domingo, 20 de diciembre de 2015

CAPITULO 106





Apenas llegó a su casa, Pedro la estaba esperando con la cena preparada y servida.


Por suerte, los malos momentos vividos en el trabajo eran olvidados en segundos y reemplazados por todas las
atenciones de su esposo.


Habían llegado a un acuerdo de trabajar durante todo el día, y concentrarse en sus obligaciones, pero la noche era de ellos. No se hablaba de nada que tuviera que ver con sesiones de foto o modelos idiotas, ni con los asuntos legales con los que él estaba lidiando.


Era el único descanso que tenían y lo aprovechaban.


Y las noches se habían vuelto cada vez más intensas. 


Después de todo, era su forma de escaparse de todo, de
alejarse de los demás y de refugiarse en los brazos de la persona que más amaban.


Pero esa noche, Pedro tenía un gesto serio. Estaba preocupado. No sabía si preguntarle, lo que violaba el
trato que habían hecho, o distraerlo.


Justo cuando estaba por decir algo, él tomó aire y habló.


—Me tengo que ir un tiempo a Nueva York. – dijo soltando un suspiro.


Ella lo miró y asintió esperando más...


—Los negociados que estamos haciendo ya no pueden hacerse a distancia. Necesitan que esté presente. Si o si.


—Cuánto es “un tiempo”? – preguntó.


—Pueden ser un par de meses. – contestó tapándose la cara, con pesar.


—Meses?


—No puedo mandar a ningún representante. Pero se me ocurría que podías venir conmigo.


—Y la agencia? Y la facultad? – ya no tenía hambre. Corrió el plato y se apoyó con ambas manos en la mesa.


—No tenés que trabajar, Paula. Sabemos perfectamente que con mi trabajo, estamos perfectos. Y la facultad, bueno… podés recursar algunas materias después. O el año que
viene. – dijo tranquilo.


—No voy a dejar de trabajar, Pedro. Amo lo que hago. Me
comprometí con Amanda, con Walter. No puedo hacer eso. Tengo un contrato.


—Mi abogado puede… – ella lo interrumpió.


—No. Y tampoco voy a dejar la carrera para después. Yo entiendo que tengas que viajar, y te apoyo, pero no me
podés pedir que deje todo.


—No quiero pedírtelo. – dijo sonriendo. —Sabía que ibas a decir eso, y la verdad es que no quiero que dejes la facultad. Es lo que te hace feliz. Tenía que decírtelo y que vos decidieras.


Ella sonrió.


—Pero el trabajo en la agencia… – ella le clavó los ojos. —Ok! Si tanto te gusta, no te digo nada. – dijo levantando
las manos.


—No se trata de que me guste. Confían en mí, me comprometí con ellos. No me puedo bajar de un día para
el otro. Son 4 meses nada más.


Se levantó y se sentó en su regazo para abrazarlo.


—Te voy a extrañar, Barbie. – dijo hundiendo la nariz en su cabello.


—Vas a tener que viajar mucho y venir seguido a verme, si?


—Apenas tenga 2 segundos estoy en un avión. – le dijo sonriendo.



****


Había imaginado que el asunto del viaje desencadenaría algunas discusiones, pero se había equivocado.


Estaban en un buen lugar.


Se llevaban bien conviviendo, y se amaban, pero era todo tan reciente que a veces parecía que estaban apenas
conociéndose. Y ya como un matrimonio.


Era necesario. Muchas personas dependían de él. Y aunque ahora se sentía como un crío encaprichado, queriendo rebelarse para no viajar, sabía que tenía que hacerlo.


La sola idea de estar un día lejos de Paula, lo entristecía, no quería imaginar como serían meses.


Por eso es que tenía que plantearle la posibilidad de dejarlo todo para acompañarlo.


Y sabía que diría que no.


Se había enamorado de todo lo que ella era. De todo lo que ella hacía. Y había cosas que no eran negociables y él, a su vez, solo quería verla feliz.



