viernes, 1 de enero de 2016

CAPITULO 146





Se quedó leyendo su teléfono confundida. Coty le había mando un mensaje y decía:
“Hola Paula. Como estoy segura de que te vas a enterar en unos minutos, Marcos acaba de dejarme. Quiero que sepas que lo que te dije el otro día es verdad y justamente porque quiero lo mejor para él, voy a respetar su decisión. El no me quiere como yo lo quiero. Espero que algún día podamos
volver a ser amigas. Un beso. Coty.”


Qué era ese mensaje? Hasta lo que ella sabía estaban bien. 


Qué había pasado?


Sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre. Fue hasta la puerta, y se encontró con su amigo apoyado contra el marco con las manos en los bolsillos y mirando hacia abajo.


—Mar, qué pasó? – le dijo mientras lo hacía pasar.


—Podés hablar un ratito? – ella asintió y se fueron hasta el sillón.


—Querés tomar algo? – el negó con la cabeza.


—Eva? Duerme? – miró para todos lados buscándola.


—Acabo de llegar de trabajar, está de paseo con Sonya, viene en un rato. Contame que pasó.


El se cruzó de brazos angustiado.


—Terminé con Coty. No daba para más.


—Pero yo pensé que estaban bien…


El asintió mientras se apretaba el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar.


—Estábamos bien, ella me quería yo la quería…


—Pero? – lo conocía, algo más pasaba.


—Pero ella estaba enamorada y yo no. Esperaba más de lo que podía darle y me sentía mal, era injusto… – la miró
fijo. —No podía hacerle eso.


Se le hizo un nudo la garganta. La forma en que la miraba, y lo que le estaba diciendo la afectaban de verdad.


Era lo mismo que le había pasado a ella con él. Lo quería con todo el corazón, y justamente por eso no podía ilusionarlo.


Su verdadero amor había sido siempre Pedro. Y en el fondo, había supuesto que Coty no era el amor de su amigo.


Asintió despacio, entendiéndolo.


—No quiero que estés mal, morocho. – él sonrió con amargura y le agarró la mano.


—Gracias por estar siempre. – se aclaró la garganta. —Coty me dijo que habían hablado hace unos días.


—Si, hablamos. – se frenó pensando en lo que ella le había dicho.


—Sé lo que te dijo. Que yo todavía… – apretó los labios mirándola.


—No me parece bien que hablemos de esto, además ya lo hablamos mucho.


Estaba por decir algo, pero se quedó con la boca abierta. No sabía que decir. Por suerte él hizo un gesto con la mano y siguió hablando.


—Siempre te voy a querer, y con eso no podemos hacer nada. Pero sé que acá sos feliz, con Pedro, y verte así – la
señaló —Me hace bien. No quiero que te sientas culpable de que corté con Coty. Lo hice por ella, no por vos.


La conocía muy bien y sabía que eso era exactamente lo que estaba empezando a sentir. Culpa.


—No soy tan necio. – le sonrió. — Ahora quiero que hablemos de vos. Todo bien con Pedro? Cómo va con el
tratamiento?


Era el único que sabía del tema.


Poco después de que la pequeña naciera, se habían juntado y ella había explotado. Desahogándose como hacía siempre que estaba con su amigo.


Contándole todo lo que había sucedido, el miedo que había tenido. Y él la había escuchado sin juzgarla, ni juzgar a su
esposo. La había dejado llorar, y la había abrazado por un largo rato.


—Está mejor. Sigue yendo a la psicóloga, y desde que volvimos no probó ni una gota de alcohol. – dudó mirándose las manos. —Ni… ninguna otra cosa.


La respuesta pareció dejarlo tranquilo, porque respiró profundo y bajó un poco los hombros.


Quiso volver al otro tema, pero no la dejó. A él no le parecía correcto. Y tal vez fuera una buena idea, porque ella no quería abrir viejas heridas.


Justo en ese momento se abrió la puerta y entró Sonya, con Eva en el coche. La cara de su amigo se transformó, olvidando la tristeza o la preocupación de un rato antes.


—Cómo está mi ahijada? – se paró para ir a verla, y cuando la pequeña lo vió, reconociéndolo lo recibió con su hermosa sonrisa sin dientitos.


El le devolvió la sonrisa, y con mucho cuidado la sacó para alzarla.


—Hola bonita. – la besó en los dos cachetitos. —Te traje un regalito.


Paula puso los ojos en blanco. Su hija iba a ser la niña más malcriada del mundo. Cada vez que alguien pasaba por
su casa, llevaba algo para ella.


Esta vez era un librito de tela, lleno de colorido y pequeños juguetitos para morder, pellizcar, tirar, rebotar, hacer sonar. 


