viernes, 25 de diciembre de 2015
CAPITULO 123
Los días habían pasado, y gracias al trabajo del calendario, habían subido las notas sin problemas. El profesor se había quedado impresionado por la calidad y por el número de modelos que habían logrado reunir.
En agradecimiento por la buena onda, ella y Pedro, los habían invitado a una fiesta en su casa. Hacía mucho que
estaban concentrados entre trabajo, facultad y embarazo…y no estaban teniendo mucha vida social.
Así que aprovecharon para hacer una fiesta como las que él daba en su departamento antes. Lleno de modelos y amigos que ella ahora conocía.
Habían invitado también a Flor, Anabela y a Nico que se estaban divirtiendo por su cuenta.
Pedro se acercó y le sacó la copa que tenía en la mano.
—Qué haces, Barbie? – le dijo al oído.
—Es jugo de manzana. – hizo pucheros. —Gerard me compró.
El se rió y dejó su propia copa de lado.
—Yo tampoco voy a tomar hoy. – la besó. —Además desde la mañana me siento mal…
Se llevó la mano a la panza con gesto disgustado.
—Querés un té?
—Ya se me pasa. – dijo haciendo un gesto con la mano.
Fue un rato con sus invitados, y nuevamente se sorprendió cuando vió a su compañera. Se había puesto a hablar
y bailar con otro de los modelos. Mateo la miraba con cara de pocos amigos.
Cuando más entrada la noche ella siguió a uno hacia fuera, salió casi escopetado a donde estaban.
Esto se iba a poner feo. Le contó a su esposo y juntos salieron a la puerta para evitar problemas, pero quedándose
a una distancia prudencial.
—Ey, a dónde vas? – preguntó Mateo.
Ana se dio vuelta como si estuviera chequeando si le hablaba a ella o no.
—Me voy con Iván. – señaló al impresionante modelo rubio que tenía al lado. Este incómodo miró a su amigo que lo fulminó con la mirada.
—Podemos hablar un segundo? – preguntó.
Ella asintió confundida y se acercó a él.
Discutían algo acaloradamente. La cara de su compañero irradiaba animosidad, y ella, no se quedaba corta.
Hacía gestos con las manos, y con una risa lo dejó solo mientras volvía con el rubio.
Mateo se quedó mirando el auto mientras se iba y después se subió al suyo sin despedirse y arrancó en dirección contraria.
Pedro le dijo al oído.
—Pobre pibe. – le corrió el pelo rozándole el cuello y el lóbulo de la oreja con los labios. —Parece que le gusta en serio tu amiga.
Paula cerró los ojos levemente reaccionando a su toque. Y levantó la mano para acariciarle la mejilla.
—No creo. Está encaprichado. Es un creído, le gusta estar con mil mujeres… no va a cambiar.
El la dio vuelta y la miró a los ojos.
—Si conoce a alguien que le guste de verdad puede cambiar, Barbie. – sonrió de lado. —Le pasó a un amigo.
Los dos se rieron.
—Tu amigo se arrepiente de haber cambiado? – preguntó siguiéndole el juego.
El sonrió aun más, mientras volvía a darla vuelta y apoyaba sus dos manos en su barriga con mimo.
—Ni loco.
Ella imaginaba más o menos que iba a responder algo por el estilo, pero aún así se quedó sin aliento, invadida por una felicidad que trajo un nudo a su garganta y sonrió.
Así como algunas cosas estaban mejorando otras se complicaban cada vez más. Walter había tenido un par de
palabras con ella por ocultarle el embarazo, y aunque se excusó diciendo que ni ella sabía, su jefe estaba demasiado enojado como para entender razones.
Mateo también había caído en el problema, y sumado a su pequeño incidente con Anabela, no estaba de buen humor últimamente.
Nico y Flor, habían viajado a Córdoba para las vacaciones de julio, y por lo que le habían contado la estaban pasando genial.
Con Pedro iban a ir unos días antes, pero él no se sentía bien.
Hacía unos días que se levantaba con nauseas, o algo mareado. De a poco iban encontrado una nueva rutina. Paula solo estaba cursando a la mañana y le quedaba el resto del día libre.
No había querido volver todavía a la productora porque pensó que sería demasiado estresante, y ahora solo
podía concentrarse en recibirse, y mantenerse sana para su bebé.
Ese mismo día tenían turno en el obstetra, y si había suerte, podrían saber el sexo. Estaban ansiosos, y hasta habían
hecho apuestas al respecto. Pedro decía que era una nena y ella que sería un varón. Y aunque era divertido, lo único
que de verdad les importaba era que estuviera sanito o sanita.
El doctor Benjamín, la encontró mejor que en su primera visita. Había ganado mucho peso y todos los valores
daban perfectamente normales. Sus síntomas habían desaparecido por completo, casi al mismo tiempo que su
panza comenzaba a asomar.
Tenía una pequeña, redondita y adorable barriga que apenas sobresalía si se la miraba de costado y con mucha
atención. Ya se había tornado casi un reflejo para ella acariciarla con delicadeza. Hasta Pedro lo hacía, algo que le encantaba. La relajaba tanto, que de noche así es como se quedaban dormidos siempre.
El, por lo menos parecía haber aceptado el hecho de que iba a ser padre, y se mostraba entusiasmado. A veces demasiado. Tenía que admitir que la ponía nerviosa, porque él pensaba absolutamente en todo. Estaba siguiendo una dieta estricta, y ya habían buscado un lugar en donde hacer las clases preparto a las que él también se había anotado para acompañarla haciendo espacio en su agenda sin pensar en sus otros compromisos. No la dejaba levantar nada, y estaba pendiente de mimarla en cuanto podía.
