lunes, 16 de noviembre de 2015

CAPITULO 37





Los días fueron pasando, y no volvieron a verse. Paula se había concentrado por completo en sus exámenes finales, y los había aprobado sin problemas.


En el trabajo le dieron vacaciones y tenía dos semanas libres para descansar.


Su plan original había sido volver a Córdoba, pero ahora no estaba tan segura.


Tendría que afrontar a su familia, sus preguntas y no tenía ganas.


Empezarían a notar que no estaba bien, que estaba desecha de hecho. No quería hablar del tema.


Además necesitaba tener a sus amigos cerca.


Sobretodo a Marcos. Era como su interruptor de apagado a tanto dolor.


Solo estar con él la hacía olvidar.


Pero había algo de quedarse en su casa, que no le gustaba.


Tenía miedo de que Pedro fuera a verla otra vez. La llenaba de miedo, cada vez que entraba en el edificio, miraba a todos lados antes de abrir la puerta. Sabía que estaba siendo ridícula, pero no podía enfrentarlo otra vez.


Tenía que salir de ahí. La casa de su amiga Flor estaba a medio metro de distancia, quedaba descartado. Marcos se
ofreció a refugiarla esas semanas, hasta que volviera a la normalidad y ella aceptó.


Y ese viernes, justamente estaba juntando todas sus cosas para trasladarlas a su departamento.


El la buscó por su casa a la tarde y la ayudó a instalarse.
El lugar, era un dúplex elegante, pero típico de hombre soltero.


Estaba decorado en colores blancos, grises, y algunos acentos rojos por aquí y allá. La sala tenía un sillón de cuero
negro en frente de un televisor plasma, rodeado por videojuegos y parlantes de todo tipo. Sonrió. Un cuadro moderno en donde aparecían los Beatles retratados, pero intervenido en colores brillantes.


El cuarto tenía una cama blanca gigante. La más grande que había visto.


Un par de lámparas, una biblioteca, un equipo de música, y dos puertas.


—Rubia, ese de ahí es el baño y la otra puerta es el guardarropa. Te hice lugar para algunas cosas, pero por el
tamaño de la valija, me voy dando cuenta de que no te va a entrar nada…


—No te hagas drama, dejo en la valija. Gracias morocho. De verdad.


—Para eso estamos. – le dijo abrazándola con un brazo mientras le seguía dando un tour por la cocina y el balcón.


Iba a dormir en su cama, y él, en el sillón del living. Paula le había dicho que no era necesario, pero había insistido.


Cuando terminó de ordenar, le dijo que le iba a hacer la mejor cena que hubiera comido, en agradecimiento por darle asilo.


Flor se terminó sumando, así que Paula tuvo que cocinar para 3.


Les preparó pastas. Ella estaba particularmente orgullosa de su receta, a todo el mundo le gustaba. Hasta Pedro… pensó con tristeza.


Alejó ese pensamiento rápidamente, concentrándose en su viernes a la noche.


La música ya había empezado a sonar a todo volumen, y ya estaban bailando.


Después de comer, los tres amigos jugaron un juego en donde tiraban una moneda al aire y decían cara o cruz.


Cuando caía, se fijaban si había acertado. Si lo hacían, pasaban la moneda a la persona a su derecha. Si erraban, tenían que tomar un shot de tequila.


Con solo 3 participantes, y dos posibilidades de errar o acertar, a la hora ya estaban en un estado desastroso.


Era momento de salir.


Desde hacía un mes evitaban los eventos sociales a donde solían ir.


Demasiadas caras conocidas.


Optaron por boliches.


Y el de esa noche en particular era genial. Un ritmo divertido de cumbia resonaba hasta la calle. Rió.


Definitivamente no habría modelos ahí dentro.


Aunque Marcos, no parecía muy feliz.


Sus amigas eran lindas, altas, la rubia y la morocha, y los chicos se les tiraban encima. El los espantaba como moscas.


Pero la verdad es que él tampoco había zafado. Un par de chicas le habían tocado la cola, y le habían robado algún
que otro beso.


Con Flor se morían de risa, y lo ponían al medio para bailarle.


Seguían compartiendo tragos, y la fiesta se puso aun mejor. Tanto, que Flor agarró a Paula para que baile en el escenario.


—Dale Paula, que bailas re bien vos… – le dijo mientras se tambaleaba.


Ella siguiendo a su amiga, se paró en una tarima, en donde había algunas chicas bailando de manera sensual. Se dijo: Y por qué no?


Y empezó a moverse. Cerró los ojos y con las manos en la cadera, se meneaba hacia abajo, seguía el ritmo de
la música, y se dejaba llevar.


Escuchaba como aplaudían y le gritaban todo tipo de cosas. Ella solo sonreía y seguía bailando.


Un chico se subió para bailar con ella. Se puso en su espalda, y la pegaba caderas.


Paula por un momento empezó a sentirse incómoda. El chico no lo hacía mal, pero se estaba acercando demasiado. Y estaba sintiendo cosas que no le gustaban.


Quiso poner distancia, pero no pudo.


El chico la tenía por una mano, y le decía cosas pegando sus labios al cuello.


Ella hizo un gesto de disgusto.


En menos de dos segundos, dos manos la estaban tomando por la cintura y alzándola como si pesara lo mismo que una pluma, la bajaban del escenario.


Lo miró. Marcos.


Tenía la cara seria. Casi enojado.


—No te puedo dejar sola, Barbie… – le dijo sacudiendo la cabeza.


Paula todavía confundida por el alcohol, acercó su cara a la de su amigo, y le besó la comisura del labio. Se quedó quieto.


Como no hacía nada, ella se acercó a su oído y le dijo: —No quiero que me dejes sola, Mar. – y lo abrazó.


Dudó por un momento, pero después le devolvió el abrazo.


Bailaron un rato abrazados. El se había quedado muy callado.


Flor, estaba cansada, y sentía que en cualquier momento se dormía, así que se tomaron un taxi. Esperaron que Flor
entrara, y siguieron a la casa de Marcos.


Apenas llegaron, Paula se había quedado dormida, así que la tuvo que cargar.


Cuando la estaba ayudando a acostarse, ella abrió apenas los ojos y lo miró.


Su amigo era realmente lindo. Esos ojos oscuros, la atravesaban. Su mandíbula de líneas duras, pero a la vez,
dos hoyuelos en las mejillas cuando sonreía. Era sexy. Muy sexy.


—Borracha. – decía riendo mientras le sacaba el abrigo.


Ella lo miraba sonreír. Esa sonrisa que siempre le hacía bien. Hacía que todo el dolor desapareciera.


Sin dudarlo, le tomó el rostro con las dos manos y lo besó.


Marcos, había hecho un sonido profundo con la garganta, mientras le respondía el beso con fuerza.


Ella gimió, arrastrándolo para que se acostara a su lado. 


Pero él la frenó y se separó de golpe.


—No, no rubia. Espera. Estas borracha. Esto no está bien.


Paula lo miraba sin decir nada. Ese beso se había sentido tan bien. Como si ese último mes hubiera estado al borde
de congelarse, y ese beso le hubiera devuelto algo de calor.


El se levantó de golpe y se volvió a dormir en el sillón.


Qué había hecho? Se tapó la cabeza con ambas manos.







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