Y por supuesto, Eva lo amó. Por medio de gritos y chillidos se dio a entender.


Poco más tarde se fue, ya que tenía que madrugar para entrenar y estaba decidido a dedicarse de lleno a su
carrera y a nada más. Ahora que pertenecía a un club de Buenos Aires, no tenía que viajar tanto al interior como le
había pasado con su anterior equipo de Argentina.


Su visita le había dejado sentimientos encontrados.


Le dolía en el alma verlo mal, pero le parecía bien que terminara con una relación en la que podían salir lastimados los dos. Ya encontraría su verdadero amor. Y no era Coty. Ni ella.


Pedro llegó de noche, para la hora de la cena y tras darse un baño se fueron a acostar.


La bebé se había dormido temprano en brazos de su papá que delicadamente la llevó a su cuna en completo silencio. 


Ahora dormía toda la noche, pero solo por si acaso, habían
instalado un baby call en la cuna que les avisaba cuando se despertaba o lloraba.


Ya formaba parte de su rutina, era encender el aparatito, programar la alarma y después dormir.


Justamente esa noche se había despertado inquieta. Le molestaban las encías, y sabía que en poco tiempo
empezarían a salirle los primeros dientitos. La acunó y abrazó sin éxito por horas. Eva lloraba, gritaba, y pegaba patadas angustiada. Pedro había intentado tocándole el piano, paseándola en brazos por toda la casa, incluso había
intentado hablarle bajito. Eso siempre la calmaba, pero no ahora.


Cuando ya no pudo más del cansancio, hizo algo que ningún médico pediatra aconseja, se la llevó a la cama grande. 


Entre los dos se habían turnado para acariciarle la espaldita y la cabeza, o alcanzarle el chupetito para que se durmiera. 


Y cerca de las 4 de la mañana, finalmente lo habían logrado.


Por poco empieza a llorar ella de la emoción, o del agotamiento. Le pesaban los párpados y se dejó ir.


Y entonces un ruido enloquecedor comenzó a sonar por toda la habitación.


El celular de Pedro. Mierda.


El pegó un salto y queriendo agarrarlo con los ojos cerrados para silenciarlo lo atendió. En la pantalla podía ver el nombre de Katy.


Del otro lado se escuchaba música a todo volumen y ella a los gritos hablándole en inglés, aunque no se le entendía, ya que estaba totalmente borracha.


Entre tanto griterío, Eva se asustó y se largó a llorar tan despierta como había estado un rato antes.


Pedro, honey… I miss you so much.. (Pedro, cariño… te extraño tanto). – alcanzó a escuchar.


Mientras él se sentaba para ver bien la pantalla del teléfono, la mandó a callar.


—Shh. – salió del cuarto. —We are sleeping.


Calmó a Eva, hasta que de a poquito se empezó a dormir otra vez, al tiempo que intentaba escuchar lo que sucedía en la habitación del lado.


El volvió un minuto después, y se acostó a su lado tratando de no hacer ruido.


Lo miró clavándole los ojos como si fueran a quemarle las retinas con rayos láser. Y él, por lo menos tuvo el coraje de parecer avergonzado. Le susurró.


—Perdón, está en pedo. No tiene idea de que hora es, ni nada. – era tarde y no tenía ganas de discutir de todas
formas así que se llevó a Eva a su cuna y después se acostó sin decirle nada.


No hace falta decir que esa fue la última vez que esa chica lo había llamado.


Desconocía que era exactamente lo que le había dicho, pero fuese lo que fuese, hizo que cortaran para siempre toda relación.


Tal vez había visto en Katy una vida que ya no quería para él, que no le hacía bien, y de la que quería mantener distancia para recuperarse por completo. O quizá ella hubiera cruzado algún límite, o algo parecido, porque
nunca más sacaron el tema.


Todo ella, y ese momento en la vida de su esposo era una mancha oscura de la que él se sentía culpable, avergonzado y que estaba intentando superar.


Y podía decir que la terapia estaba haciendo un buen trabajo, porque él se sentía mejor, pero a quien más le debía
su rehabilitación era a Eva.


Ella había llegado para asustarlos al principio, pero lo suficiente para que estuvieran alertas y preparados para
todo. Y había llegado también para iluminarles los días. Esa nena que era pura felicidad, no hacía más que unirlos
y fortalecerlos.


Estaban descubriendo un costado de cada uno que no conocían, y era algo por lo que valía la pena luchar. Estaban
creciendo, los tres juntos.


Con el tiempo, lograron salir adelante juntos. Sin que él entrara en crisis, y sin que ella tuviera la necesidad de escaparse. Nunca más.





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