sábado, 12 de diciembre de 2015

CAPITULO 79




Autos y más autos estacionados por todas partes, expuestos…brillando…Mierda.


Estaban en una concesionaria.


Bueno, no iba a precipitarse. Sabía que a él le gustaban los autos, y estos parecían ser de su estilo. Importados, brillantes, de lujo. Tal vez, estaba buscando uno nuevo.


Apenas cruzó la puerta, uno de los vendedores, por poco se le tira encima.


Lo conocía. Habían estado hablando por teléfono. Si no comprendía mal, el chico había viajado desde Buenos Aires, para mostrarle su nueva adquisición.


Era un Porsche. Habían dicho algo que sonaba como Boxster convertible, con llantas con no sé que… sinceramente. No entendía nada.


Pensó que así verían los hombres, a las mujeres hablando de moda. Pero claro, de eso él también sabía más.


Probablemente podía darle clases.


Ella solo entendía que el auto era de un azul marino oscuro, casi negro, con interiores grises de cuero. Olía maravillosamente bien, y brillaba casi lo suficiente para ver su reflejo en él.


Ok. No entendía de autos, pero estaba impresionada. Pasó su mano por el cuero de los asientos. Wow. Se tenía
que acordar de cerrar la boca para no babear el suelo de ese elegante lugar.


—Y Paula? Te gusta en este color o preferís en otro? Está disponible en gris plata, y podían traer uno rojo. – le dijo
haciéndose el despreocupado.


—Qué?! Pedro, no estarás pensando en… – dijo ella al borde de hiperventilar.


—Antes de que te pongas a gritar. Pensalo. Ahora no vivís tan cerca de la productora, y de la universidad. Necesitas transporte y yo no siempre estoy a la mañana.


—Me tomo un colectivo. – dijo ella moviendo los brazos.


—Cuando no tengas ganas de manejar, me parece perfecto. Pero al auto lo compro igual. – le dijo desafiándola con la mirada.


—No hagas eso. – dijo ella entornando los ojos.


—Hacer que? – dijo él sonriendo.


—Tratar de convencerme como siempre. Esto es ridículo. Supongamos que necesito un auto. Un Porsche? En serio?! Es mucho. Es una locura.– dijo ella aterrorizada y casi entre dientes.


—Siempre quise tener uno. Me lo podes prestar. De hecho lo puedo comprar para que lo usemos los dos. Vos te lo llevas a la mañana, y si yo alguna vez quiero manejarlo, lo manejo.
Si?


Ella lo miró con los ojos abiertos. Si él quería comprarlo, lo iba a hacer, no importa que le dijera, ni cuanto chillara.


Se dio por vencida y levantó los brazos en señal de resignación.


El sonrió, triunfante, y mientras terminaba de firmar los papeles, le dio un beso en los labios.


Resulta que el mismo muchacho que les había vendido el Porsche, viajaría personalmente para asegurarse de que le
entregaran de manera correcta el auto en Buenos Aires ese mismo lunes.


Se sentía abrumada.


Pararon para comprar el postre, y luego se dirigieron a la casa de sus padres.


Apenas llegaron, Paula abrazó a su mamá y le dijo feliz día. 


Le había comprado un regalo. Era un libro que sabía que ella había estado esperando mucho, y era muy difícil de conseguir.


En Córdoba, por supuesto, porque en Buenos Aires, lo había encontrado sin problemas.


Pedro la saludó también, con un beso en la mejilla y entregándole una caja parecida a la que le había regalado a
Paula, pero más grande. Era como un cuadrado chato.


Carla, impresionada, abrió su regalo, y se quedó muda.


Un precioso colgante, fino, de oro, con una pequeña piedra en el extremo.


No se dio cuenta si su madre se había percatado de que no era un brillante cualquiera. Esa piedra era un diamante.


Uno de verdad. Nunca había visto uno de cerca.


Más allá de eso, era discreto y sencillo.


