jueves, 17 de diciembre de 2015

CAPITULO 97




Cuando se despertó esa mañana, él estaba boca arriba roncando. Sonrió. Se lo veía tan despreocupado. Tan feliz,
ajeno a todos los dramas que le ocasionaba esa horrible mujer que era su suegra.


Pero sabía como hacerlo sentir aun mejor.


Muy despacio, se acercó a su boca y empezó a regarlo de besitos. Pasó sus dedos entre su pelo con cariño mientras
él iba despertándose con una sonrisa hermosa y un gruñidito sexy al que ella tanto se había acostumbrado.


—Buen día, Ken. – le dijo mientras lo besaba.


—Buen día, Barbie.


La tomó por las manos al tiempo que la daba vuelta para colocarse por encima con mucho cuidado, y comenzó a
besarle el cuello acariciándola con delicadeza.


Pero ella no estaba de humor para algo delicado. Buscó el lóbulo de su oreja y con los dientes comenzó a darle
tironcitos, mientras se agarraba con firmeza de su espalda.


El la miró con una media sonrisa perversa, mientras le sacaba las manos para ponerlas a los costados de su
cabeza rápidamente. Impidiéndole todo movimiento.


Fue bajando, besando su cuello hasta llegar a sus pechos. 


Volvió a levantar la mirada, mientras jugaba con su lengua volviéndola loca. Ella se arqueaba de placer.


Cuando bajó una de sus manos para tocarlo, él negó con la cabeza y la mordió. Ella no pudo evitar gritar.


Entendiendo, volvió a dejar el brazo como estaba antes, pero sin poder dejar de pensar en como se había sentido ese
trato violento, en ese contexto. Jadeó.


Le gustaba. Demasiado.


El siguió besándola y tentándola hasta que llegó a su entrepierna y ella pensó que no iba a poder aguantar mucho más.


Sin pensar, tomó su cabeza con ambas manos y se sujetó con fuerza de su cabello. En respuesta él aceleró sus
movimientos, haciéndolos más profundos.


Estaba perdida. Tenía los ojos cerrados, y a Pedro tomado
bruscamente, moviéndose y guiándolo con los tirones. 


Estaba muy cerca.


En ese momento, él dejó de besarla y subiendo a donde ella estaba, la llenó de golpe. Sin dejarla pensar, sin dejarla
acostumbrarse a nada, comenzó a moverse mientras mordía sus labios y empujaba como escalando sobre ella.


Era algo intenso. Estaba con los ojos cerrados y perdido.


Solo podía agarrarse firmemente de su espalda, y dejarse llevar. Cuando estaba a punto de explotar, el la dio vuelta, y separándose apenas, la hizo colocarse de rodillas y la llenó
sujetándola por la cadera.


En esta posición no podía verlo, pero si escucharlo, y notar que por la intensidad de las arremetidas, los dos estaban muy, muy cerca.


Gemía, y gritaba mientras él chocaba contra su cuerpo. 


Hasta que no pudieron más y se dejaron ir de manera
violenta quedándose quietos en el lugar, incapaces de moverse ni hablar.


Con todos los sentidos aturdidos, fue apenas consiente de que él le masajeaba suavemente la espalda, y se la llenaba de besos desde donde estaba.


—Estas bien, mi amor? – le preguntó.


Ella asintió sonriendo y acariciando su rostro cuando lo acercó para besarle el cuello.


El llevó sus manos a sus pechos y con la misma suavidad, se los acarició.


Cerraba los ojos y lo disfrutaba dejando escapar algunos suspiros. Las manos de Pedro se sentían tan bien. Su cuerpo agotado volvía a responder queriendo más. Aunque estaba exhausta, no podía evitarlo.


Llevó una de sus manos sobre las mano de él que la tocaba y la condujo más abajo. Gimió.


El, que todavía estaba dentro de ella, comenzó a moverse de nuevo. Más despacio que antes, pero de manera continua. A un ritmo que la hacía perder la cabeza.


Otra vez estaban perdidos.


El se mordía los labios, y aumentaba la velocidad, y ella desde donde estaba se impulsaba hacia atrás para encontrarse con su cuerpo, con fuerza, haciéndolo gruñir.


—Te gusta, Barbie? – le preguntó mientras le clavaba las manos en la cintura.


—Si. – logró decir ella con la respiración entrecortada. —No pares, Pedro.


El, enloquecido por sus palabras, gimió para aumentar la fuerza, y sujetó su pelo de un tirón haciendo que se
arqueara. Cuando quiso moverse, el tiró más fuerte, haciéndola gritar.


La tenía quieta mientras él los llevaba al límite a toda velocidad.


Se pegó a su cuerpo y fuera de control le dijo al oído.


—Te quiero escuchar. – su voz ronca desde el fondo de su garganta terminó por atormentarla.


Dándole el gusto, se dejaron ir casi al mismo tiempo mientras ella repetía su nombre entre gritos y jadeos.


Cuando se dejaron caer en la cama, estaban sin aliento. 


Tardaron más de lo normal en recuperarse.


El la miraba entornando los ojos.


—Eso de recién, …estuvo bueno. – le dijo.


