Abrió los ojos, y se separó de ella.
—No, Rebeca. – le dijo en voz baja.—Esto está mal.
—Es por Paula? Ella no tiene que enterarse de nada Pedro. Yo voy a ser discreta y…
—No. No es solamente por Paula, aunque nunca le haría esto.
—No me digas que no te hago sentir cosas. – Se acercó casi pegándose a su boca.— Se que te sigo gustando.
El negó con la cabeza, y se levantó del sillón.
—Amo a mi novia.
—Si? Recién hubiera jurado que me devolvías el beso… – dijo ella levantando una ceja.
—Por qué sigo cayendo en tu trampa? Te ayudé por tu hermana, pero por favor, no quiero que vuelvas a acercarte a mí o a Paula. Nunca más, si?
Estaba enojado consigo mismo.
Había sido débil. Había sido un segundo, en el que la sorpresa por ese inesperado beso, lo había hecho confundir.
A medida que se alejaba hacia su casa, su cabeza se iba
aclarando. Todo había tomado otro color.
Como si ese horrendo beso de Rebeca le hubiera abierto los ojos.
El beso no se sentía mal porque hubiera sido malo, ni porque no se lo hubiera dado una mujer hermosa. Porque
claramente lo era. Una mujer que había necesitado muchísimo menos que eso, para llevárselo a la cama.
Se sentía mal porque no había sido Paula. No, no iba a ir a casa todavía. Tenía que hacer otra cosa antes.
****
Ya estaba.
Había pasado a segundo año, y finalmente estaba de vacaciones.
Anabela, a su lado, no podía creerlo.
Había sacado pasajes para volver a su casa ese mismo día.
Extrañaba a su familia.
Se dieron un fuerte abrazo, y tras prometerse que se verían en esos meses, se despidieron.
Paula se subió a su auto y manejó hasta su casa.
Tenía un mensaje de Pedro, que decía que esa noche no podía verla, porque tenía un desfile y una cena de negocios, pero que si ella quería, podían verse la noche siguiente.
Estaba un poco decepcionada. El distanciarse había sido idea de ella, y aunque no esperaba que él estuviera tachando los días en la agenda para verla, al menos, le hubiera gustado que demostrara más entusiasmo.
Habían sido un par de semanas difíciles.
Aprovechó que iba a estar sola en su casa, para ponerse al día con las redes sociales. Cuando entró al perfil de su
hermano, casi se cae de la silla al ver que en un par de fotos aparecía Flor.
Abrió los ojos como platos, y sin pensarlo dos veces llamó a su amiga.
—No me ibas a contar? – le dijo.
—Hola Paula, tanto tiempo. – dijo casi riendo.
—No te hagas la tonta.
—No me hago la tonta. Qué te tenía que contar?
—Ehm…no sé…Qué haces en todas esas fotos con mi hermano por ejemplo?
—Ah si, de cuando estuve en Córdoba para el día de la madre. Vos estabas con Pedro, y yo salí con Nico y sus amigos.
—Flor.
—Qué?
—Basta.
—Ok. – dijo resignada. —Si, estamos saliendo. –Paula ya estaba gritando del otro lado de la línea. — Callate, terminala. Recién nos estamos conociendo.
—Me encanta!!! El es perfecto para vos. Es un amor. Yo sabía que estaba enganchado…
—Y no te parece que es rarísimo por la diferencia de edad? – dijo Flor un poco angustiada.
—No es tanta.
—Es raro, Paula.
—El te gusta? Y por favor hacé de cuenta que no es mi hermano, contame con confianza.
Su amiga suspiró.
—Si que me gusta. Quise dejar de verlo cuando me di cuenta de que nos pasaban más cosas, pero no pude…
—Debe estar chocho. – dijo Paula.
—No tanto como la hermana. – Se rieron. —Y bueno, vos que contas? Cómo van las cosas con Pedro?
Paula bufó.
Se pasó un buen rato contándole a su amiga todas las cosas que le habían sucedido esas últimas semanas. Se había
sentido muy bien el poder hablarlo con alguien.
Ahora que estaban las dos de vacaciones, se iban a poder ver más, así que quedaron en juntarse otro día y terminar la charla en persona.
Llamó también a su hermano, y le hizo escupir hasta el más mínimo detalle. Se sentía feliz por ellos.
Realmente hacían una bonita pareja.
Y todo iba a mejorar cuando, en un par de meses, Nico se mudara a Buenos Aires. Casualmente al departamento que
quedaba al lado del de Flor.
Tenía un mensaje de Amanda, en el que le agradecía por el trabajo, y la felicitaba por los resultados. En otras dos semanas más saldría publicada la revista en donde aparecerían las fotos, y estaba todo el mundo emocionado. No se olvidó de insistirle, muy a su manera de que aceptara su oferta de convertirse en modelo. Algo para lo que Paula no tenía más respuesta que la risa. Era ridículo.
