lunes, 7 de diciembre de 2015

CAPITULO 62




Ella se miró, examinándose de arriba abajo, de perfil, y de espalda.


Cuando se vio, abrió los ojos sin poder creerlo. Su expresión fue tan graciosa que no podía parar de reírse. En la piel
del trasero tenía marcados los dedos de Pedro. No pudo contenerse y se rió con él.


Estaban tentados. El hacía la cabeza hacia atrás para reírse y entonces ella se quedó helada.


Instantáneamente dejó de reírse.


—Ehm… Ken. – dijo, despacio.


El la miró. Ella le hacía señas con los dedos, señalando su cuello. Y después tapándose la cara como si estuviera avergonzada.


—Perdón, perdón, perdón, perdón… – decía ella.


—Qué pasa? – Se paró frente al espejo y se vio el cuello.


Tenía una marca de color rojizo, con inconfundibles formas de dientes clavados.


Se acordó que ella en un momento lo había mordido con fuerza, y ahí estaban los resultados.


—O sea que tengo que aparecer así a la fiesta en casa de mi mamá, Barbie? – le preguntó riéndose.


No recordaba que ninguna mujer le hubiera dejado nunca alguna marca. En parte porque había estado con modelos,
y sabían que eso no era conveniente para la carrera.


Los maquilladores se enojaban mucho si alguien aparecía con alguna de estas cosas. Se tocó el cuello.


Tendría que estar molesto? Porque no le importaba. De hecho, le parecía de lo más…sexy. Un recuerdo de lo bien
que la habían pasado.


Cada vez con Paula era una novedad.


Amaba que ella fuera cariñosa, sensible, y lo enamorara con sus gestos únicos, pero realmente lo encendía pensar que
también podía ser…un poco salvaje cuando quería. Mmm… 


Es que esa chica lo tenía absolutamente todo, pensó.



****


Ella solo se tapaba la cara, mortificada.


Cómo iba a dar una buena impresión a la madre de Pedro, si él se aparecía con un…chupón en el cuello. Que vergüenza.


El, se acercó y la abrazó pegándola a su cuerpo.


—Tampoco se va a asustar, Barbie.Su hijo es grande, y se debe imaginar… – Se interrumpió cerrando los ojos y
arrugando la nariz. —Mmm…no. Espero que no se imagine.


Se rieron.


La sujetó por la cintura, mientras levantaba su mentón con una mano.


—Además me gustó, Barbie. – le dijo con la voz baja y mirada provocativa.


Esa mirada. Mmm…hacía que todo su cuerpo ardiera hasta derretirse. A ella también le había gustado.


—Me puedo subir un poquito el cuello de la camisa, y con el moño no se ve.


—Moño? – preguntó alarmada. —O sea que es muy formal el evento.


—Si, es uno de los tantas fiestas a beneficio que hace el club. Una subasta con las obras de arte que donan los
miembros, lo de siempre.


El hablaba con toda normalidad, de algo que ella ni siquiera podía imaginarse.


Seguro había visto cosas así, en las películas. Pero esto era la vida real. Y quien lo organizaba, era su suegra. La iba a conocer, y no tenía ni un par de zapatos decentes para ponerse.


—Yo no…no traje ropa para este tipo de…


—Te compro algo, se el lugar perfecto para vos.


—No me vas a comprar ropa. – le dijo ella espantada.


—Por qué no?


—Porque me sentiría muy incómoda. Ya me regalaste la cámara, y fue demasiado.


—Me gusta regalarte cosas, Paula.


—Y ya me regalaste bastante.


—Entonces querés que le diga a mi mamá que no vamos?


Ella se mordió el labio. El modelito sabía lo que hacía. El era su hijo, no podía faltar, y eso sería empezar con mal pie la relación con la señora.


—Me imaginé. Ahora vamos a comprarte un vestido. – le dijo dándole un beso.


Saliéndose con la suya.


Las tiendas a las que la había llevado eran un sueño. Todos los diseñadores que ella de a poco iba conociendo desde que trabajaba para la productora, las primeras marcas.


