Esa mañana se había despertado antes de que sonara el despertador, lo que era raro. Estiró la mano, y se dio cuenta el por que. Estaba sola en la cama.
Entreabrió los ojos, y no estaba. La puerta del baño estaba cerrada. Se dio vuelta y siguió durmiendo.
Unos minutos después, volvió a despertarse. Pedro, que estaba acostado con ella, pegó un salto, y corrió al baño
y se encerró otra vez.
Se sentó lentamente en la cama.
Cuando salió estaba blanco como un papel. La gripe estomacal. Pobrecito, pensó.
—Te sentís mal? – le preguntó preocupada.
El no habló pero asintió con la cabeza, y se volvió a acostar cerrando los ojos.
Le tocó la frente, tenía un poco de temperatura. Se levantó y buscó un paño para apoyarle. El sonrió apenas y le acarició la mano.
Durmió menos de media hora, antes de salir corriendo nuevamente al baño.
A esta altura, con nada en el estómago, le preocupaba que pudiera sufrir un desmayo, así que esperó un rato, golpeó
la puerta, y se metió con él.
El pobrecito, estaba inclinado casi abrazado al sanitario.
—Matame, por favor. – le dijo mirándola a los ojos.
Ella sonrió.
—Todo lo contrario. Te voy a cuidar, hermoso. – le dijo acariciándolo por la espalda.
—Esto es horrible. Te vas a contagiar. – le dijo.
—Nunca me contagio, no te hagas problema.
Cuando se pudo levantar, volvió acostarse, con ella al lado.
No iba a ir a clases.
El le había insistido para que fuera, lo tenía a Gerard, por si necesitaba algo.
Pero ella era tan testaruda como él.
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en la panza, pero esta seguía revolviéndose, haciéndolo sudar.
Y Paula ahí se quedaba. Firme a su lado. Cambiándole los paños de la frente, dándole de tomar líquido en pequeños sorbos. Y acompañándolo al baño. Sentía las rodillas débiles.
En otras circunstancias, hubiera odiado que ella lo viera así.
Pero ahora extrañamente, se alegraba. Se sentía cuidado, y mimado. Como nadie lo había hecho antes con él.
Esto era la convivencia después de todo. Y era lindo tener alguien con él cuando enfermaba. Siempre estaba solo, o de viaje. Estaba Gerard, pero él no le acariciaba la frente, ni le decía cosas dulces. El lo no tapaba, y arropaba con cariño.
Por suerte, pensó.
Que Paula lo hiciera, valía más aun.
Lo único que le preocupaba, y hasta lo hacía sentir algo culpable era la posibilidad de contagiarla. Porque de
verdad no se lo deseaba a nadie.
Muchísimo menos a ella.
****
pobrecito.
Sin hacer ruido, se levantó y tomó una ducha. Se llevó la notebook a la habitación, para ir adelantando trabajo, sin estar muy lejos de él.
Almorzó algo que Gerard le había preparado, y después se puso a hacer una sopa de pollo, que era una receta de
familia. Servía para curar todo. Y si Pedro, no estaba de humor para ninguna comida sólida, esta sería ideal.
Cerca de las 4 de la tarde, se acostó a su lado, y con mimo trató de despertarlo.
Había dormido mucho, pero necesitaba hidratarse también.
—Buen día mi amor. Cómo te sentís? – le preguntó.
—Mmm…Barbie. Mejor. – se tocó la panza.
—Te hice sopa. Querés?
Su gesto se contrajo, y negó rápidamente con la cabeza.
—Más tarde. Ahora agüita nada más. – dijo apretando los ojos.
Ella sonrió. Era normal que no tuviera apetito.
Cuando terminó de tomarse el agua, Paula lo abrazó y se quedaron acurrucados mirando algo de la tele.
—Gracias por cuidarme, Barbie. Te dije que me encanta que vivas conmigo? – le dijo mirándola con ternura.
—Me encanta cuidarte. – sonrió. — A mi también me gusta vivir con vos, hermoso. – se acercó y le besó los labios.
El sonriendo, le devolvió el beso, sacándole el cabello de la cara.
—Mmm… que rico perfume – dijo él con un sonido grave de su garganta a medida que se apretaba a su cuerpo.
Ella sonrió, mientras acariciaba su rostro. Podía sentir como el beso empezaba a cambiar. Sin poder evitarlo, casi como un reflejo, Pedro se colocó por encima de ella.
Lo sentía en todas partes.
—Estas casi deshidratado, Pedro.No se si es buena idea.
El se apretó más a ella, y tomó uno de sus pechos, por debajo de su camiseta.
Oh…
Todo su cuerpo se estremecía, mientras le levantaba la falda, y comenzaba a bajarle la ropa interior.
Justo en ese momento el teléfono de la habitación sonó.
Pedro dejó caer su cuerpo hacia un costado, resoplando con resignación, y claro, maldiciendo por lo bajo.
Apretó el botón de altavoz, y Gerard se escuchó por el parlante.
—Señor. La señora Elizabeth está en la sala esperándolo.
—Muchas gracias Gerard, en dos minutos vamos.
Pau se rió.
—Siempre nos pasa.
—Si, me parece que tendrían que llamar antes de aparecerse así como así. – dijo él entre dientes. —Justo lo que necesitaba para sentirme mejor, una pelea con mi mamá.
—Vas a poder levantarte? – le preguntó ella en un tono mas liviano, para mejorar el ambiente.
—Si, no hay problema. Vamos, hermosa.
Salieron, y fueron directo a la sala en donde Elizabeth, estaba cambiando de lugar unos portarretratos que estaban
sobre una de las mesas.
No se detuvo a mirar, pero pudo adivinar qué fotos había movido.
Contuvo la risa. Era una madre celosa además de estirada y prejuiciosa.
—Pedro, querido. – se acercó y lo besó en la mejilla.
—Hola mamá. – dijo él, cortante.
—Pero mirá tu cara por favor. Estas muy pálido! – dijo ignorándola, haciendo todo tipo de gestos dramáticos para que Pedro se sentara.
El estaba un poco mareado, así que de todas formas, no le quedó otra que sentarse.
—Si, gripe estomacal. Nada serio – dijo quitándole importancia.
—Llamaste un médico? Cómo vas a estar así, sin nadie que te cuide? Ya mismo llamo. – tomó su celular y marcó un número.
—No hace falta que llames a nadie. No estoy tan mal. Y no estoy solo, Pau me estuvo cuidando. – miró hacia donde
estaba ella y le sonrió.
Su madre cortó el teléfono y la miró a regañadientes. Ya que no le quedaba otra, tuvo que dirigirse a ella.
—Hola Paula. Cómo estás? No sabía que vivías por acá cerca. – le dijo mirándola de arriba abajo.
Pedro suspiró, y casi gruñendo, le dijo.
—Muy cerca, de hecho. Estamos viviendo juntos.
****
Por lo general no era tan melodramática. Su padre siempre decía que era de hielo.
Incapaz de sentir, de mostrar emociones. Pero ahora, su cara era un poema.
Había pasado del blanco al rojo oscuro, por todas las tonalidades del arcoíris.
En un minuto, se recompuso, como toda mujer con clase de Inglaterra, y tras aclararse la garganta, volvió a mostrarle
la misma máscara de siempre.
—Muy bien, me alegro por ustedes entonces. – sonrió.
Geniales los 3 caps, me imagino la cara de la madre cuando Pedro le dijo que vivían juntos jajajajaja.
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