Para cuando se fue a dormir, estaba agotada.
Esa mañana siguiente, el ruido del timbre la despertó. Le traían flores.
Del tipo de las que Pedro le enviaría.
Firmó al mensajero, y se detuvo en la tarjeta.
“Te felicito por tus exámenes,
preciosa. Me muero por verte hoy. A
las 10, en casa.
Te amo.P”
Empezó a preparar las cosas para irse a su nuevo hogar. No se había llevado mucho, así que la tarea iba a ser sencilla.
Pero después dudó. Todavía no habían hablado.
Necesitaban hablar.
Solo después podría volver a mudarse.
Estaba segura de Pedro, pero necesitaba confirmar que habían superado sus mayores problemas. Ella era su mayor obstáculo. Sus inseguridades, sus desconfianzas.
Todo, desde un principio había sido una lucha contra ella misma.
No entendía por qué él todavía seguía aguantando cada una de sus locuras.
El día pasó más lento de costumbre, tal vez porque la espera se le había vuelto insoportable. Se miró al espejo, conforme de lo que veía.
Un vestido color coral, con pequeñas manguitas y ajustado en la cintura. No se había puesto tacos altos, pero los zapatos chatitos color piel con piedritas eran perfectos.
El cabello suelto, un poco de rímel, y ya estaba lista.
Estaba nerviosa. Hacía días que no se veían, y hacía tanto que no hablaban.
En que términos lo harían? El estaría molesto? Distante? No lo parecía en la tarjeta, pero necesitaba verlo a los ojos para darse cuenta.
Cómo terminaría todo aquello?
Se subió al auto y en unos minutos, entró al edificio. Tenía llaves, pero tendría que golpear antes de abrir?
Puso los ojos en blanco.
Abrió la puerta y ahogó una exclamación. La sala estaba iluminada por velas, y había flores por todas partes.
En cada superficie, un pequeño florero con sus flores. Las mismas del puente. Las mismas que él siempre le regalaba.
Ella amaba esas flores.
Cuando se recuperó, avanzó por el departamento buscándolo. Se escuchaban ruidos en la cocina, así que
avanzó.
Pero justo entonces, Pedro salía.
Vestía una camisa y pantalón de vestir.
La ropa de trabajo, pensó. Lo miró a los ojos y vio como de la alegría, pasaba a la decepción.
Miró a sus manos. Esperaba ver su bolso. Esperaba que volviera esa misma noche.
Maldijo. Ahora se arrepentía de no haberlo llevado.
Qué sentido tenía después de todo?
—Hola. – le dijo, acercándose.
A Paula la desarmó ver que estaba algo nervioso. Su sonrisa era algo tímida, y no sabía donde poner las manos. Era obvio que estaba esperando a que ella le demostrara que estaba todo bien. Que el tiempo que le había pedido, se había terminado.
Sonrió.
Sin pensarlo más, fue casi corriendo a su encuentro, y con un abrazo, lo tomó por el cuello. Buscó su boca casi al instante y lo besó.
Necesitaba esto. Otra vez en sus brazos.
El la sujetó por la cintura, y le devolvió el beso con la misma pasión.
Todo su cuerpo se había despertado como si hubiera estado adormecido por semanas. Sujetó su rostro con ambas manos y le susurró en los labios.
—Hola hermoso. – le dijo con una sonrisa mientras él seguía besándola.
El le sonrió y comenzó a besar su cuello. Era ese el momento en donde ella cerraba los ojos y empezaba a
perder el control. Ya podía sentirlo.
El buscaba, a tientas el cierre del vestido.
Se rió.
—Primero deberíamos hablar, Pedro. – le dijo.
—No podemos hablar después?
Lo pensó por un segundo. Oh, si que podía.
Volvió a besarlo, ahora aflojando el nudo de su corbata.
Pero lo soltó cuando empezó a ver humo saliendo de la cocina.
—Algo se quema? – le dijo arrugando la nariz.
—Nooo. – dijo él mientras salía corriendo.
Esperó en la sala, escuchando como Pedro maldecía, se quemaba, y tiraba todo a su alrededor. Solo se asustó
cuando todo quedó en silencio. Le habría pasado algo?
Muy despacio se asomó.
Estaba acuclillado frente a la tapa del horno donde había algo bastante oscuro, que parecía ser un pollo. Pero
los restos estaban demasiado carbonizados como para poder identificarlo.
—Vamos a tener que pedir algo, Barbie. – dijo resignado mirándola.
—Pizza? – dijo alegre, tratando de mejorar su humor.
Asintió con la cabeza.
Era adorable.
Solo le faltaba hacer pucheros. Se acercó hasta donde estaba, y agachándose también, lo besó profunda y rápidamente.
—Gracias por cocinarme la cena, Ken. – él le sonrió. —Te amo.
—Yo más. – le dijo acariciando su mejilla.
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