Llegaron de noche, y no tenían ganas de cocinar.
—Voy a pedir una pizza nada más que porque necesitas comer. Si no, me hacía una sopa y a dormir. Estoy reventado. – dijo bostezando.
—Graaacias. – aplaudió. Tenía hambre.
—Me debes dos ya. – se rió. —Y hoy se me estaba ocurriendo como me las puedo cobrar.
Miró a su amigo, que se reía perversamente levantando una ceja mientras se acercaba a ella.
Instintivamente abrió los ojos como platos.
Mateo empezó a reírse de manera ruidosa.
—Así no, boluda! – ella también se rio ahora.
—Qué se te ocurrió? – preguntó curiosa.
—Quiero que me presentes a tu amiga Anabela.
Eso no se lo esperaba. Frunció las cejas.
—Ya los presenté. – dijo confundida.
—Bueno, que nos veamos en otro contexto… llevala a algún evento.
—Por qué? No es el tipo de tilingas con las que te gusta… “salir”. – puso comillas con sus dedos.
E
l puso los ojos en blanco.
—Me gusta tu amiga. Sabe lo que hace… la vi haciendo unas fotos, y hablando con vos. – asintió impresionado. —Es tímida… no sé. Me llama mucho la atención. Además… –
miró para otro lado un poco avergonzado. —Es muy linda.
Le daba un poco de gracia. Desde cuando él se ponía así?
No le costaba nada encarar a la mujer que se le cruzara. Le parecía irreal toda esta situación.
—Bueno, te tengo que decir dos cosas. – se rió. —Y probablemente este rompiendo todos los códigos, pero lo
hago por su bien, y por el tuyo.
El se cruzó de brazos, listo para escuchar lo que ella estaba por decirle.
—Cuando te conoció se quedó… muy impresionada con vos. No se como no te diste cuenta como te sonreía, como se acomodaba el pelo, nerviosa. Le gustaste. – vio que su amigo le empezaba a sonreír, y lo frenó levantando una mano. —Pero…
—Pero? – preguntó ansioso.
—Pero cuando hoy te escuchó como le hablaste a la maquilladora, me parece que se le pinchó la burbuja. –
apretó los labios. —De hecho me dijo que eras un pelotudo y que le habías dicho gorda.
—Qué?! Yo no le dije eso. – replicó indignado.
Ella se encogió de hombros.
—Le dijiste que las medialunas tenían muchas calorías… cuando ella estaba comiendo. – suspiró. — Realmente no te das cuenta de la manera que decís las cosas, no? Tampoco te diste cuenta de que maltrataste a la chica que te maquillaba?
El la miraba como si le hubieran salido dos cabezas. Como si Paula, estuviera hablándole en otro idioma.
Resopló.
—Supongo que hay gente más susceptible que otra.
Ella se rió negando con la cabeza.
Su amigo no tenía remedio.
—Con más razón tenes que ayudarme. – ella le estaba por discutir, pero él la interrumpió. —Vos nomás encárgate que esté en algún evento.
Nada más.
—Ok. – cedió ella, poco convencida. —Pero no me hago
responsable de nada más.
El sonrió emocionado, de tal manera que tuvo que devolverle la sonrisa.
En ese momento sonó el portero.
—Debe ser la pizza. Yo atiendo. – dijo Vale.
Corrió hasta el telefonito.
—Si?
—Pau? – se quedó sin aire. — Abrime, tenemos que hablar.
Pedro.
—Qué haces acá? – dijo confundida. La había encontrado.
—Te estuve buscando por todas partes. Dale, bajá.
Como un torbellino, el recuerdo de la última conversación que habían tenido, revolvió todo en su ya perturbada mente.
Todos sus problemas se resumían a eso.
Esta charla que iban a tener ahora.
Esta que tenía el poder de cambiar su destino. Los ojos le picaban.
En ese breve tiempo que había pasado desde que se enteró hasta ese instante, ya había tomado una determinación. Solo de una cosa estaba segura. Iba a seguir adelante con su
embarazo.
Así tuviera que hacerlo sola.
Sabía que pasara lo que pasara, ese día la cambiaría para siempre. Y posiblemente, todo lo haría. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Estaba asustada. Aterrada. No quería perderlo. No podía vivir sin él.
Pero tampoco podía vivir sin su bebé.
Mordiéndose el labio, hizo sonar el portero para que se abriera la puerta y dejarlo entrar.
En unos pocos minutos, lo tenía tocando la puerta del departamento.
Le hizo señas a un confundido, y algo alarmado Mateo, para que los dejara solos, y él asintió con la cabeza y le apretó la rodilla para darle valor.
Abrió la puerta y se quedó mirándolo.
El estaba ahí, en frente de ella.
