miércoles, 30 de diciembre de 2015

CAPITULO 140





Habían llegado en tiempo record, y apenas los vieron con Pau retorciéndose de dolor, los hicieron pasar a sala de parto para dejarla ingresada.


Su médico había sido avisado, y estaría con ellos en un momento. Pero mientras la conectaron otra vez al aparato de monitoreo.


Ella gritaba porque la posición le hacía peor, pero la enfermera, le había dicho que era solo un momento.


No había tiempo para nada más.


Había llegado el momento.


Sus manos temblaban descontroladamente, y trataba de
disimularlo.


No quería ponerla más nerviosa.


Tenía miedo. Miedo por la bebé, miedo por ella, miedo al parto.


Por qué mierda había leído tanto sobre eso? Ahora que sabía todas las cosas que podían ir mal, su cabeza no
paraba de darle vueltas.


La enfermera lo miró, volviéndolo a la realidad.


—Usted se va a quedar con ella?


—Si, si claro. – dijo convencido.


—Tiene que darme sus datos.


Y mientras él hablaba veía como Paula hacía un esfuerzo por no gritar.


Estaría pasando por un dolor terrible. Ni siquiera podía imaginárselo.



****


Después del monitoreo, su médico la fue a ver. Estaba lista, no había tiempo para la epidural. Habían llegado justo a tiempo. Unos minutos más y nacía en su casa.


Mierda.


Aterrada miró a Pedro, y él le sostuvo la mano con fuerza besándole la frente.


Todo lo que siguió fue como un gran borrón. Lágrimas, dolor, mucho dolor. Su esposo a su lado, apoyándola, tranquilizándola, dándole valor, la enfermera indicándole cuando pujar, su médico contándole que pasaba… pero ella no podía hacer nada, era demasiado.


Cerró los ojos, sacó fuerzas de donde no tenía y poco después la escuchó.


Un inconfundible llanto.


La sostenían mostrándosela sobre su ahora chata barriga. 


Ella pudo sentir su calor a través del manto que habían
puesto para apoyarla. No podía sacarle los ojos de encima… era tan…chiquitita y rosada.


Entre dos enfermeras se la llevaron para hacerle todos los controles y limpiarlas, mientras ella todavía no sabía como sentirse.


No lograba captar si había dolor o el dolor se había ido. No sabía que seguía haciendo el doctor, y tampoco le
importaba.


Sus ojos estaban justo con su pequeña.


Al rato, Pedro la traía envuelta en una mantita color rosada y con gorrito del mismo color.


No lloraba, ni gritaba. Estaba tranquilita con las manitos en
movimiento. Las cerraba y las abría como buscando algo. 


Era tan graciosa.


Tenía los ojos abiertos, muy abiertos.


Mirándolo todo, descubriendo todo por primera vez.


Instintivamente se estiró para tocarla y la sintió tan suavecita que su corazón se derritió.


—Hola, Eva. – dijo emocionada.


—Barbie, es hermosa. – Pedro también estaba emocionado. 


Tenía los ojos algo vidriosos, aunque seguramente
estaba tratando de disimularlo.


La pequeñita abría la boca y bostezaba apretándose los ojitos con los puñitos.


Una de las enfermeras entró.


—Ahora te vamos a pasar a sala común para que puedas alimentarla. – sonrió. —Me parece que tiene sueño.


—Si. – dijo riendo.


En la sala común, Eva había cenado y ahora estaba totalmente dormida.


Todos sus conocidos se habían turnado para entrar y conocerla, pero casi en puntas de pie para no despertarla.


Según su madre era igual a ella cuando era una bebita. 


Pero, obviamente cuando entró Elizabeth, dijo que era
igual a Pedro cuando era chiquito. Los dos se rieron.


Flor se emocionó hasta las lágrimas y se autonombró madrina. No le había dado la oportunidad de decirle que ella ya la había elegido para que lo fuera, porque ya se había impuesto.


Iba a ser su tía favorita y la iba a malcriar.


Mateo se había enamorado a primera vista. Le había puesto el pulgar dentro de su manito y Eva se lo había sujetado con fuerza.


—Hola, Eva, princesita. – se acercó para mirarla bien. —Yo quiero una así… mirá lo que es…


Ana lo miraba con el ceño fruncido sin decir nada.


—Pueden tener uno ahora, y serían compañeritos de jardín. – dijo Pedro mirando a su amiga que ponía los ojos en blanco.


—Vas a tener que dejar la noche, Mateo. – dijo Pau muerta de risa.


—No me importaría. Ella ya lo sabe. – se encogió de hombros. —Pero no quiere.


Pedro, viendo que el ambiente empezaba a cargarse sacó al modelo con la excusa de ir a tomar un café.


—Qué no querés? – preguntó Pau.


—Quiere que me case con él. El pibe está loco. – dijo indignada. —Que me quiere y no sé que otras cosas…


—Y vos no lo querés? No querés casarte? Formar una familia? – miró a Eva con cariño.


Su amiga se quedó pensativa por un momento.


—No le digas nada… pero si. Si lo quiero, pero no sé si estoy lista para todo lo que él quiere. Tenemos un ritmo
diferente. – suspiró. —Me desespera.


Paula rió.


—Son iguales.


Ana se tuvo que reír también.


—Por eso es que nos vamos a dar contra la pared en cualquier momento.


—No… yo creo que van a terminar bien. Juntos. Van a encontrar la manera.


Anabela sonrió y después de darle un besito a Eva y otro a su mamá, se fue a donde estaba su novio. De repente
necesitaba tenerlo cerca.


Cuando todos se fueron, era muy tarde.


Habían hecho una excepción y habían dejado que demasiadas personas pasaran y no podían quedarse porque
había otras embarazadas y bebés recién nacidos que necesitaban descansar.


Tenía una pieza para ella sola, con un sillón enorme al lado de su cama y la cuna, que iba a ser en donde Pedro
dormiría. No pensaba dejarlas solas.


Agotados se fueron a dormir y apenas apoyaron la cabeza en la almohada cayeron rendidos.


A los pocos minutos se despertaron por el llanto de Eva.


Oh, su pequeñita tenía pulmones.


Se levantó y la alzó. Después de alimentarla y mecerla un rato se calmó.


Le dio un besito en la frente y la volvió a acostar.


Su esposo se había despertado y estaba sentado mirando. 


Cuando vio que se podía volver a acostar, lo hizo.


Dos minutos después, otra vez lloraba.


Esta vez fue él quien se levantó y con toda la delicadeza del mundo la alzó y la abrazó. Parecía haberse dormido en sus brazos, así que ella también se permitió dormir.


En vano.


Al rato volvía a llorar.


Los tuvo toda la noche despiertos.


La habían paseado, alimentado, cambiado, cantado, mecido, abrazado… y nada.


Les iba a estallar el cerebro en cualquier momento. El le insistía con que durmiera mientras la cuidaba, pero era imposible dormirse con semejante griterío.


Tan chiquita y con tanto carácter.


Cuando lograron hacerla dormir era de día, y la enfermera pretendía hacerle los controles. Suspiró.


Iban a ser meses muy largos.








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