninguna palabra.
Paula tendría que ver mañana estas fotos en todos los medios.
Mientras la noche avanzaba, no pudo evitar las comparaciones entre sus dos fiestas. La primera tan llena de
afecto, calidez, y genuina celebración. Y la segunda, fría, estirada y tan llena de hipocresía que lo asqueaba.
Mirando el reloj, se acercó a su madre.
—Mamá, pensé que esto iba a ser solamente una cena, y la verdad es que ya tenía planes para después. Puedo hablar un rato con vos, antes de irme?
—Cómo que te vas? – preguntó espantada. —Esta fiesta es en tu honor, no te podés ir.
—Yo no sabía que venía a una fiesta en mi honor, y ya hice
compromisos. Si me hubieras avisado… – ella lo interrumpió.
—Esta bien. Vamos a mi estudio un momento. De todas formas también tenía que darte mi regalo. – le sonrió.
Llegaron y se sentaron, mientras Elizabeth buscaba un sobre de papel crudo y se lo entregaba.
—Qué es esto?
—Como te dije, es tu regalo. – suspiró y frunció los labios de manera afectada. —Aunque un regalo de esas características, por supuesto tiene sus condiciones.
Pedro abrió el sobre, encontrándose con una llave.
—Es una propiedad en Londres. Es esa casa que siempre te gustó, desde que eras chiquito. Esa que parecía un pequeño castillo. – le dijo sonriendo.
—Una casa? – le dijo sorprendido.
—Por lo que te podrás imaginar las condiciones.
—Que me vaya a vivir a Londres.
—Si y no. Falta un pequeño detalle
Su madre se acomodó en su lugar, y respirando profundamente tal vez para encontrar las palabras correctas, o generar suspenso, tardó en empezar a hablar.
—No te cases.
No se sorprendió. Al notar el tono con el que había empezado la charla, sabía que algo así podía ser el motivo.
Puso los ojos en blanco con un resoplido, y se levantó para irse. No tenía sentido estar ahí.
—Pedro, no estoy diciendo que cortes tu relación con Paula. Pueden mudarse ahí, y empezar una vida juntos. Incluso tener hijos. No me voy a oponer. A nada de eso. Van a tener mi más sincera bendición. Lo único que te pido es que no te cases. Quién necesita un papel? No es lo importante.
Al ver su rostro, y notar su desesperación todo le cerró. El era muy pequeño cuando ocurrió y casi lo había olvidado. El testamento de su abuelo.
Al ser su único nieto, le había dejado absolutamente todas sus pertenencias. Pero como era un menor se lo administró su madre hasta que cumplió 18. Con el paso del tiempo, él
se desentendió del asunto. Además porque no podía contar con la totalidad de la cifra. Solo de una mensualidad, que le daban los intereses de semejante monto.
Su querido abuelo había dejado una cláusula para poder quedarse con todo. Debía estar casado. Solo así, podría obtenerlo.
—Esto es por la herencia del abuelo Pedro. No? – le preguntó Pedro, refiriéndose al padre de su madre que
llevaba su mismo nombre.
Ella no respondió. Estaba clarísimo que era por eso.
—Y qué pensas? Que cuando tenga la herencia te voy a echar de tu casa, que en realidad era de él? O que te voy a
dejar en la calle?
—No pensaría eso de vos. Pero a Paula no la conozco. Y Pedro, estamos hablando de una suma de dinero que esa chica ni siquiera podría imaginar, ni en sus mejores sueños.
—Paula no es así. – dijo enojado.
—Pedro, es lo único que te pido. Soy tu madre. Si es que me querés, aunque sea un poco…
Estaba dando golpes bajos.
Molesto, se levantó.
—Y pensaste que me ibas a poder hacer elegir entre una casa en Londres, y Paula? – negó con la cabeza.
—Entre ella y yo. – dijo firmemente.
—Quedate con la casa, quedate con la herencia, con el dinero del abuelo Pedro, con tu dinero. Quedate con todo
mamá. No me interesa. – se dirigió a la puerta y antes de salir, le dijo — Nosotros dos, no tenemos más nada que hablar.
Salió echando chispas. La gente que aun estaba en el salón se había quedado boquiabierta, porque en el camino había empujado a varios que estaban en su camino de muy mala
manera.
Cuando llegó al auto soltó todas las maldiciones que se había estado guardado.
El pensaba en arreglar todo con su madre, porque la amaba, y no quería que sufriera. Incluso la había entendido con
respecto a su actitud con Paula. Porque ella se había justificado con esa basura de que era su único hijo, y estaba
asustada. Cosa que ahora sabía eran puras mentiras.
Siempre la había movido el dinero.
Por eso tanta desconfianza con su novia desde un principio.
Había estado todo este tiempo temiendo por su asqueroso dinero.
El no le importaba.
No era la primera vez que se llevaba esta impresión.
A los 16, había pasado por algo que lo había dejado marcado.
Literalmente. El tenía ganas de ir al colegio como todos los demás jóvenes de su edad y ella se lo había negado.
Había una producción muy importante, en la cual iban a pagarle mucho dinero.
Esa misma, con la que se hizo tan famoso.
Pero a él no le interesaba. El quería tener las experiencias que los demás chicos tenían y ella se lo negó.
Recordó como un día al volver de una de las pruebas de vestuario, se había tomado todo el mini-bar de su
habitación del hotel y acompañado de Rebeca, su compañera en todas esas locuras, se habían ido de fiesta.
Tal era el estado que tenían, que cuando despertaron al otro día, ella tenía el pelo de color turquesa y él un tatuaje de
estrella en el cuello.
Sonrió. No habían podido parar de reírse, aun cuando todo el mundo los regañaba. La gente de la agencia estaba furiosa, y su madre ni hablar.
Pensó que le había fastidiado el mejor contrato que habían podido conseguir. Pero no.
La gente de la marca amó su tatuaje. Decidieron agregárselo
digitalmente a las fotos que ya tenían de él.
Después de eso, estaba otra vez subido a un avión, y no había tenido tiempo si quiera para enojarse con su madre por ser como era. Como a cualquier adolescente le hubiera gustado hacer. Azotando la puerta y todo eso.
Y ahora se le antojaba directamente tirar abajo todas las
puertas de una patada.
Respiró.
No volvería a caer en el juego de Elizabeth, ni a dejarse manipular.
Volvió a donde debía estar en ese momento. De donde no se tendría que haber ido.
A su casa, con Paula.
****
Tenía ganas de agarrar a su suegra por las mechas. Pero no hizo comentarios de eso. No ayudaría en lo más mínimo.
Estuvo ahí para apoyar a Pedro. Prestándole un oído y
brindándole las palabras y el cariño que pensaba que necesitaba.
Esa noche se fueron a dormir bastante tarde. Pedro estaba enojado, y no paraba de darle vueltas al asunto.
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