Era como si mantener la cabeza ocupada a toda velocidad, lo hiciera olvidar de su angustia de un principio, y del hecho de que no se sentía listo para ser papá. Ella tenía miedo de que un día explotara y todo ese susto llegara de golpe.
Como siempre hacía, el doctor puso gel frío sobre su panza y pasó el aparato del ecógrafo mientras tocaba algunos controles y la imagen se empezaba a hacer nítida.
—Ahí está. – dijo acercándose. — Ven?
Los dos asintieron embobados, mientras veían como el pequeño bebé se movía para todos lados.
—El corazón está perfecto, se puede escuchar. El tamaño es el que corresponde, está perfecto. – mientras medía e inclinaba la cabeza mirando la pantalla sonrió. —Quieren saber el sexo?
—SI. – dijeron con decisión.
—Es una nena.
Ahogó una exclamación y emocionada miró a su esposo.
—Viste? Yo te dije. – le guiño un ojo.
Ella rió nerviosa. Los dos lo hacían.
Felicitándolos y dándoles para que se llevaran la grabación de esa nueva ecografía, el médico despidió a esta pareja de nuevos padres que aunque tenían dos sonrisas radiantes fijadas en sus rostros, también se los notaba ansiosos, nerviosos y al borde del ataque de susto. Pero era normal.
La mayoría de los padres primerizos pasaban por eso, y ellos eran muy jóvenes todavía. Les dio cita para el otro día, así hacían otro análisis de sangre a primera hora.
Una vez en el departamento, Paula se cambió a ropa más cómoda y acercándose a Pedro, lo besó. Todo su cuerpo se lo pedía a gritos. El, al principio se lo respondió, pero cuando
estaban comenzando a moverse de la sala hasta la habitación, se separó de ella rápidamente y corrió al baño.
Recordó que desde hacía días venía sintiéndose mal y se lamentó. El año anterior había tenido esa horrible gripe estomacal con los mismos síntomas. Seguramente se había vuelto a enfermar.
Cuando salió se lo veía pálido y algo mareado.
—Mmm…está bien que soy una vaca horrible, pero tampoco para tanto, no? – el sonrió.
—Sos preciosa. Qué decís? – la abrazó por la cintura y con la otra mano le tocó la panza. —Me encanta como te queda… ya quiero que estés asíii. – hizo el gesto que siempre hacían con la mano para exagerar el tamaño.
Ella rió, pero sin cambiar de tema, le dijo.
—Tendrías que ir al médico, mi amor. – lo abrazó llevándolo a la cama y se acostó a su lado.
—Mañana cuando vayamos a la clínica saco turno. – dijo cerrando los ojos.
Con mimo, lo acunó hasta que se quedó dormido. No le parecía que tuviera fiebre, ni nada. A diferencia de la gripe anterior, ahora no se había vuelto a levantar, ni había tenido más vómitos. Estaba durmiendo. Como un tronco, de hecho. Los ronquidos resonaban en toda la habitación. Ya estaba tan acostumbrada, que en parte la relajaba. Creía, de hecho que sin esos ronquidos se le haría difícil dormir.
Cerró sus ojos y se dejó llevar.
Soñó toda la noche con una niña.
Tenía el pelo castaño y ojos muy azules que la miraban divertida. Corría por todas partes y la hacía reír. Era
preciosa.
Al otro día estaban los dos en la clínica de su médico otra vez. Una vez hechos los análisis, les dio un cronograma nuevo de las visitas que tenían que hacer de ahora en más, la pesó y le recomendó algunas vacunas que no tenía.
A su lado Pedro miraba todo con una mano apretada a la frente y blanco como un papel. Se estaba sintiendo mal
otra vez.
—Estás bien? – le preguntó preocupada.
El negó con la cabeza sin abrir la boca.
—Se siente mal? – quiso saber el médico.
El frunció el ceño, así que Paula para no hacerlo hablar, le comentó.
—Hace unos días que está con nauseas, vómitos… – lo miró. —Está peor que yo hace un mes. – dijo para hacerlo sonreír.
Pedro la miró y haciendo un esfuerzo le devolvió la sonrisa
apretándole la mano que sujetaba.
—Muchas veces el hombre en estos casos puede presentar alguno de los síntomas del embarazo también. Se lo llama Síndrome de Couvade o “embarazo por simpatía”. – al ver el
gesto incrédulo del muchacho, agregó sonriendo. —No digo que sea su caso.Debería verse por un doctor. Pero si lo
es, puede ser útil que hablen mucho en la pareja. Del bebé, de los miedos, de las inseguridades. Son todas manifestaciones de estrés.
Tipeándolo todo en su computadora, sin mirarlos, dijo.
—Trate de descartar cualquier enfermedad infectocontagiosa por el bien del bebé. No puedo medicar a Paula con lo mismo que a usted le receten.
Eso último hizo reaccionar a su esposo. Se sentó más derecho en la silla, y cuando la consulta terminó salió
corriendo a la guardia. Le dijo que ella se fuera a casa porque se podía contagiar de alguien y que hasta que no
supiera que tenía que no se le acercara.
Puso los ojos en blanco. Siempre tan exagerado, ella nunca se contagiaba.
Se tocó la panza.
Pero prefería no correr riesgos.
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