Los dos rieron.


—Nunca había sido tan… – se quedaron callados.


El asintió. Después sonriendo le preguntó.


—Me tengo que asustar de que día aparezcas con un par de esposas, o algo así?


Ella rió con más ganas negando con la cabeza.


—Yo tengo que asustarme de que algún día me ates o me pegues con un látigo o algo?


—Lo del látigo no, pero atarte… – sonrió pensativo.


Ella levantó los ojos con sorpresa y se siguieron riendo.


—No haría nunca nada que te lastimara en serio. – le dijo dándole un beso en los labios.


—Yo tampoco. – le respondió ella abrazándolo.


—Igual, tampoco descartemos el tema de las esposas así de movida.Podemos ir viendo…


Ella lo empujó cariñosamente y entre risas se quedaron en la cama casi toda la mañana.


Se habían dejado ese día libre de lo que eran los preparativos y trabajo, para ayudar a Nico que se mudaba a
Buenos Aires.


Así que después de almorzar, le dieron una mano para que se instalara y le llevaron comida.


Paula sonrió con ganas cuando vio que Flor ya estaba ahí cuando ellos fueron, vestida con una remera vieja y
un jean roto, moviendo cajas y preparándose para limpiar el lugar.


Hacía meses que nadie vivía allí, y había varios centímetros de tierra sobre todas las superficies.


Para cuando se hizo de noche ya habían terminado. Su hermano no tenía tantas cosas como ella, y había metido
toda su ropa hecha bollos en los cajones, así que daba igual.


Tomándose un descanso, prendieron la tele y se sentaron en el sillón.


Estaba destrozada. Esa mañana la había dejado totalmente agotada. Miró a Pedro y estaba cabeceando de sueño
también. Le sonrió.


—Me mataste, Barbie. – le dijo al oído.


—Vamos a dormir. – le contestó tirando de su mano.


El asintió y bostezando se levantó del sillón.


Vio que él le hacía señas disimuladamente, para que mirara hacia el balcón.


Nico tenía a Flor sujeta a la cintura, mientras ella lo abrazaba por el cuello y le hablaba dándole besos.


Los veía tan bien que no podía creerlo. Nunca había visto a su hermano, ni a su amiga así.


Notaba algo en esas miradas.


Lo reconocía porque lo había vivido.


Los dos se estaban enganchando.


Esto iba en serio.


Sin hacer el menor ruido salieron del departamento y se fueron al suyo.



****


De camino a casa Paula se había quedado dormida, así que había tenido que cargarla.


La recostó delicadamente en la cama y comenzó a sacarle la ropa. El también estaba cansado. Por falta de tiempo había dejado de ir al gimnasio, pero tendría que retomar cuanto antes.


Más si pensaba cada tanto hacer algún trabajo como modelo. Tenía que mantener su físico.


Ahora Paula tendría que preocuparse por esas cuestiones.


Se detuvo mirándola mientras la metía entre las sábanas en ropa interior.


De verdad era muy hermosa. No hacía falta que Amanda, ni ningún dueño de ninguna agencia se lo dijera.


Un tipo de belleza que existía sin esfuerzos.


El tipo de belleza clásica y natural que hacía que su corazón latiera a mil con cada una de sus sonrisas. Le dio un beso y se acostó a su lado abrazándola.



****


Los días siguieron pasando, y entre tanto trabajo que tenían, ella se las había arreglado para tener sus tiempitos libres
para salir con la cámara como ella siempre hacía.


Mientras caminaba por la ciudad, se dio cuenta de que algo le faltaba. Se paseaba de un lado al otro apuntando a
todo, pero sin sacar ninguna foto.


Sonrió. Estaba tan acostumbrada a su trabajo, que lo que le faltaba era la modelo. Podía imaginársela de hecho.


Estaría caminando hacia la cámara sin mirarla directamente. Tal vez se llevaría una mano apartándose el pelo.


Si alguien le preguntaba un año antes, la fotografía de moda era definitivamente una de sus menos preferidas. De hecho, si alguien le hubiera dicho que en unos meses
pertenecería a una productora, trabajando para marcas y revistas importantes, por casarse con un modelo, y por qué no, a punto de modelar ella misma, se hubiera reído. Pero allí estaba.


Nunca lo había buscado, pero había descubierto en la moda, pasiones que estaban ocultas en ella, y que no conocía. 


Cada día le interesaba más el tema. Había tanto que quería aprender.


La experiencia con Amanda la había dejado obsesionada.


Lo que duró esa producción había estado caminando por las paredes, pensando que iba a explotar, morir o matar a alguien, pero una vez que las fotos estuvieron publicadas, había sido una de las mejores cosas que le habían
pasado en la vida. Nada se comparaba con la satisfacción y el orgullo, de ver plasmado su trabajo de esa forma.


Por eso es que estaba segura de que si volvían a ofrecerle un trabajo así, lo tomaría.


Un poco de presión y nervios valían la pena ante esos resultados.


Estaba a una cuadra del departamento cuando su celular comenzó a sonar.


Distraída mirando el paisaje, no miró la pantalla y solo atendió.


—Hola rubia.


Marcos.









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