Volvieron una semana antes que Paula rindiera, y todos los estaban esperando en casa con una especie de fiesta de bienvenida.
Sabían que solo lo hacían por Eva.
La habían extrañado horrores.
Pero para ellos habían sido las vacaciones que habían necesitado. No era nada fácil viajar con una bebé de dos meses, pero se las habían arreglado.
La paz y la distancia los unió y ahora como familia, se conocían y tenían sus rutinas bien armadas.
Quedaba esperar que la pequeña se acostumbrara de nuevo al cambio de horario.
Pero ya tenían un sistema.
Pedro siempre se levantaba de noche a cambiarla, y ella le daba de comer. De día ella la cambiaba y él ayudaba preparando la comida. A veces se turnaban para atenderla y que el otro pudiera bañarse, o limpiar la casa.
Por suerte, Eva ya no tenía cólicos, así que si no era por hambre, por lo general dormía sin problemas.
Cuando empezaran a trabajar y Paula a rendir, iban a contratar a alguien que se quedara con la pequeña por unos
meses más hasta que cumpliera el año, y recién ahí la enviarían a una guardería.
Habían encontrado a la persona perfecta. La sobrina de Gerard, Sonya.
Una chica joven, de cabello castaño rojizo, alta y delicada.
Hablaba perfecto español, y amaba a los niños. Iba a la universidad por la tarde, así que tenía toda la mañana libre
para cuidar a la pequeña. Y a la vez Eva, la adoraba.
A veces se había puesto celosa al ver como se llevaban y que la bebé se agitaba de emoción cuando la chica entraba a la casa.
Pero después se ponía a pensar que así sería mejor y menos doloroso para todos cuando tuviera que estar por horas fuera cuando volviera al trabajo.
De a poco, pero muy de a poco, ellos se podían empezar a reencontrar como pareja.
No era nada fácil, pero encontraban el tiempo para hacerlo,
porque las ganas siempre estaban.
Intactas como el primer día.
Su cuerpo había vuelto a ser el que era antes de cumplirse un mes del parto, y se sentía con más confianza.
Todavía no empezaba a entrenar, pero apenas pasaran los exámenes lo haría.
Un día Pedro acariciándole la pulserita le dijo al oído mientras la besaba en el cuello.
—Podemos seguir agregando dijes a la cadenita. – ella se quedó quieta. — No querés tener más bebés? – le preguntó al ver su reacción.
No se lo había planteado en realidad. Todo era tan reciente, que no lo había pensado. La maternidad era algo muy nuevo y ajeno todavía.
—Ehm… no sé. – lo miró. —Vos querés tener más?
El sonrió.
—Después de ver como es Eva, quiero más. Muchos más.
—Muchos? – abrió mucho los ojos.
El se rió con ganas.
—Te pusiste pálida, Barbie.
Parpadeó un par de veces antes de contestar.
—No es que no quiera. Es que todavía es todo tan… – apretó los labios. —Uno más, capáz.
—No hay dos sin tres. – siguió sonriendo burlón.
—Quién sos, Ken? – dijo devolviéndole la sonrisa.
Todavía riendo le tapó la boca con un beso haciéndola olvidar de lo que hablaban, como siempre.
El día que se recibió hacía calor, y como no le había avisado a nadie que esa era su última materia, fue un día como cualquier otro.
Volvió a su casa feliz, y lo primero que hizo fue ir a abrazar a su hija.
Estaba en su cunita sentada con muchos almohadones que la sujetaban mientras Sonya le pasaba una pelotita de colores que se apretaba hacía música.
Saludó a la chica y alzó a su hija con alegría.
—Eva, mi amor. – besó su cabecita. —Mamá está contenta. – rió.
La pequeñita, que ahora tenía el cabello un poquito más largo y lacio de color dorado, sonrió. No sabía si entendía una palabra de lo que le decía, pero ver a su mamá sonreír siempre tenía ese efecto.
La balanceó de un lado para el otro haciéndola reír y gritar.