Luciendo terrible. Su ropa estaba arrugada, y se le ocurrió que sería la misma con la que había viajado. Su pelo
estaba revuelto, y tenía barba de por lo menos 3 días. Y su mirada estaba llena de… pánico. Estaba asustado.
—Hola. – dijo cauteloso.
—Hola. – respondió tratando de contener las lágrimas. Sin éxito por su puesto.
—No llores. – le dijo con expresión angustiada. —No llores, mi amor. – se acercó dubitativo hasta ella y tomó sus manos.
No pudo aguantarlo y se lanzó hacia él abrazándolo, para llorar en su cuello. El solo la apretó fuerte y la mantuvo ahí, cerca. De a poco, notó que le acariciaba el cabello suavemente y suspiraba
Ella se separó levemente para mirar sus ojos, pero él, queriendo estar cerca todavía, le pasó los nudillos por la mejilla y la besó.
Un beso tierno, lleno de amor, que le llegó al corazón y se lo derritió. No podía parar los sollozos. Se convulsionaba con pequeños espasmos mientras él le sujetaba el rostro con
ambas manos y le besaba cada centímetro de la cara, consolándola.
—Hola, mi amor. – le decía en susurros. —Perdoname. Por favor, perdoname por todo. – la miró con los ojos muy abiertos, llenos de miedo. — Por favor decime que me perdonas y que volvés a casa.
Ella no podía responderle, estaba demasiado abrumada por todo lo que estaba sucediendo. Había extrañado estar en sus brazos. Cómo iba a hacer si tenía que separarse de él?
Tenían tanto de que hablar.
Aunque ahora lo único que le importaba era esa sensación.
Estaba a salvo, en un instante congelado en el que solo estaban ellos, en un lugar donde solo existían sus besos, sus caricias y sus palabras de amor.
Estuvieron ahí por largo rato, y ninguno de los dos hablaba.
No querían romper ese abrazo por el que habían esperado tanto.
Su corazón se sentía más tibio que hacía unas horas. Qué significaba que él hubiera vuelto por ella? Qué pensaría de
todo lo que les estaba pasando? Se había disculpado, pero… – su mandíbula se tensó.
El debió notarlo, porque se separó de ella para mirarla.
—Paula… – dijo serio. Esa cara encendió todas las alarmas en su cabeza.
Tomó aire con violencia, preparándose, pero los interrumpió el portero.
Los dos pegaron un salto.
Ahora sí había llegado la pizza. Le hizo señas para que esperara y bajo a buscarla.
****
Parecía incómodo.
Todo en su actitud lo exasperaba.
La manera en que se movía, tan altanero, tan… soberbio.
Como miraba a todo el mundo, a su esposa. – apretó los puños.
– Hasta su forma de vestir le parecía irritante. Con esos pantalones chupines ajustados, esas zapatillas gigantes y la
musculosa en cualquier época del año, mostrando constantemente sus tatuajes.
A Paula le gustaban los tatuajes… pensó en la estrella que tenía en su cuello. Si, odiaba a ese idiota. Para colmo de males había tenido que soportar a Walter, más temprano,
cuando había ido a buscarla a la agencia. Estaba tan contento con el trabajo de sus modelos, que le había
mostrado todas las fotos que habían sacado hasta ahora. Y había odiado cada segundo de esa experiencia.
Las fotos eran más jugadas de las que le había mostrado su esposa. Y disgustado, al punto de sentirse físicamente enfermo, tuvo que admitir que salían muy bien juntos. La
producción era sexy, y sin duda vendía eso. Sexo.
Parecían tan cómodos con el otro, con el cuerpo del otro… que lo volvía loco de celos.
Y se maldijo él, y maldijo el momento en que la había alentado a que modelara. Pero en qué estaba pensando?
No quería verla con otro. Ni en fotos actuadas. Menos ahora.
Cuando Paula volvió con la pizza, su compañero le dijo.
—Coman tranqui, que yo salgo ahora. Voy a comer a lo de un amigo. – habló bajo, en tono confidente con ella,
y él apenas podía escucharlo.
Quería arrancarle la cabeza de una patada.
Ella asintió, dándole las gracias y tomando aire un poco nerviosa. El le guiñó un ojo y con una mano le tocó la pierna.
La rodilla, o el muslo? No estaba seguro. Contó hasta mil,
consiente de que la vena de su frente en cualquier momento le estallaría. Estaba haciendo uso de toda su paciencia y
autocontrol.
Cuando por fin los dejó solos, se aclaró la garganta y rompió el silencio.
—Paula, vine para que hablemos. Para que vuelvas. – estiró su mano queriendo tomar la suya, pero ella dudó.
Y su rechazo se sintió como un golpe.
Y si no podía perdonarlo? Y si la perdía? Su corazón se agitó contra su pecho, y su garganta se apretó con angustia.
No, no, no.
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