—Wow, Pedro, no deberías haberte molestado…es precioso, pero me parece que no…– él la interrumpió en
tono de chiste.


—Es algo de familia entonces. A Pau también le cuesta aceptar mis regalos. Espero que usted no los rechace. –
le dijo sonriendo de manera encantadora.


—Oh, no, no era mi intención ofenderte. – le dijo sonriendo. —Es muy lindo de tu parte, gracias.


Carla le sonrió. Era fácil, muy fácil caer en su red. No había quien le dijera que no.


Paula se acercó para que solo él la escuchara.


—Cuándo rechacé tus regalos? Siempre terminas saliéndote con la tuya. – le dijo en un tono molesto.


El le dio una deslumbrante sonrisa pícara, y la besó. Un gesto que para ellos era tan natural como mirarse, o
estar tomados de la mano.


Sus padres se miraron brevemente, y haciendo señas se fueron a la sala, con la excusa de poner la mesa. Paula sonrió.


—Por qué no le contás a mi mamá lo que acabas de regalarme? Así deja de mirarte con dulzura… – dijo ella
sonriendo.


—Ella por lo menos acepta mejor mis regalos. Me parece que para el cumpleaños le voy a regalar un convertible a ella, y a vos nada. – le dijo riendo también.


—Y entonces mi papá te saca a patadas pensando que querés conquistar a su mujer.


Los dos se rieron a carcajadas.


—Es muy bonita. Si la hija no me quiere más…por ahí, quien te dice… – le dijo pensativo.


Ella lo empujó levemente, y él la abrazó por la cintura para besarla.


—Te amo, Barbie. – le dijo en pleno beso.


Yo más Ken. – le respondió.


****


La comida había sido agradable. Habían comido asado, que el mismo Luis había preparado. Pedro hacía años que no
comía un buen asado como este.


Primero, porque se salía de su dieta estricta, y segundo porque solo comía asado en compañía de su padre. Y
podían pasar mucho tiempo sin verse.


Sus padres eran muy distintos a los de Paula.


Francisco se hubiera llevado a la perfección con ellos, pero su madre… ella era especial. La amaba, con todo su
corazón. Pero tenía que aceptar que solía equivocarse mucho. El no compartía su forma de pensar. De solo
pensar en la última conversación que habían tenido, su mandíbula se tensó.


No habían vuelto a hablar.


Tendría que disculparse si quería volver a verlo. Amaba a Paula, y no permitiría que nadie hable así de ella.


Suspiró. Era el día de la madre, y aunque en Londres no se celebrara ese día, de todas formas le había hecho llegar un ramo de flores. No era un desagradecido.


Paula le había preguntado si la iba a llamar. Incluso había intentado quitarle importancia a lo ocurrido en esa bendita
fiesta, pero no. El sabía que había sido grave.


Era una ofensa.


Sabía que ella sentía pena porque Elizabeth pasara el día de la madre sin hablar con su hijo. Pero justamente eso lo hacía enojar más. Ella era tan buena, que todavía podía sentir compasión por una mujer que la había rebajado y prejuzgado cuando no se lo merecía.


Suspiró contrariado.



****


Paula lo miró. Estaba con los ojos fijos en la ventana. Estaba pensando en algo que lo ponía mal. Tenía el entrecejo
levemente arrugado.


Acercó su mano y se la apretó. El parpadeó, saliendo de su trance y le besó los nudillos.


Después de eso no había vuelto a colgarse, pero sabía que estaba pensando en Elizabeth.


Estaba ahí, festejando el día de la madre, en casa de su novia, con su familia, y el tan lejos de la suya.


Seguramente ella también estaba triste.


Era una situación horrible, y no podía evitar sentirse parte. 


No es que se sintiera culpable, precisamente. Ella no había hecho nada malo.


Esa mujer tenía una mente muy complicada, y unas creencias bastante antiguas, y se había equivocado con ella.


Pero de todas formas, era ella la cuestión.


La que estaba en medio de madre e hijo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario