Pedro y Paula se miraron. Decían que era todo una broma? Escapaban corriendo del lugar? Llamaban una ambulancia? Qué hacer?
—Y…están seguros? – dijo Carla mirando a su hija.
—Si, mamá. – dijo tranquila.
—Y cómo van a dividir los gastos? Paula recién empezas a trabajar, y no quiero que dejes los estudios. – dijo su
padre, viéndolo de la manera más práctica.
Esta vez fue su novio quien tomó la palabra.
—El departamento es mío, no tenemos que pagar alquiler. Y por los demás gastos, no hay problemas. Yo puedo ocuparme perfectamente. – dijo firme.
— Exactamente. Es tuyo. Qué va a pasar si se pelean? – preguntó preocupado.
—Veo su preocupación, lo entiendo. Pero no tengo intenciones de pelearme con ella, y si fuera así, nunca la dejaría tirada.
—No vamos a vender el otro departamento. O sea que si Pau quiere, puede volver ahí, o puede volver a Córdoba. Esta siempre va a ser tu casa. – dijo su madre con decisión.
Todos asintieron. Tenía sentido. Se hizo otro silencio casi eterno, hasta que Nico lo rompió.
—O sea que tengo el departamento para mi solo. – dijo aplaudiendo y sobresaltándolos a todos.
Carla y Luis lo miraron resignados.
Se iban haciendo a la idea de lo que iba a ser ese departamento y su vida universitaria sin Paula cuidándolo. Pedro contuvo una sonrisa.
—Bueno, yo quiero conocerlo. Va a ser tu casa, así que me gustaría ver donde vivís. – dijo su madre.
Obvio que iba a querer conocerlo.
Se rió. Siguieron charlando, y quedaron en viajar a Buenos Aires apenas pudieran.
Terminaron de comer temprano, y cada uno se fue por su lado. Su hermano salía a bailar, o a juntarse con amigos,
todavía no lo sabía. Sus padres estaban cansados, y se fueron a casa. Ellos no estaban tan cansados, pero si con
muchas ganas de estar solos, así que se fueron al hotel.
Cuando se despertó, entraba el sol en la ventana. Todavía no era mucho, así que seguramente sería temprano.
Pedro estaba abrazándola por la espalda, y había entrecruzado sus piernas con las de ella. De a poco, sin
moverse demasiado rápido miró su rostro.
Sonrió. Tenía la boca un poco abierta y estaba roncando. No era lo que se esperaba de un modelo perfecto como era él.
Contuvo la risa. No era la primera vez que lo oía roncar. Era un sonido bajito, cada vez que tomaba aire.
La alarma empezó a sonar. El frunció el ceño y cerró la boca. Alcanzó el celular, y desactivó el despertador.
Tenían que levantarse. Habían quedado en ir a comer a casa de sus padres, y Pedro había insistido en llevarla a un lugar esa mañana después de desayunar.
El abrió un poco los ojos y al verla despierta, sonrió. Era adorable.
—Buen día, Barbie. – le dijo con su voz ronca de recién levantado.
—Buen día. – le dijo dándole un beso. – Sos hermoso, hasta cuando dormís.
El se rió. Volvió a besarla, con más fuerza, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre un brazo se puso por encima de ella.
—Hermoso, hasta que empiezo a roncar como una bestia. – le dijo mordiendo su labio.
—Incluso roncando como bestia. – le dijo ella mientras le pasaba las manos por su espalda desnuda.
Pedro se movía contra su cuerpo, mientras ella cerraba los ojos.
Besaba su cuello y la tocaba por todas partes. Arqueó la espalda. Esta era una linda manera de despertarse, pensó.
Muy despacio, la tomó. Se frenó un minuto para seguirla besando, y acariciándole el rostro, con infinita ternura, y volvió a moverse.
Ella suspiraba de placer. Enredó sus dedos en el pelo de él, y se dejó amar.
Las embestidas aumentaban el ritmo, de manera deliciosa.
Enroscando sus piernas alrededor de él, lo atrajo más a su cuerpo y ella también se movió. Respiraban entre jadeos, y de un segundo al otro habían ido de lo delicado a lo salvaje.
El se hundía con fuerza, llevándola más y más lejos.
Sus cuerpos chocaban mientras se dejaban ir. Juntos.
Liberándose al mismo tiempo.
Se derrumbó encima de su cuerpo, y así se quedaron un rato hasta que pudieron hablar.
—Buen día mi amor. – le dijo él, besándola suavemente.
—Buen día, hermoso. – le contestó ella sonriendo.
****
Miró el reloj. Ojalá tuviera tiempo para hacer todo lo que tenía que hacer.
Se volvió a donde estaba su bolso de viaje y sacó una caja larga y chata de forma rectangular, forrada en terciopelo azul. Lo había comprado unos días antes, pensando en ella.
—Tengo algo para vos. – le dijo dándole la cajita. —En realidad había ido a comprarle el regalo del día de la madre a Carla, cuando me enteré que veníamos, pero vi esto, y no lo pude evitar.
—Para mi? Pedro, no tendrías que… Oh por Dios… – dijo cuando abrió la caja. Esa era exactamente la reacción que
estaba esperando. Sonrió. Era un brazalete fino de oro blanco, con zafiros pequeños con formas de gotas. Era
diminuto. Justo como su muñeca. El color de la piedra era casi una combinación perfecta para sus ojos.
—Pedro, es…precioso. El color es… – lo sacó de la caja para mirarlo mejor. Le gustaba de verdad!
—Te ayudo. – se lo sacó de la mano y se lo colocó en la mano derecha. Una vez puesto, lo rozó con los dedos sobre
su piel.
—Gracias. – le dijo sonriendo. — Aunque me parezca que es demasiado, gracias.
Frunció el ceño. Si eso le parecía demasiado, lo que realmente quería regalarle ese día, le iba a parecer
directamente una locura.
Pero ya le había dado muchas vueltas al asunto, y siempre llegaba a la misma conclusión. Era un buen regalo, y tenía antes que nada, fines prácticos.
Ahora tendría que ver si ella se lo creía.
Salieron del hotel tomados de la mano. En Córdoba, gracias a Dios, no había tanta prensa pendiente de lo que hacían.
Tomaron un taxi, ya que el lugar al que iban estaba un poco alejado de la ciudad.
Ella le había preguntado miles de veces, pero él no había cedido. No le iba a decir.
También porque si le decía, probablemente saldría corriendo.
****
Estaba empezando a perder la paciencia. Miró su muñeca.
El precioso brazalete que acababa de regalarle brillaba con la luz del sol.
Bueno, tal vez le tendría un poco de paciencia por esta vez.
Llegaron a una avenida, que quedaba bastante alejada de todo, pero que estaba colmada de los mejores y más exclusivos locales. No le gustó hacia donde estaba yendo su imaginación.
Estaba empezando a sospechar que todo esto era una trampa para hacerle otro regalo. No es que ella estuviera
loca. Le gustaban los regalos. Unos chocolates, unas flores, tal vez en ocasiones especiales algo más grande.
Pero un brazalete de piedras preciosas?
Eso era demasiado. Un vestido de diseñador exclusivo en Europa? Zapatos a juego? …Ella nunca podría hacerle
ese tipo de regalos. Era el prejuicio de irse a vivir con él, y la mirada de Elizabeth, su madre, la que le pesaban en todas estas cuestiones. La diferencia que obviamente existía entre sus realidades.
Se bajaron del taxi, en un local grande, gigante de hecho, que ocupaba casi toda la manzana.
Ayyyyyyyyyyy, todo tímido Pedro jajajaja. Me encantaron los 3 caps.
ResponderEliminarMe encantaron @rociibell23
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