miércoles, 30 de diciembre de 2015
CAPITULO 137
Los días pasaban a toda velocidad, y ya estaba en el séptimo mes de embarazo. En el curso de preparto les
habían dicho que era una buena idea armar un bolsito con lo necesario para el gran día.
Y entre eso y su gran panza, era en lo único que podía pensar. El gran día.
Y estaba aterrada. Todas las mujeres que conocía que tenían hijos, le habían contado su experiencia. Y eran
todas tan distintas que no sabía como reaccionar.
Su madre había tenido dos partos rápidos y hermosos, mientras que su suegra había estado cerca de 20 horas
pariendo. Mierda. No podría soportar tantas horas de dolor.
Ya habían hablado con el doctor Benjamín, y habían llegado al acuerdo de que sería un parto natural si así se daba. Pero ante la primera complicación tenían que hacerle una cesárea. No estaba para nada en contra de la epidural. Era su único consuelo, de hecho. Y Pedro parecía estar de acuerdo.
Ahora leía los libros de embarazo a su lado, y muchas veces le hacía algún comentario, o le señalaba páginas con cosas que quería que leyera. Llegaba la noche y ahí estaba él, en la cama con su librito “Voy a ser mamá”. Le daba una
ternura inmensa. Era su forma de lidiar con los miedos.
Estando preparado para todo. Sintiendo que tenía el control de algo de lo que pasaba a su alrededor.
Entraban al último trimestre y tal vez el más importante.
También eran sus últimos días de clases.
Cuando estuviera entrando al octavo mes, terminaría de cursar, y no podía esperar a que eso ocurriera. Se cansaba muchísimo. Caminar dentro de la universidad la agotaba.
Además era molesto porque tenía que excusarse para ir al baño cada 5 minutos. Estaba tomando cantidades de
líquidos, indicadas también por su médico, y eso solo lo hacía peor.
El lado positivo es que la piel y el pelo se le había puesto lindo. Tenía el pelo suave, y dócil. Nunca lo había
tenido tan brillante. Su piel se veía lustrosa y pareja.
Este sería el brillo que todo el mundo siempre veía en las embarazadas.
El sexo se empezaba a complicar.
Cada vez tenían más dificultades por la dimensión de la panza, y tenían que ingeniárselas, pero podía decir que él seguía sintiendo el mismo deseo de siempre.
Seguía viéndose con Elizabeth, que la estaba malcriando. La había llevado a una muestra fotográfica preciosa, y ella
estaba como loca por ir a buscar su cámara y registrar todo.
Extrañaba los flashes.
Al cabo de un momento, se empezó a cansar y sintió que el ombligo se le endurecía.
Oh no. Las contracciones Braxton Hick otra vez.
Se sentó donde pudo y se llevó las manos a la panza.
—Ay no. Qué te pasa? Te sentís mal? – preguntó su suegra preocupada.
—Se me pasa…no es nada. Pero necesito acostarme un segundo. Estuve mucho tiempo parada. Auu…– su barriga era de piedra.
Sin dudarlo, la mujer sacó su teléfono y marcó.
—Pedro? Estoy con Paula y se siente mal. Necesito que vengas a buscarla. Te paso la dirección.
A los pocos minutos, un Pedro vestido de traje y cara de preocupación llegó al lugar corriendo y resbalando por los rincones.
—Pau? – se acercó a donde estaba. —Te sentís mal? Por qué no llamaron a un médico? – estaba fuera de si.
—No amor. Y estoy bien. – y de verdad lo estaba. —Las Braxton Hicks de nuevo… Estuve mucho tiempo parada.
—En serio estás bien? – la miró a los ojos muy serio.
Ella asintió y él suspirando dos veces se sentó a su lado aliviado.
Después de un rato en el que pareció volver a pisar tierra firme frunció el ceño mirando a su madre y después a ella.
Ahora es que se daba cuenta de que estaban juntas antes de que él fuera.
—Qué hace ella acá? – preguntó mirando en dirección a Elizabeth.
—Pedro. – empezó a decir la mujer. Ya le había dicho que si él se enteraba, cargaría con las culpas. Pero si dejaba que eso sucediera estallaría una guerra en plena muestra de fotos. Y estaban rodeados de prensa.
—Vamos a casa y te explico. Si? Quiero estirar las piernas. – dijo interrumpiéndola.
Todos se despidieron rápidamente y Pedro llevó a su mujer a descansar.
Al llegar, tenía un mensaje de su suegra que decía.
“Cualquier cosa que necesites, llamame.”
Tomó aire y se dispuso a contarle toda la verdad. No se dejó nada adentro.
El al principio se sintió engañado, casi traicionado y se molestó. Pero como sabía que tenía buenas intenciones, de a poco entendió.
Besó a su esposa en los labios suavemente.
—Gracias, mi amor. Pero a mi no me interesa hablar con ella. Vos podés verla, no te lo puedo prohibir. – se encogió de hombros. —Necesito más tiempo. No le creo nada.
—Está dispuesta a devolver toda la herencia. – dijo mordiéndose el labio.
—Yo no quiero nada.
—Se lo dije. – él sonrió.
—No me gusta que te ponga al medio, mi amor. Ella hace eso, y arruina todo.
—Nada va a arruinar lo que tenemos. – le devolvió el beso con la misma ternura. —Cuando estés listo, ella te espera para hablar.
El asintió y se abrazó a ella por un rato.
A la noche la había llamado su amiga Ana. Al parecer las cosas iban bien con Mateo. Tanto que ahora se paseaban en público.
Esto a ella le molestaba muchísimo, porque ya había aparecido en algún sitio de internet como la novia
misteriosa del modelo.
Pau compartió con ella su propia experiencia, y eso pareció dejarla más tranquila.
Nico había sufrido eso también. El como el novio de la modelo y el hermano de ella, pero era lo mismo. Lo
molestaban en la facultad, y algunos hasta lo felicitaban.
Pero no le estaban dando buena vida. Más de una vez, lo
habían acosado en la puerta de la facultad para preguntarle por Paula, el sexo del bebé, o cualquier información que pudieran sacarle.
Estaba considerando seriamente la posibilidad de irse a Córdoba.
Pero después estaba Flor, que hacía que la bronca se le pasara y lo mantenía en su lugar. Sin dudas ella era una muy buena razón para quedarse allí.
Semanas después ella entraba en el octavo mes de embarazo, y como había programado, terminaba de cursar.
Listo.
Una etapa de la vida que había cerrado.
Solo le quedaban 5 materias por rendir. Pero ya lo haría más adelante.
Ahora lo único que tenía que hacer era convertirse en mamá.
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