martes, 15 de diciembre de 2015

CAPITULO 90




Pedro tomó su mano, mientras con la otra le acariciaba la mejilla.


—Te amo, Paula. Más que a nada en el mundo. – su sonrisa se fue agrandando.


—Yo también, Pedro. Qué me tenes que decir? Me estás matando. – le dijo angustiada.


Cuántos golpes, emocionales, como el anterior, se podían recibir antes de explotar en mil pedazos y perder lo poco que ya le quedaba de cordura?


Porque se sentía cerca. El pecho le subía y bajaba sin parar mientras sus pulmones luchaban por recibir aire, que
ahora entraba en rápidas y fuertes inspiraciones.


Estaba viendo puntitos de colores por todas partes.


Sin que ella se diera cuenta había sacado algo del bolsillo de su pantalón y lo dejó dentro de su mano.


Levantó la mirada para encontrarse con la de ella y levantó las cejas, esperando alguna reacción de su parte.


Sus articulaciones se habían vuelto pesadas y le subía calor hasta el cuello.


Con más miedo que otra cosa, miró hacia donde Pedro todavía la estaba sujetando.


En su palma, había apoyado una caja azul pequeña. La abrió despacio como si dentro fuera encontrar una tarántula, y para ser sinceros, su susto fue parecido, porque el grito que pegó los dejó sordos.


Pedro tenía razón, tenía buenos pulmones… se hacía escuchar.


Lo miró entornando los ojos, esperando ver una señal, un gesto… algo! Que le indicara que era una broma.


Pero no. El la miraba como si fuera la primera vez que realmente la veía.


—Marry me, Barbie. – le dijo acercándose a su rostro.


Ella no respondió. Miró el anillo.


Era precioso, de oro blanco, lleno de pequeños diamantes que rodeaban a la piedra principal. También un diamante,
pero de color azul. Un azul rarísimo. Con una veta verdosa, era perfecto. No podía dejar de mirarlo.


Era…majestuoso.


El volvió a decir, esta vez en español.


—Casate conmigo, Paula.


Y como aquel día en que le había dicho te amo por primera vez, cuando él se había quedado mudo por cierto, los nervios la hicieron sonreír.


Y esta vez realmente había tratado de controlarse. Pero cuando quiso darse cuenta, estaba sujetándose al hombro de Pedro para no caerse.


Lo que había empezado como una sonrisa nerviosa, había terminado en una risa histérica, que le hacía doler el
estómago.


Secándose las lágrimas de los ojos, ahora producto de las carcajadas, lo volvió a mirar, respirando profundo y tratando de serenarse.


Se había quedado quieto, pálido, serio y algo…triste? No podía darse cuenta.


Estaba loco. Se conocían hacía menos de un año, y algunos de esos meses, ni siquiera habían estado juntos.


Si ya le parecía raro y complicado tener una relación seria, después irse a vivir juntos era todo un desafío, pero casarse?


Eso era total y completamente una locura.


Venían de tomarse un tiempo, en el que los dos estuvieron de acuerdo que habían avanzado demasiado rápido. Y
además estaba el hecho de que acababa de decirle que había besado a otra chica.


Siempre se apuraban, y se sentía como una montaña rusa. Idas y venidas, de una emoción a la otra en cuestión de
segundos.


Estaba loco.


—Si. – le dijo mirándolo a los ojos.


Estaban locos.


El amor que sentían era así. Y estaban chiflados. El uno por el otro.


Juntos, se sacaban chispas, tanto cuando se amaban como cuando se peleaban.


Pero estaban mejor juntos que separados.


Así es como ellos eran. Y eran felices en su locura.


—Si? – preguntó él abriendo los ojos como si no lo creyera.


Ella asintió y reflejó la sonrisa que en ese momento él hacía. 


La volvió a tomar por el rostro, y la besó. 

Con desesperación, despertando cada uno de sus sentidos.


Disolviendo el nudo de emociones que tenía desde temprano.


Se separó apenas de su boca, para decirle Te amo entre besos, mientras sacaba el bellísimo anillo de la caja para colocárselo en el dedo.


Misteriosamente, le quedaba perfecto.


Lo miró levantando una ceja, y él se rió.


Ella que se había calmado, se volvió a tentar al verlo reírse. Y se rieron como hacía mucho que no hacían. Una risa
liberadora, relajada, cómplice y compartida. Les hacía gracia sus risas, sus rostros, la situación, las circunstancias.


Era exactamente lo que necesitaba en ese momento.


Se miró la mano, estaba comprometida.


—Te amo, Pedro. – le dijo mirándolo a los ojos después. El la miró y sus ojos le ardían.


Tomó su boca con violencia.


Sujetándola por la cintura, y apretándola con fuerza contra su cuerpo. Le buscó el cierre del vestido y comenzó a
bajárselo. Ella se estremeció.