Ya podía mantener su cabeza derechita, y tenía fuerza en los bracitos. Le gustaba gritar desesperadamente, como si quisiera comunicarse con ellos a toda costa. Sus ojitos, que al nacer eran negros brillantes, estaban cambiando de color
haciéndose cada vez más azules. Como los de su papá. Iguales.
De ella tenía la boca, no había dudas. Era sorprendente cuando al verla, se veía reflejada en alguno de sus rasgos.
La sobrina de Gerard, se fue a la hora de siempre después de pasarle el parte de cómo se había comportado la niña y las cosas que había hecho.
No se podía quejar, como niñera hacía un muy buen trabajo.
****
Sonrió. Había sido un día ocupado. Con los cambios en la productora había mucho trabajo para hacer.
Estaba pensando seriamente en contratar más gente que pudiera darle una mano.
Y volver a casa con su familia era en lo único que había podido pensar por horas.
La bebé se reía con ganas y gritaba alegre mientras su mamá la hacía para todos lados.
Se acercó y las besó sonriendo.
—Qué pasa que estás tan contenta? – dijo mirando como sonreía.
—Aprobé la última. – rió. —Ya está!
Se quedó un segundo con la boca abierta y luego las abrazó.
—Mentira… – entornó los ojos mientras ella se partía de risa. —En serio? – asintió —Felicitaciones! – la besó en la boca con dulzura. —Por qué no me dijiste nada!?
Se encogió de hombros y siguió riendo.
—Tenemos que salir a festejarlo, Barbie.
—Podemos salir a comer algo, o hacer algo tranqui acá. Quiero que Eva esté conmigo. – rozó su nariz con la
diminuta naricita de su hija.
Estiró sus manos para alzarla y Paula se la pasó. En seguida se acomodaba en sus brazos y empezaba a gritar y moverse. Era su manera de saludarlo. Estaba tan feliz de verlo como él de verla a ella.
—Vos también estás contenta? – le dijo mirándola mientras le hacía cosquillas. Obviamente se desesperó y empezó a reírse de manera histérica.
Una risa contagiosa que siempre los hacía tentar. Empezaba a reírse Eva, y los hacía reír a ellos, eso parecía poner
contenta a la pequeñita que se carcajeaba con más ganas.
****
Ana, su compañera rendía en dos días y estaba histérica. A su lado, Mateo no paraba de hablarle al oído y darle besos.
La actitud de ella había cambiado. Antes no soportaba las
demostraciones de afecto en público, y se lo hubiera sacado de encima enseguida, pero ahora le sonreía y lo sostenía de la mano. Estaban bien juntos.
Se los veía bien.
Su hermano y Flor estaban iguales, aunque a ellos si les gustaba demostrarse afecto en público, tal vez demasiado.
Marcos había ido sin Coty, y estaba charlando con Pedro de fútbol. Era raro porque aunque nunca serían los mejores
amigos, había cosas que compartían y valores que para los dos eran importantes. Además Eva lo adoraba.
Siempre que iba a casa, se quedaba jugando con ella un buen rato y tenía más paciencia que nadie.
No era ningún secreto que como Mateo, su amigo Marcos, se moría de ganas por tener un bebé. Los dos eran familieros y tenían llegada con los chicos.
Elizabeth y su madre le habían pedido hasta hartarla que bautizara a la pequeña, y pensó que era una tradición
linda, además de ser una excelente oportunidad para festejar.
Estaba contenta de la decisión que había tomado. Su esposo estaba de acuerdo, y estuvo a su lado cuando entre
una cosa y otra anunció que los padrinos de Eva iban a ser Flor y Marcos.
Su amiga ya sabía, pero igual se emocionó y les dio un fuerte abrazo.
Su amigo se había quedado con la boca abierta, totalmente en shock.
Parpadeó un par de veces hasta que pudo reaccionar y sonrió como siempre hacía, agradeciendo. Esa sonrisa
genuina y cálida que la derretía. Era su debilidad. Una de las cosas favoritas de la vida.
Amaba a sus amigos con el alma.
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