lunes, 16 de noviembre de 2015

CAPITULO 36




Este, al verla a punto de caerse, corrió para sostenerla. Pero ella no se dejó tocar.


Como si su contacto la quemara, se separó tanto como pudo.


—Paula, no me empujes. Necesito que hablemos. – le dijo él, levantando las palmas de las manos, sin avanzar.


—Cómo entraste? – le dijo ella alejándose.


—El portero me conoce…me dejo pasar. No me atendías el teléfono…ni los mensajes…


—Tendrías que estar en Londres – decía ella mientras negaba la cabeza, con la mirada perdida.


—Me volví por vos, Paula.


—Para qué?!


—Para que hablemos. Por favor, déjame que te explique. Yo nunca estuve con Rebeca. – decía él, estirando la mano
en un gesto casi suplicante.


—Te vi, Pedro – le dijo ella mirándolo con odio.


—No, no me viste.


—Yo sabía que me ibas a hacer esto. Vos mismo trataste tantas veces de decirme, de hacerme entender. Yo sabía.


—Paula, no. Yo nunca… Nunca te haría algo así. A vos no. Sos mi novia, Barbie. – le dijo suavizando el tono de voz.


Paula lo miró a los ojos. Respiró profundo y soltando una risa le dijo.


—Ah no te enteraste? No soy más tu novia. Creo que el hecho de que me fueras infiel por cámara, le pone un
lindo punto final a todo esto. – 


— Dejame que te explique, Paula. Por favor te lo estoy pidiendo. Por favor. Entendiste mal las cosas…


—No te quiero escuchar, no te quiero ver, no quiero saber de vos. Andate – le dijo clavándole la mirada tan fuerte, que él retrocedió un paso.



****


Nunca la había visto así de enojada. Se quedó bloqueado. No sabía que decirle.


Después de todo, no tenía como probarle que lo que le decía era cierto.


Era un callejón sin salida. Ella no le creería.


Sintió como si le hubieran pateado el estómago, quitándole todo el aire y bajó la cabeza.


La había perdido. No podía hacer nada. Ella, aprovechando el momento de desconcierto Pedro, se había metido
en el departamento trabando la puerta.


No lo iba a dejar pasar. Así que se quedó ahí afuera, por horas por si salía.


Esperándola.


Había amanecido, pero ella seguía en su casa. No se escuchaban ruidos en el interior. Estaría durmiendo, pensó.


Decidió que lo mejor era volver a su casa, e intentar en otro momento. Soldado que huye, sirve para otra batalla? Tal vez.



****


Ese viernes, Paula se despertó cerca de las 5 de la tarde. Totalmente doblada al medio. Le dolía todo el cuerpo. Pero no era solamente la resaca la que hacía estremecerse. El ver a Pedro, había sido como un golpe. Un golpe duro, que le había dejado todos los músculos del cuerpo adoloridos.


Se preparó café, y empezó a producirse para lo que sería una noche de sábado, tan intensa como la anterior.


Después de cenar salió para tocarle la puerta a su amiga.


Y ahí estaba de nuevo. Su ex. Pedro.


Esta vez, totalmente sobria, era más difícil. Y más, el ver el gesto triste de sus ojos, y que era eso que llevaba en
las manos? Mierda. Flores. – pensó.


—Paula, hablemos, es un segundo. – le dijo queriendo frenarla.


—No tengo nada más que decirte.


—Pero yo si. Tengo muchas cosas que decirte.


—Andate.


—Paula, por favor, mírame. Te extraño. Estoy… –pero antes de que pudiera decirlo ella lo interrumpió.


—Bueno, entonces imaginate como estoy yo, Pedro. Yo tuve que ver como me engañabas. Como después de mandarme mil mensajes diciendo que me extrañabas, estabas acostándote con otra. Y lo peor de todo, es que en el fondo, me lo esperaba de vos. Por qué iba a creer que ibas a cambiar por mi? Vos me dijiste que lo ibas a arruinar…
había miles de señales, por todos lados. Acordate cuando te dije que te amaba!! – le dijo con bronca. —No me hablaste
por dos días. En serio Pedro, esto tenía fecha de vencimiento con o sin Rebeca. Haceme un favor, hacete un favor a vos mismo, y dejame en paz.


Pedro se había quedado mudo.


Cerrando los ojos, como si ella acabara de darle un cachetazo. Esas palabras le dolían.


Paula, sabía que lo que estaba por decirle no era cierto pero era necesario para que él se alejara para siempre.


—Nunca vas a ser lo que yo necesito. No sabés nada de relaciones, Pedro. No quiero que me lastimes más. No me lo merezco.


El apretó los labios. Cuando la miró, su rostro reflejaba tanto dolor, que a ella le picaron los ojos. Parecía destrozado.


Sin ser capaz de decir una palabra, Pedro se había ido.


Paula entró a la casa de su amiga, y se desahogó como la noche anterior








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