Decidió que ya que estaban todos en la ciudad para verla, haría un Baby Shower. Estaba en la semana 37 de su
embarazo, y si no lo hacía ahora, no tendría otra oportunidad. Además estaban tan cerca de las fiestas, que era una linda oportunidad para estar todos juntos.
Se puso un vestidito de gaza blanco que había comprado con Elizabeth, y se ató el pelo con una trenza de costado.
Afuera hacía un calor de mil demonios, así que con Pedro habían organizado todo para hacerlo dentro del departamento.
Estaba todo decorado en colores blanco y rosa, pero de manera elegante.
No había chupetes gigantes, ni tortas con forma de bebés.
Cosa que, por cierto, le parecía una idea macabra.
Pero había comida, eso si.
Montones y montones de comida.
Gerard, estaba tan emocionado como ellos y como no podía decidir que menú hacer, había hecho varios. Platos fríos, algunos más tradicionales, postres, mesa dulce, bandejas de frutas, otras con carnes y algunas opciones vegetarianas.
Ella se había quejado entre risas de que la quería seguir engordando, pero no la tuvo en cuenta. Según él, ella no había engordado lo suficiente.
Estaba de nueve meses y había aumentado exactamente 10 kilos.
No era mucho, si se tenía en cuenta que Eva pesaba más de 2.
De todas maneras ya había decidido volver a su dieta sana, y a entrenar apenas su médico se lo permitiera. Marcos le había dicho que él mismo se encargaría.
Era tan difícil imaginarlo.
Antes corría por horas, y ahora a duras penas se obligaba a caminar.
Porque si no lo hacía, sus tobillos se hinchaban como globos.
Pero le pesaba todo.
La presión en la parte baja de su cadera era demasiado para estar mucho tiempo de pie.
Sentía como la pequeña Eva tiraba hacia abajo amenazando con partirla a la mitad.
Tenía días buenos también.
Y hoy era uno. Se sentía de buen humor, y con pocas molestias.
Había podido dormir 8 horas para variar, y estaba fresca como una lechuga. Tenía la piel tersa y suave, así que no había tenido que maquillarse mucho.
Solo un poco de rimmel y estaría perfecta.
Se estaba terminando de peinar cuando vio entrar a su esposo en la habitación.
El sonrió y parándose detrás de ella, enfrentando el espejo, le dijo.
—Hoy estás más linda que nunca. – le besó el cuello con cuidado. —Tengo algo para vos.
—Algo para mi? – preguntó.
El asintió y le tomó una mano.
Mientras la besaba sacó de su bolsillo una cajita azul rectangular, que era más larga que ancha.
Ella la abrió y se quedó mirándolo con emoción.
Un precioso brazalete de oro blanco. Era una cadena fina y delicada, pero con personalidad de la que colgaban tres dijes de diamante en forma de pequeños corazones.
—Los más grandes tienen nuestros nombres gravados del otro lado y este chiquitito dice “Eva”. – ella le sonrió de nuevo con los ojos vidriosos. No sabía que decir.
—Pedro…es… – las lágrimas le caían como cascadas.
—Te la tendría que haber dado antes de que te maquillaras.
Los dos rieron.
Ella estiró la mano para que le pusiera su regalo y él con mucho mimo lo hizo.
No pudo contenerse y lo tomó del rostro besándolo con ternura. Estaba manchándolo con sus lágrimas, pero no
les importó.
Su corazón latía deprisa y la bebé pateó en respuesta. Los dos llevaron las manos a la panza de manera instintiva y
sonrieron.
Esa misma tarde la casa estaba llena. Toda su familia, Nico, Flor, Ana, Mateo, Amanda, Cat, Marcos, Coty, Mica, gente de la productora, Eduardo, Walter y su pareja, varios amigos
modelos de Pedro, Francisco, Elizabeth, no faltaba nadie.
Todos la habían llenado de regalos, y se habían puesto hasta arriba de comida.
Nico y Flor no se sacaban las manos de encima, y era algo incómodo de presenciar. Sobretodo porque estaban sus padres ahí. A su esposo parecía hacerle gracia de todas formas. Le daba codazos cada vez que se ponían a besarse descaradamente.
Ella suspiró.
Era bastante probable que ellos dos hubieran dado el mismo espectáculo unos meses atrás…
Cat estaba charlando con Amanda y parecían estar llevándose bien. Había algo en los ojos verdes de la socia de
Pedro. Mmm…si.
Le gustaba Amanda. Le gustaba mucho. Y ella no parecía para nada indiferente a sus encantos tampoco.
Sonreían y se decían cosas al oído.
Eduardo estaba, como no, tratando de levantarse a Mica.
Por Dios, que era esto? Un baby shower! Nadie se daba
cuenta? Le daba risa ver como la modelo lo ignoraba y trataba de sacárselo de encima cada vez que podía como a una mosca molesta.
Marcos y Coty estaban de la mano y charlaban con su familia tranquilamente.
Ya habían solucionado las cosas, y la chica se había disculpado hasta el cansancio, pero su relación había
quedado rara. Nunca volvería a ser lo que una vez fue.
Francisco y Elizabeth se habían saludado secamente cuando entraron, pero ahora estaban en el mismo grupo de
gente charlando cordialmente.
La llegada de su nieta, los había unido un poco. Al menos lo suficiente para tener un trato educado, y no matarse cuando estaban en la misma habitación.
Y eso ya era bastante.
Al lado suyo Mateo y Ana parecían estar teniendo una de sus peleas. No pasaban una semana sin que alguno
quisiera cortar. Ambos tenían personalidades fuertes, y chocaban. Pero cuando estaban bien, nadie podía negar
que ahí existía más que atracción física.
Esos dos se querían. Se adoraban, con el mismo fuego con el que se peleaban.
La fiesta había sido un éxito.
Había sido divertida y la había pasado bien, hasta cierta hora. Ahora estaba cansada y todos hablaban fuerte,
la música estaba muy fuerte también.
Eran tantos, Dios. Tenía ganas de sacarlos a patadas, para poder meterse en su pijama y acostarse entre almohadas.
—Les digo que se vayan? – dijo Pedro sonriéndole mientras le masajeaba la parte baja de la cintura.
—Por favor. Antes de que empiece a odiarlos. – suplicó.
Estaba a punto de hacerlo cuando un grito de ella lo dejó helado.
Se llevó las manos a la panza.
Sentía un dolor agudo y filoso que iba desde un costado de su cintura y se prolongaba hacia delante, hacia la parte
baja de su vientre.
Duró solo un rato, pero la había dejado asustada.
Empezaba a reponerse, mientras todos los demás le indicaban que se recostara y levantara apenas los pies.
Ya había tenido contracciones antes. Las benditas Braxton Hicks, así que sabía que con calma se le pasaría.
Pero justo cuando estaba por tranquilizarse un nuevo calambre la dejó sin aire.
****
Tomó a su esposa con delicadeza y la condujo al ascensor, sin saludar a nadie. Todos los invitados se habían quedado sorprendidos, pero Carla, su suegra, les había pedido calma y que se organizaran.
Los seguirían al hospital de a grupos.
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