****


Estuvieron sentados y abrazados un largo rato. Estaban recién casados y ninguno era un buen momento para que
él viajara, pero parecía que justo cuando habían logrado una dinámica, el destino los separaba. Últimamente habían estado más cerca que nunca. Como nuevos amantes que recién se conocen, pero sin los nervios de una nueva relación. Sin inseguridades y con su amor más que afianzado.


Cuando el día llegó, y Pedro partió para Estados Unidos, Paula era un mar de lágrimas. Habían estado días despidiéndose, y aun así no podía evitar sentir como si se lo estuvieran arrancando de su lado de manera abrupta.


El dolor que sentía era físico. No le quedaban ganas para mucho más. Iba a la facultad a la mañana, a la agencia a
la tarde, y apenas llegaba, tras comunicarse con él, se iba a dormir temprano.


Sus compañeros de trabajo ya la habían notado un poco triste, y con mala cara, pero nadie le decía nada.


Muy lejos de compadecerse, Mateo, el modelo antipático, le hacía la vida imposible. Su última maldad había sido aflojarle los tornillos a la silla que ella utilizaba para sentarse mientras la maquillaban. Obviamente, se había pegado un tremendo golpe. Por suerte no le había dejado ninguna marca visible,
porque en unos días tenía la producción de ropa interior. 


Eran varias líneas, dentro de la misma marca, y estaban
planeadas para hacerse en varias sesiones.


Había decidido no decirle nada a Pedro. No tenía sentido, estando lejos de ella seguramente se preocuparía y
sentiría impotencia por no poder hacer nada. Además ella prefería aprovechar sus charlas para otras cosas y no hablar
de su molesto compañero.


Tenía otros planes. Ella sola se iba a defender. Y ese día en particular, ya tenía una idea.


Se quedó más tiempo en la agencia sabiendo a que hora él solía darse una ducha en los vestidores, y lo esperó.


Cuando entró a bañarse, sin percatarse de su presencia, ella agarró toda su ropa y se la escondió en la sala de recepción, donde como rara vez, se había llenado de gente.


Con una sonrisa de oreja a oreja, se quedó para ver su reacción. Ella también podía jugar a su juego.


Pasaron unos minutos, y se empezaron a escuchar gritos que venían desde los vestuarios, y la gente de la entrada miraba curiosa hacia el interior de la agencia.


Entonces, como poseído, y sin importarle en lo más mínimo quien lo mirara, el modelito la enfrentó a los gritos, totalmente desnudo.


—Fuiste vos? – la miró con bronca.


Ella quería no reírse, estaba haciendo toda la fuerza que podía para contenerse.


Algunas de las personas que estaban sentadas, empezaron a irse, y otras sin el menor recato se quedaban mirándolo. 


No todos los días se veían cosas así, tenía que reconocerlo aunque no lo soportara.


La secretaria corrió a taparlo con una de las toallas que estaban en el gimnasio. 


—Mateo, te volviste loco? Tapate. Qué haces así desnudo? – le dijo casi histérica.


Pero él no la miraba. Seguía con los ojos clavados en Paula.


—Tantas ganas tenías de verme desnudo, Paula? – le preguntó levantando una ceja y haciéndole una sonrisa seductora e indolente. —Me decías y lo solucionábamos. Pero solos. – miró hacia los ojos curiosos.


De repente se le habían ido todas las ganas de reír. Todos la miraban esperando una respuesta. Estaba roja como un tomate. Indignada, y sin saber que decir, le dio un empujón y salió de ahí dejándolo muerto de risa.


Si, había pensado que se moriría de vergüenza, pero era evidente que se sentía cómodo con su cuerpo. Disfrutaba
de cómo todas esas personas se lo comían con la mirada. 


Había dado vuelta la broma. Dejándola humillada, y
con ganas de matar a alguien.


No iba a quedar así. Ya pensaría en algo para vengarse.







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