Pero este local, era el más especial de todos. Totalmente blanco, paredes, techo, luces, mobiliario, que era bastante escaso, por cierto.


En dos mesas que estaban situadas casi al medio, había elegantes floreros de cristal con enormes rosas rojas.


Estaban tan exquisitamente arregladas, que pensó que un florista profesional, habría hecho los ramos.


Los espejos tenían un diseño antiguo, pero eran de plata, muy brillantes.


Sin dudas era un lugar lujoso.


Irónicamente, por ningún lado se veía ningún vestido.


No se sorprendió cuando Pedro comenzó a hablar con el vendedor en perfecto inglés. El la tenía sujeta de la
mano, y eso hacía que ella pudiera creer que todo eso era real. Ese acento, sumado con lo guapo que era, hacía que
se sintiera Cenicienta.


Comprendió cuando el encargado le preguntaba que diseñadores estaban interesados en ver, y Pedro sin dudarlo, dijo.— Zuhair Murad.


Al parecer el otro lo había entendido, porque había asentido y se había marchado por la puerta que se encontraba en uno de los costados, no sin antes ofrecerles asiento en uno de los pocos sillones blancos del lugar.


Cuando salió, tenía una cinta métrica y un cinturón con un pequeño almohadoncito lleno de alfileres.


Midió cada centímetro de su anatomía con la cinta, sin apuntar ni un solo número.


Cómo se suponía que recordaría lo que acababa de medir? 


La hizo sentar, dar vueltas, levantar, y bajar los brazos.


Miró hacia donde estaba Pedro, pero este estaba muy entretenido hojeando una revista que había en una de las
mesas.


El vendedor volvió a salir por la puerta, y casi inmediatamente, la hizo pasar a un cuarto lleno de espejos del tamaño de un salón. Había distribuido enormes percheros con vestidos en bolsas individuales, con anotaciones. De ahí sacó dos bolsas y se las alcanzó.


Asintiendo con la cabeza, salió por la puerta dejándola sola.


Abrió la primera bolsa, y vio un traje de dos piezas, en encajes y colores crema.


Le gustaba, pero era un traje pantalón, y ella quería lucir un vestido.


Le llamó la atención no encontrar ninguna etiqueta con el precio, pero siguió en lo suyo y abrió la segunda bolsa.


Cuando sacó el vestido se le secó la boca.


Era precioso.


En gazas y encajes de color nude, bordado totalmente con pequeñísimos patrones, imitando una enredadera llena
de flores, que envolvía de manera romántica el cuerpo.


Los hilos eran dos tonos de dorado, y las terminaciones de las ramitas, estaban bordadas a su vez, con pequeñas
piedras brillantes en los mismos colores.


Se lo probó. Le calzaba como un guante.


Dio un suspiro al darse cuenta que en el escote, tenía una leve, e imperceptible capa de tul en color piel, en donde otras pequeñas piedritas parecían estar pegadas a su pecho, como gotitas de rocío.


Era largo y vaporoso. Lujoso.


Como los que había visto en las alfombra roja.


El señor del negocio volvió a entrar después de tocar la puerta, y en gestos exagerados, y palabras que alternaban
entre inglés y francés, le dio a entender que ese era el vestido. Se veía como una princesa.


Se cambió a su ropa y salió.


Sin preguntarle siquiera, el vendedor puso en una bolsa negra que estaba montada en una percha con cierre, el
vestido dorado, y se lo entregó.


—Ya elegiste, Barbie? Te gustó ese vestido?


—Es bellísimo, Pedro, pero… – y se acercó a su oído alejándose del señor que los miraba curioso. –—Cuánto
cuesta?


El solamente se rió, y le entregó la tarjeta de crédito al vendedor.


Ella giró los ojos, y lo miró.


—Te voy a devolver lo que gastes, sabés?


—Nunca te vas a enterar cuanto gasté. – le dijo sonriendo. —Vamos, dejemos de hablar, que todavía faltan
los zapatos.







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