El haber pasado de la risa, a la pasión en segundos, la había vuelto loca.


Como pasar del frío al calor. Un choque en todo su cuerpo, que le dejaba el sistema nervioso en cortocircuito.


Gimió.


—Te necesito, Barbie. – le dijo llevándosela a la habitación en brazos.


La acostó sobre la cama con cuidado.


Todo lucía como la sala de abajo.


Había puesto flores por todas partes y pequeñas velas cilíndricas en cada rincón. Se había tomado tantas
molestias… Cómo podía decirle que no?


El se colocó por encima de ella, besándola, acariciándola por la cintura, hasta subir a la curva de sus pechos.


Ella sintió que la piel se le prendía fuego. Hizo la cabeza hacia atrás por un momento, y después lo tomó por la nuca
para profundizar el beso, enredando los dedos en su cabello.


El movió la cabeza, para besarle el cuello, dándole suaves mordiscos. Imitando lo que ella siempre hacía, y ella ya no pudo más. Todo su cuerpo se arqueó de placer, y buscó a tientas desprenderle la camisa y el pantalón. El la ayudó, desvistiéndose de a poco, moviéndose, tentándola. Jadeó al sentir su cuerpo desnudo sobre el de ella.


No pudo evitarlo, y empezó a moverse. Buscando contacto, fricción, algo. Pero él la frenó. Le tomó las manos por encima de su cabeza, mientras sus besos iban bajando camino a sus pechos. Quiso bajar los brazos, pero él se los volvió a subir con una media sonrisa. El sentir que era vulnerable y él tenía todo el control, la aceleraba más.


Delicadamente, le abrió las piernas con sus rodillas, ubicándose en el medio. Le sacó la ropa interior y empezó a acariciarla. Movimientos suaves, pero que la hacían gemir,
apretando todo su cuerpo. Oh… se sentía tan cerca.


Notándolo, volvió a besar su boca, esta vez profundamente, tomándola con fuerza desde el cuello, mordiendo sus
labios, alternando entre suaves roces con su lengua y con besos feroces que la torturaban. Dejó de tocarla. Oh no.


Ella se movía desesperada, jadeando, sujetándolo por la espalda, pasando sus manos por todos y cada uno
de sus músculos. Sintiendo como al moverse, se flexionaban.


De golpe, él la dio vuelta, acostándola sobre él, quedándose abajo y tomó sus manos con fuerza para entrelazar sus dedos, a ambos costados de su cabeza.


Siguió besándola, mientras le decía palabras dulces a los oídos. No aguantaba más. No podía resistirlo.


La tomó por la cadera con fuerza y la bajó sobre él. 


Tomándola. Cerró los ojos, sintiendo como él le corría el
cabello que caía por su rostro y le repetía que la amaba.


Empezaron a moverse despacio, disfrutando del otro, besándose, acariciándose en donde podían. 


Sus respiraciones volviéndose más y más agitadas, mientras sus cuerpos se movían en sintonía aumentando el ritmo.


Ella estaba empezando a perder el control.


Anhelo, deseo, urgencia, dolor.


Su interior empezaba a pedir más.


Más velocidad, más profundidad, más de Pedro, más de algo, no sabía qué…


Pero lo necesitaba ahora.


Se sentó para mirarlo.


El estaba sin aliento, mirándola totalmente embobado, mientras ella se seguía moviendo. Sus manos
acariciándola por todos lados.


Era tan guapo. Con todo el pelo revuelto, desnudo, moviéndose debajo de ella, jadeando, gimiendo, mordiéndose los labios.


Su rostro se tensó de repente y tras un par de gruñidos, los dos se dejan llevar al mismo tiempo, mirándose.


El corazón de Paula, aleteaba en su pecho y la llenaba de un sentimiento cálido, mientras lo miraba a los ojos. 


Un sentimiento de saber que él le pertenecía, y ella a él.


Y era algo tan simple, tan elemental, un pensamiento que llegó a ella como una revelación que la dejó emocionada, y hasta…maravillada.


El era el hombre que amaba. Nunca hubo, ni podría haber para ella nada igual. Y al mismo tiempo, el sentimiento tenía algo de amargo. Era tan fuerte, que dolía. Como una puntada aguda. La certeza de que ya no podía volver atrás.


Sin él no podría vivir.


El no era solo el amor de su vida.


Era su vida.


Casi respondiendo a lo que estaba pensando, él le dijo.


—Te amo tanto… y te voy a amar para siempre. Sos mi Barbie preciosa. – la besó. —Mi único amor.


A ella se le humedecieron los ojos.


Sentían lo mismo. Ahora lo veía.


Se abrazaron con fuerza, volviendo de a poco a la realidad.






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